“Este reconocimiento no sólo es histórico, sino que es lo correcto...” LOS “SAGRADOS” HIJOS DE CURAS CÉLIBES

¿Se quedará todo en el mero propósito, pero sin enmienda

Recientemente ha saltado a los medios una noticia que ha recogido también RD: “El Vaticano admite su "error" al condenar al ostracismo a decenas de miles de hijos de sacerdotes.” En un anterior artículo mío, editado en este mismo blog con el título “Mi papá es un cura célibe” (24-11-2017), ya tracé una reseña sobre este tema, a raíz de una noticia aparecida en el "The Boston Globe" que abordaba la difícil situación de los hijos de los clérigos, que vivieron marcados por el secreto, la vergüenza, la ilegitimidad, el rechazo o el abandono.  

Abro un introito. En el título de mi reflexión de hoy, enfatizo la palabra “sagrados” por una doble razón. Primeramente, porque pienso que si el padre es una persona  ontológicamente “consagrada”, según doctrina, algo de “sagrado” transmitirá a la prole en su ADN, como ocurre, según doctrina, en la transmisión del pecado original. Y segundamente, por la académica acepción de “sagrado” como algo “intocable” (¿parias?). Fin del introito.  

Parece que la Iglesia liderada por Francisco va dando pasos tímidos y comedidos, aunque tardíos, “en diferido”. La noticia era largamente esperada. Por fin, se ha escuchado la confesión del desatino y la petición de perdón. El tema de los "hijos de los sacerdotes" ha permanecido tabú durante mucho tiempo. Por eso, la confesión explícita del error cometido supone un paso adelante en el reconocimiento de los errores de la Iglesia, como ha ocurrido con la pederastia. Las palabras de Bernard Ardura, presidente del Comité Pontificio para las Ciencias Históricas, a instancias de Vincent Doyle suenan a sinceridad: “A la luz de la toma de conciencia a todos los niveles,(…) es conveniente reconocer que objetivamente el silencio que ha rodeado a estos niños ha tenido consecuencias nefastas sobre las personas, se trate de  infantes o adultos. Hoy reconocemos, con el papa Francisco, que fue ciertamente un error teniendo en cuenta nuestros criterios actuales, basados en la verdad y en una cierta exigencia de comunicar la verdad”. En una entrevista con NCR, el citado Doyle ponderaba las palabras de Ardura, que en su opinión son “la primera vez en la historia de la Iglesia en la que está cumpliendo con su misión. Este reconocimiento no sólo es histórico, sino que es lo correcto. De hecho, es lo católico”.

Vincent Doyle, psicoterapeuta irlandés, tenía 28 años cuando su madre le confesó que el sacerdote católico que siempre había pensado que era su padrino en realidad era su padre biológico. El descubrimiento lo llevó a crear la asociación Coping International (con más de 50.000 miembros en 175 países), una organización de voluntarios de la salud mental que promueve el bienestar de los hijos de los curas que, como él, sufren por haber nacido de un escándalo eclesiástico. Los últimos censos del Vaticano cifran en 414.000 los sacerdotes católicos en todo el mundo. Pues según las estimaciones de Doyle, “si sólo el 1% de estos 400.000 sacerdotes tuviera uno, habría como mínimo 4.000 hijos e hijas de sacerdotes que podrían necesitar ayuda emocional y de otra clase por parte de la Iglesia".

Los hijos (“ilegítimos”) de sacerdotes comparten una lamentable experiencia: Lo hayan sabido en la infancia o lo hayan descubierto de adultos, en su mayoría, han sufrido angustia, amargura y desengaño por haber heredado ese destino. Suelen crecer sin el cercano apoyo de sus padres, y con frecuencia se les presiona o se les escarnece para que guarden en secreto la existencia de esa oculta relación. "A muchos se les rompe la fe en la Iglesia al reconocer que una institución considerada un faro de la verdad moral ha permitido o ha dejado pasar que los sacerdotes que hayan tenido hijos rehuyeran las responsabilidades de apoyo, atención y amor de un padre". Los hijos a veces son resultado de aventuras que involucran a sacerdotes y mujeres devotas o monjas; otros son producto de abusos o violaciones.

En el presente escenario eclesial, ser hijo de un cura conlleva un amargo estigma, sobre todo cuando el padre tiene que silenciar la circunstancia de haber tenido un hijo para salvaguardar la buena imagen de la Iglesia, su propia reputación y mantener su ministerio. No menos penosa resulta la vida de las mujeres que aman y son correspondidas por un cura. Mujeres enamoradas (“metidas en el amor”) que tienen que experimentar no la pasión del enamoramiento sino el padecimiento de la ignominia, la injusticia de la deshonra y la vergüenza de la infamia. Mujeres que tuvieron el coraje y la valentía de afrontar la vida como madres solteras, continuar con su embarazo y sacar adelante a sus hijos solas, desprotegidas, sin amparo. Y no es menos espinosa la situación de los sacerdotes que, sin renunciar a su ministerio, mantienen furtivas relaciones.

“Evitar el escándalo público” era la consigna. Por eso se puso en marcha la sórdida maquinaria del silencio y del secreto. Así nacieron los niños y niñas víctimas de ese silencio, ignorados, hijos de la ocultación, del sigilo, hijos de la clandestinidad, del camuflaje. Angustioso problema humanitario, más allá de la transgresión del celibato, provocado por la  insensibilidad, la negligencia, la despreocupación, la irresponsabilidad, ¿y la impunidad?…

¿Y ahora qué?, cabe preguntar. ¿Basta con la autocrítica, con reconocer  el error y pedir públicamente perdón? Al acto de contrición le corresponde el propósito de la enmienda. ¿Se quedará todo en el mero propósito, pero sin enmienda? ¿Existirá un resarcimiento justo a las víctimas, mujeres, niños y clérigos? La solución de la Iglesia consiste en la expulsión del “infractor” del estado clerical. “La razón de la secularización no es el hecho de ser padre, sino “un ejercicio efectivo y responsable de la paternidad” (cardenal Stella). Inhumana argucia. ¡Ahí te las apañes! Con esta sentencia solo se consigue aumentar la marginación y desatención de la madre, del niño y del padre, dejándolos sin medio de subsistencia. “No creo que el desempleo sea la respuesta a la paternidad”, concluye Doyle.

¿Por qué tanto exaltar la artificial paternidad espiritual y repudiar severamente la auténtica paternidad natural?, ¿por qué “padre-cura”, sí y “cura-padre” no? ¿No sería más humano reconocer esta realidad como se consiente, por privilegio, la de otros curas-padres “legales”? Presiento que esta confesión de Bernard Ardura vuelve a situar en el centro del debate eclesial una de las más oscuras circunstancias de la Iglesia: el celibato y sus consecuencias. No es mi propósito desarrollar aquí el tema. En artículos anteriores ya he dejado mi forma de pensar.

Igualmente, desde hace largo tiempo, en este su propio blog, Rufo González viene desarrollando magistralmente este debatido y sugestivo tema del celibato, desbaratando con agudeza los falsos tópicos de los documentos eclesiales y desmontando la ilusoria doctrina oficial sobre el celibato obligatorio… Merecería la pena que nuestros jerarcas leyeran y meditaran tales artículos profusamente documentados, saturados de competente discernimiento y clarividentes razones y acreditados por juiciosas deducciones. ¡Otro gallo cantaría!

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