Sigue viva la injusticia que acreditan los Obispos de la Amazonía brasileña En torno a “Querida Amazonía” (IV): el “sueño social” amazónico

Un “sueño para consolidar un `buen vivir´”

El sueño es “lugar privilegiado para buscar la verdad,porque ahí no nos defendemos de la verdad”, afirmaba el Papa en la homilía de Santa Marta (18/12 /2018), dedicada a San José,como “hombre de los sueños”. Hay que “tener los pies en la tierra. Pero estar abierto”. En los sueños, insistía el Papa, aparece “la capacidad de abrirse al mañana con confianza, a pesar de las dificultades... Capacidad de soñar el futuro: cada uno en nuestra familia, en nuestros hijos, en nuestros padres....; los sacerdotes: soñar en nuestros fieles...; los jóvenes... Soñar es abrir las puertas al futuro...”.

No es corto el “sueño social” del Papa: “nuestro sueño es el de una Amazonia que integre y promueva a todos sus habitantes para que puedan consolidar un `buen vivir´” (n. 8). “Integrar y promover a todos... en un buen vivir” es una inmensa tarea. Y lo primero es partir de la realidad. Realidad que el Papa considera cruel e hiriente, y, por tanto, requiere profetas valientes que denuncien con realismo y verdad la injusticia.

La realidad es “injusticia y crimen en la “extracción de madera y la minería” que se ha venido haciendo “legal e ilegalmente”. Y en la “expulsión y acorralamiento” de los pueblos amazónicos. Estas actuaciones “provocan un clamor que grita al cielo: «Son muchos los árboles donde habitó la tortura y bastos los bosques comprados entre mil muertes» [Ana Varela Tafur, «Timareo», en Lo que no veo en visiones, Lima 1992]. «Los madereros tienen parlamentarios y nuestra Amazonia ni quién la defienda [J. Vega Márquez, «Amazonia solitaria», en Poesía obrera, Cobija-Pando-Bolivia 2009, 39.]” (n. 9). El abuso sobre la tierra produjo emigración de los más pobres, y su concentración en grandes ciudades en desigualdad, esclavitud y toda miseria (n. 10).

Recuerda el contraste, denunciado en el Sínodo, sobre el modo de cuidar la tierra las empresas advenedizas y los naturales de la Amazonía: «Amenazados por actores económicos que implementan un modelo ajeno en nuestros territorios. Las empresas madereras entran en el territorio para explotar el bosque, nosotros cuidamos el bosque para nuestros hijos, tenemos carne, pesca, remedios vegetales, árboles frutales […]. La construcción de hidroeléctricas y el proyecto de hidrovías impacta sobre el río y sobre los territorios […]. Somos una región de territorios robados» [REPAM, Brasil, Síntesis del aporte al Sínodo, 120; Instrumentum laboris, 45.]” (n. 11). 

Una falsa “mística amazónica” ha propagado la idea de que la Amazonía era “un vacío... una riqueza en bruto, una inmensidad salvaje que debe ser domesticada”. A los pueblos originarios les hurtan el derecho a la tierra que habitan, son considerados “intrusos o usurpadores” de su propia tierra, hay que someterlos y dominarlos de parte de los nuevos colonizadores (n.12). A la injusticia colaboran algunos “poderes locales, con la excusa del desarrollo”. “Avasallan”, “arrasan la selva -con las formas de vida que alberga- de manera impune y sin límites”. “Los débiles, dice el Papa, no tienen recursos para defenderse, mientras el ganador sigue llevándoselo todo” (n. 13).

“Injusticia y crimen” es la denominación apropiada de las actuaciones en la Amazonía sin respeto “al territorio y a su demarcación, a la autodeterminación y al consentimiento previo” de los pueblos originarios. En estas tareas no se ha reparado en toda clase de abusos: “penalizar protestas”, “quitar la vida a indígenas”, “incendios forestales”, “sobornar a políticos y a los mismos indígenas”, “violaciones de derechos humanos... especialmente de mujeres, del narcotráfico... trata de personas... (n. 14). 

Hay que indignarse “mientras «una estela de dilapidación, e incluso de muerte, por toda nuestra región […] pone en peligro la vida de millones de personas y en especial el hábitat de los campesinos e indígenas» [Documento de Aparecida (29 junio 2007), 473]”. Santa indignación, igual que en la Biblia, y en cualquier conciencia sana. No basta rechazar, hay que ver “formas actuales de explotación humana, de atropello y de muerte”. El Papa recuerda la brutalidad en una veintena de pueblos “ye’kuana” con motivo del caucho en la Venezuela amazónica [R. Iribertegui, Amazonas: El hombre y el caucho, ed. Vicariato P. Ayacucho. Monografía, 4, Caracas 1987, 307ss] (n. 15).

Hay que seguir vigilantes porque “la colonización no se detiene, sino que en muchos lugares se transforma, se disfraza y se disimula”. Sigue viva la injusticia que acreditan los Obispos de la Amazonía brasileña: “siempre fue una minoría la que se lucraba a costa de la pobreza de la mayoría y de la depredación sin escrúpulos de las riquezas naturales de la región, dádiva divina para los pueblos que aquí viven desde milenios y para los migrantes que llegaron a lo largo de los siglos pasados»[Carta al Pueblo de Dios, Santarem - Brasil (6 julio 2012).]” (n. 16).

El profeta es persona de esperanza, sueña caminos de luz y vida. Abre alternativas en “ganadería y agricultura sostenibles, energías no contaminantes, fuentes de trabajo dignas” que respetan ecología y cultura. Pone el punto de mira en las personas, a cuyo servicio está la política y la economía, “asegura para los indígenas y los más pobres una educación adaptada que desarrolle sus capacidades y los empodere” (n. 17).

“Muchos misioneros llegaron con el Evangelio apoyando “las Leyes de Indias que protegían la dignidad de los indígenas contra los atropellos de sus pueblos y territorios” [Instrumentum laboris, 6...]... Los sacerdotes protegían de salteadores y abusadores, y, por ello: «Nos pedían con insistencia que no los abandonáramos y nos arrancaban la promesa de volver de nuevo» [F. B. de Sousa Costa, Carta Pastoral (1909). Estado de Amazonas, Manaos 1994, 83]” (n. 18). A veces la Iglesia, dice el Papa, fue cómplice del poder civil en “la llamada conquista de América”. Los pueblos originarios deben estar vigilantes: «ustedes con su vida son un grito a la conciencia […], son memoria viva de la misión que Dios nos ha encomendado a todos: cuidar la Casa común» [Encuentro con los Pueblos de la Amazonia, Puerto Maldonado (19.01.2018]” (n. 19).

El sentido comunitario de los pueblos amazónicos ayuda a realizar el “sueño social”. “Todo se comparte, los espacios privados —típicos de la modernidad— son mínimos”. Trabajo, descanso, relaciones humanas, ritos, celebraciones... tienen gran resonancia social. No creen en el individuo al margen de la comunidad (n. 19). Sufren cuando son separados de su tierra y de su gente. Pastoralmente hay que ayudarles a restaurar sus valores en las nuevas ciudades (n. 21). Valores de fraternidad y solidaridad que tanto sirven a la proclamación del reino evangélico (n. 22).

Hay que evitar «una cultura que envenena al Estado y sus instituciones, permeando todos los estamentos sociales, incluso las comunidades indígenas... Como resultado se pierde la confianza en las instituciones y en sus representantes, lo cual desprestigia totalmente la política y las organizaciones sociales. Los pueblos amazónicos no son ajenos a la corrupción, y se convierten en sus principales víctimas»[Instrumentum laboris, 82]” (n 23-24). Afecta también a “miembros de la Iglesia” que callan ante los atropellos. Han llegado propuestas al Sínodo invitando a «prestar una especial atención a la procedencia de donaciones u otra clase de beneficios, así como a las inversiones realizadas por las instituciones eclesiásticas o los cristianos»” (n. 25).

Propuesta final del Papa: que los pueblos originarios dialoguen “para encontrar formas de comunión y de lucha conjunta”. Los de fuera somos sólo “invitados”, y en diálogo con “los últimos” que deberían ser “la voz más potente en cualquier mesa de diálogo”. Ellos han de responder los primeros a “la gran pregunta: ¿Cómo imaginan ellos mismos su buen vivir para ellos y sus descendientes?”. Ellos deben ser “protagonistas” (n. 26-27).

Leganés (Madrid), 23 abril 2020

Volver arriba