No es correcta esta argumentación: “de la celebración diaria de la Eucaristía... nace espontáneamente la imposibilidad de un vínculo matrimonial” (p. 50) El libro del “R. Sarah con J. Ratzinger” contradice al Vaticano II (6): La Eucaristía no exige celibato

"El celibato no mana del sacerdocio como de una fuente"

Del “contacto diario con el misterio divino” a la “exclusividad para Dios” y a “la imposibilidad de un vínculo matrimonial”. No es correcta esta argumentación: “de la celebración diaria de la Eucaristía, que implica un estado permanente de servicio a Dios, nace espontáneamente la imposibilidad de un vínculo matrimonial” (p. 50). Esta idea, común en ambientes eclesiásticos, es producto de la inercia mental, tan copiosa en alguna parte del clero. No es la Eucaristía lo que “implica un estado permanente de servicio a Dios”. Es el bautismo que todos recibimos: que “configura con Cristo” (LG 7), incorpora a la Iglesia, consagra como sacerdocio santo, nos destina al culto... (LG 10).  Las personas que a diario comulgan, oran, reciben cualquier sacramento... cierto que “contactan con el misterio divino”, pero a nadie se le ocurre impedirles casarse. El cristiano tiene la convicción de que su vida entera es “exclusivamente para Dios”. Todos los días iniciamos la Liturgia de las Horas confesando: “Sabed que el Señor es Dios: que él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño” (Sal 100,3). Y como decía Pablo en el Areópago a los atenienses: “en Dios vivimos, nos movemos y existimos” (He 17,28). Es la “exclusividad para Dios”, que siente todo cristiano en su conciencia: “Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor; así que, ya vivamos ya muramos, somos del Señor” (Rm 14,7-8).

El Padre de Jesús no es rival de ningún amor humano. Dios no es un objeto más de nuestro amor. No entra en competencia con nadie. Garantiza nuestra libertad, nos hace crecer al darnos sentido de vida, esperanza, amor como el suyo... Su amor (la caridad: agapé), “vínculo de la unidad perfecta” (Col 3,14), hace “indiviso nuestro corazón”. Los cristianos, casados y célibes, tienen un “corazón indiviso”. Amar a la esposa y los hijos, casarse en cristiano, no impide amar a la comunidad que prestamos nuestro ministerio. Nuestros amores, imbuidos del Espíritu, son “cosas del Señor". Los presbíteros orientales no tienen su “corazón dividido”: aman a su familia y a la familia eclesial con el mismo corazón, el Espíritu de Jesús. Los célibes, es evidente, pueden dedicar más tiempo a tareas estrictas de la comunidad. El amor del célibe no impide el amor a la familia (padres, hermanos, tíos...). El sacerdote diocesano suele vivir con sus padres, hermana... El sacerdote casado puede realizar su dedicación a la familia consanguínea y a la familia eclesial con el corazón “indiviso” por el Espíritu que le apasiona en favor del Reino de Dios. El Vaticano II lo reconoce claramente: en las iglesia orientales “hay también sacerdotes casados muy beneméritos” PO 16).

Cuenta el periodista y sacerdote, Martín Descalzo, que un buen número de Padres conciliares pidieron cambiar esta alusión a los sacerdotes orientales. 93 Padres pedían suprimir el párrafo, “porque debilitaba cuanto luego se decía sobre el celibato”. 40 pidieron que se eliminara el calificativo de “sacerdotes de gran merito” (optimi meriti). 3: “se dijera que los sacerdotes orientales casados `realizan a su modo la perfección sacerdotal´, pues esta forma no es la misma que la del célibe y goza de distinto valor”.

A estas propuestas respondió la Comisión redactora: “El párrafo entero no puede suprimirse, pues fue aprobado por la mayoría del Aula... Se mantiene el calificativo elogioso de estos sacerdotes casados y no se acepta la última proposición de hacer distinciones entre los dos sacerdocios, pues es teológicamente inadmisible” (José Luis Martín Descalzo: Un periodista en el Concilio, editorial PPC, 1966. Tomo IV, pp. 500-505).

Otras enmiendas coinciden con las tesis fundamentales de “Desde lo más hondo nuestros corazones”. Veámoslo en las páginas citadas de Martín Descalzo:

- Enmienda: A la frase de “el celibato tiene mucha conformidad con el sacerdocio” añádase “de modo que mana de él genuinamente como de una fuente”. Respuesta: La enmienda no puede aceptarse. Si el celibato manase del sacerdocio como de una fuente, todos los sacerdotes deberían ser necesariamente célibes, cosa que no puede afirmarse”. Esta respuesta contradice la tesis fundamental del Papa emérito y su aliado cardenal: “el celibato sacerdotal deriva de lo que el concilio señala como la esencia del carácter y la gracia propios del sacramento del Orden...” (p. 96).

- Enmienda: Dígase: “por el celibato los sacerdotes se consagran más íntimamente a Cristo”, así lo pedían 332 Padres. Respuesta: La enmienda se acepta, pero se cambia su formulación escribiendo que “se consagran a Cristo de una forma nueva y especial”, no vaya a pensarse que la consagración que se hace a Cristo por el celibato es más íntima que la que se realiza por la consagración sacerdotal.

- Enmienda: Dígase que “por esa perfecta victoria del espíritu sobre la carne, los sacerdotes perciben más fácilmente las cosas espirituales”. Respuesta: La enmienda no puede admitirse, pues la más fácil percepción de las cosas espirituales es fruto de la castidad como tal y no del celibato.

- Enmienda: Escríbase que por el celibato los sacerdotes “se hacen más queridos de Dios, amador de la castidad”. Respuesta: Lo que hace más querido a Dios es el grado superior de caridad, que puede tenerse también en el matrimonio, como es evidente.

La Eucaristía no exige celibato ni la vida conyugal “mancha” a los casados: -Enmienda: Dígase que el celibato conviene porque los sacerdotes ofrecen “el sacrificio del Cordero inmaculado”. Respuesta: La enmienda no se admite, pues parece insinuar que el sacrificio de la Misa no pudiera ofrecerse con dignidad más que por los que guardan el celibato. Y la alusión al “Cordero inmaculado” que solo podría ofrecerse por célibes parece suponer que la vida conyugal “manchase” a los casados, cosa que no puede admitirse. Benedicto XVI  dice lo contrario: “de la celebración diaria de la eucaristía... nace espontáneamente la imposibilidad de un vínculo matrimonial... La abstinencia sexual se convierte por sí misma en una abstinencia ontológica” (p. 50). Y el cardenal Sarah añade: “el vínculo entre la continencia y la celebración eucarística percibido desde siempre por el `sensus fidei´ de los fieles, tanto en Occidente como en Oriente... es una honda percepción de la `forma eucarística de la existencia cristiana´” (p. 135).

Por el celibato no “se cumple más plenamente misión” sacerdotal: - Enmienda: Dígase que por el celibato los sacerdotes “cumplen más plenamente su misión”. Respuesta: No se admite, porque parece insinuar que los presbíteros casados cumplieran menos plenamente su misión.

- Enmienda: Dígase que el celibato “conduce más libremente a un más ardiente amor de Cristo”. Respuesta: No puede admitirse. Pues si es cierto que el celibato puede conducir a un más ardiente amor de Cristo, no podemos insinuar que los no célibes no puedan conseguir tal amor estando como están todos los cristianos llamados al perfecto amor de Cristo.

Jaén, 22 de octubre de 2020

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