“Lo que antes se decía de la tribu de David” se dice ahora de Cristo, único sacerdote y de su pueblo, sacerdotal, animado con su mismo Espíritu El libro del “R. Sarah con J. Ratzinger” contradice al Vaticano II (9): “servirte en tu presencia” no es exclusivo del ministerio ordenado

Esta frase ilumina el sacerdocio común (no sólo el ministerial o jerárquico)

El libro del Deuteronomio (10,8; 18,5-8), dice, inspira la plegaria eucarística II: “Te damos gracias porque nos haces dignos de servirte en tu presencia”. El Papa emérito lo aplica sólo al sacerdocio ministerial, como si fuera la única participación sacerdotal cristiana. “Estar en la presencia del Señor y servirle es la esencia del sacerdocio”. El problema está en aplicar esa definición sólo al sacerdocio del ministerio ordenado. Todo cristiano puede decir que “está en la presencia del Señor y le sirve”.

Para entender esta frase hay que saber que está extraída del Deuteronomio: “En aquella ocasión destinó el Señor la tribu de Leví para portar el arca de la alianza del Señor, para estar en la presencia del Señor, servirle y dar la bendición en su nombre” (Dt 10,8). “Por que el Señor, tu Dios, lo ha elegido de entre todas las tribus para que él y sus hijos permanezcan siempre ejerciendo el ministerio en nombre del Señor” (Dt 18,5). “Estar en la presencia del Señor y servirle”, dice Benedicto XVI, es “definir la esencia del sacerdocio”, según el Deuteronomio. Se incorpora a la plegaria eucarística, “como medio de expresar la continuidad y la novedad del sacerdocio de la Nueva Alianza” (p. 59). No hay continuidad alguna entre el sacerdocio del Antiguo y Nuevo Testamento. Jesús no continuó dicho sacerdocio ni fundó una casta sacerdotal para continuarlo. El sacerdocio de Jesús es nuevo: ha sido “ungido” por el Espíritu para evangelizar... (Lc 4, 18ss), y bautiza a los suyos haciéndolos sacerdotes existenciales como él. Los que se han apropiado de la palabra “sacerdote”, son una participación peculiar de su sacerdocio. Se les ha conferido en exclusiva la potestad sagrada de presidir la eucaristía y reconciliar a los extraviados (PO 2). Los cristianos todos tienen potestad sacerdotal para administrar el matrimonio, bautizar, evangelizar...   

“Lo que antes se decía de la tribu de David... se aplica ahora a los sacerdotes y obispos de la Iglesia” (p. 60). No es cierto. “Lo que antes se decía de la tribu de David” se dice ahora de Cristo, único sacerdote y de su pueblo sacerdotal, animado con su mismo Espíritu: “Cristo, Señor, Pontífice tomado de entre los hombres (cfr. Heb 5,1-5), a su nuevo pueblo `lo hizo reino y sacerdotes para Dios, su Padre´ (cfr. Ap 1,6; 5,9-10)” (LG 10). El Vaticano II nos traslada el mensaje revelado: “Vosotros, en cambio, sois un linaje elegido, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo adquirido por Dios para que anunciéis las proezas del que os llamó de las tinieblas a su luz maravillosa” (1Pe 2,9; Ap 1,6; 5,10).

La frase de la Plegaria eucarística II, en plural, puede decirla toda comunidad con pleno sentido, pues “el sacerdote ministerial.. confecciona el sacrificio eucarístico y lo ofrece a Dios en nombre de todo el pueblo; los fieles, en virtud de su sacerdocio real, concurren a la ofrenda de la Eucaristía” (LG 10). “Concurren” no es sólo “asistir” o “arracimarse” externamente. Ellos “se ofrecen a sí mismos como hostia viva, santa y grata a Dios (cf. Rm 12.1)” (LG 10), y, a través del presidente, ofrecen a Dios la vida de Jesús, la Eucaristía. Si el sacerdote ministerial lo “ofrece en nombre del pueblo”, puede decirse que lo ofrece el pueblo, pues su representante no es más que el titular oferente. Lo que ha pasado en la Iglesia es que los “representantes” (servidores) se han hecho “señores, dueños, jefes”, y han anulado al pueblo de Dios, llamándose ellos “Iglesia, clero -pueblo adquirido, herencia de Dios...-”, y otras lindezas mundanas, aberrantes desde el Evangelio (santidad, beatitud, eminencia, monseñor...). Hasta tal punto que el Pueblo de Dios no puede echarles del ministerio, si ellos -servidores corporativistas- no quieren. Han interpretado el Evangelio desde el patriarcalismo más absoluto, elaborado su teología, construido su Código más decisivo que el Evangelio.

Para el Concilio, el sacerdocio de los fieles es “primario” ontológicamente, pues es la esencia de la que participa todo el Pueblo de Dios. Cristo, “ungido” por el Espíritu Santo, nos ha hecho a todos “ungidos” (“Cristos”) en el bautismo. Nos ha constituido en sacerdocio santo. El sacerdocio “ministerial” -adjetivo- es “funcional, servicial” del Pueblo de Dios. Todos los ministerios están en el Pueblo sacerdotal, y, lógico, son sacerdotales. Lo ocurrido es que los ministerios “jerárquicos”, se han apropiado del carácter “sacerdotal” de toda la Iglesia. En todo el Nuevo Testamento, se les llama por su función: supervisores (epíscopos), diáconos (servidores), presbíteros (ancianos para presidir la unidad), “dirigentes”... Con el tiempo, dada la importancia de su función en la Iglesia, conferida en el “sacramento del Orden”, la llaman “potestad sagrada” para presidir la Eucaristía, perdonar pecados y representar “públicamente” el oficio sacerdotal (PO 2). Su sacerdocio es una participación peculiar del de Cristo. Pero también los bautizados, ungidos por el Espíritu, tienen consagración y misión, tienen “potestad sagrada”. Como Cristo sentimos que “el Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido, y me ha enviado a evangelizar a los pobres..” (Lc 4,18s).

Para Benedicto XVI sólo el sacerdocio ministerial es sacerdocio. “Estar en la presencia del Señor y servirle”, dice, es un punto de unión entre ambos Testamentos: describen la esencia del sacerdocio. Interpretó el texto en su homilía del Jueves Santo de 2006 en San Pedro de Roma. A los sacerdotes, les hizo estas preguntas: “A qué hemos dicho sí? ¿Qué es ser sacerdote de Jesucristo?”. Y les contestaba: “el Canon II del Misal... describe la esencia del ministerio sacerdotal con las palabras que usa el libro del Deuteronomio (Dt 18, 5.7) para describir la esencia del sacerdocio del Antiguo Testamento: `astare coram te et tibi ministrare´” (p. 61). “Esta afirmación debe entenderse en el contexto de que los sacerdotes no recibían ningún lote de terreno en la Tierra Santa, pues vivían de Dios y para Dios... Su profesión era `estar en presencia del Señor´, mirarlo a él, vivir para él.., mantener el mundo abierto hacia Dios...” (p. 61-62). Al incluirla en el Canon, tras la consagración, con el Señor ya presente, “indica la Eucaristía como centro de la vida sacerdotal” (p. 62). El himno del Oficio de Lectura, en Cuaresma, propone como tarea cuaresmal: “estemos de guardia de modo más intenso”. La tradición siria monacal define a los monjes como “los que están en pie”. Esto es “misión sacerdotal y la interpretación correcta de las palabras del Deuteronomio: el sacerdote tiene la misión de velar” (p. 63). Implica: mantener despierto al mundo para Dios; de pie frente a las corrientes mundanas; de pie en la verdad y en el compromiso por el bien. “Estar en presencia del Señor” es hacerse cargo de los hombres ante el Señor, que a su vez se hace cargo de nosotros ante el Padre; hacerse cargo de Cristo, de su palabra, de su verdad, de su amor hasta sufrir por ello (He 5,41).

Todo esto está muy bien, pero referido a toda la Iglesia, a todo cristiano, que vive en presencia del Señor e intenta servirle con el mismo Espíritu de Jesús. “Servirte en tu presencia”,en el Antiguo Testamento, tiene significado ritual. Ahora debe aplicarse al culto cristiano. Sobre todo a la Eucaristía. Supone celebración correcta, “alma de nuestra vida diaria” (oración, anuncio de la Palabra, conocer al Señor y darlo a conocer), cercanía con el Señor sin acostumbrarse ni arrutinarse, obediencia (“no se haga mi voluntad sino la tuya” -Lc 22,42-), comunión con la Iglesia, dejarnos llevar (Jn 21,18), servidor de Dios y de todos (lavatorio de los pies). La Eucaristía nos abaja y nos eleva con Cristo, y nos remite a otros modos de servicio al prójimo. Todo esto son actitudes cristianas, propias de todos los cristianos.

Leganés, 19 noviembre 2020

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