Aprendamos de Jesús a respetar la dignidad y a cuidar a los hermanos VIERNES SANTO “CONFINADO”: Celebración familiar (10.04.2020)

Sugerencias para la celebración:

- A una hora adecuada de la tarde, pueden reunirse alrededor de una mesa.

- Poner en la mesa un crucifijo, puede ayudar un cartel con la frase evangélica: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23,46), cirio encendido...

- Conviene que las diversas oraciones y lecturas se repartan entre los participantes. 

Orden sugerido para la celebración:

  1. Oración inicial.
  2. Lectura de la carta a los Hebreros 4,14-16; 5,7-9.
  3. Lectura del salmo 30.
  4. Lectura de la Pasión según Juan 18,1 - 19,42 (si hay tres lectores, uno hace de cronista, otro de Jesús, y otro de los demás personajes).
  5. Oración: El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?” (Jn 18-19)
  6. Oración Universal
  7. Adoración de la Santa Cruz
  8. Padre nuestro...
  9. Acción de gracias por la experiencia
  10. Oración final.

Oración inicial

Nos reunimos, Señor Dios nuestro, a celebrar la Pasión y muerte de Jesús, tu Hijo y Hermano nuestro. Él vivió su vida en tu amor, y así bebió “el cáliz” que viene del Amor a la verdad y a la vida. Que aprendamos de Él a respetar la dignidad y a cuidar a los hermanos, abrazando lágrimas y sufrimientos, no devolviendo mal por mal, sino amor que disculpa: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”. Te lo pedimos, Padre de todos, que vives por los siglos de los siglos. Amén.

Lectura de la carta a los Hebreros 4,14-16; 5,7-9

Hermanos: Tenemos un sumo sacerdote grande que ha atravesado el cielo, Jesús, Hijo de Dios, mantengamos firme la confesión de fe. No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo, como nosotros, menos en el pecado. Por eso, comparezcamos confiados ante el trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia para un auxilio oportuno. Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, siendo escuchado por su piedad filial. Y, aun siendo Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se convirtió, para todos los que lo obedecen, en autor de salvación eterna,

Palabra de Dios.

Lectura del salmo 30:

A ti, Señor, me acojo: no quede yo nunca defraudado;

tú, que eres justo, ponme a salvo.

A tus manos encomiendo mi espíritu: tú, el Dios leal, me librarás;

Soy la burla de todos mis enemigos, la irrisión de mis vecinos,

el espanto de mis conocidos: me ven por la calle y escapan de mí.

Me han olvidado como a un muerto, me han desechado como a un cacharro inútil.

Pero yo confío en ti, Señor; te digo: «Tú eres mi Dios».

En tus manos están mis azares: líbrame de mis enemigos que me persiguen;

Haz brillar tu rostro sobre tu siervo, sálvame por tu misericordia.

Sed fuertes y valientes de corazón los que esperáis en el Señor.

Lectura de la Pasión según Juan 18,1 - 19,42

Cronista: En aquel tiempo, salió Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus discípulos. Judas, el que lo iba a entregar, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos. Judas entonces, tomando una cohorte y unos guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos, entró allá con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que venía sobre él, se adelantó y les dijo:

(Jesús) «¿A quién buscáis?».

Le contestaron:

(Otros personajes) «A Jesús, el Nazareno».

Les dijo Jesús:

«Yo soy».

Estaba también con ellos Judas, el que lo iba a entregar. Al decirles: «Yo soy», retrocedieron y cayeron a tierra. Les preguntó otra vez:

«¿A quién buscáis?».

Ellos dijeron:

«A Jesús, el Nazareno».

Jesús contestó:

«Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad marchar a estos».

Y así se cumplió lo que había dicho: «No he perdido a ninguno de los que me diste». Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco.

Dijo entonces Jesús a Pedro:

«Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?». La cohorte, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año; Caifás era el que había dado a los judíos este consejo: «Conviene que muera un solo hombre por el pueblo». Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedó fuera a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La criada portera dijo entonces a Pedro:

«¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?».

Él dijo: «No lo soy».

Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose. El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su doctrina. Jesús le contestó:

«Yo he hablado abiertamente al mundo; yo he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me preguntas a mí? Pregunta a los que me han oído de qué les he hablado. Ellos saben lo que yo he dicho».

Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaba allí le dio una bofetada a Jesús, diciendo:

«¿Así contestas al sumo sacerdote?».

Jesús respondió: «Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?».

Entonces Anás lo envió atado a Caifás, sumo sacerdote. Simón Pedro estaba de pie, calentándose, y le dijeron:

«¿No eres tú también de sus discípulos?».

Él lo negó, diciendo: «No lo soy».

Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le cortó la oreja, le dijo:

«¿No te he visto yo en el huerto con él?».

Pedro volvió a negar, y enseguida cantó un gallo. Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era el amanecer, y ellos no entraron en el pretorio para no incurrir en impureza y poder así comer la Pascua. Salió Pilato afuera, adonde estaban ellos, y dijo:

«¿Qué acusación presentáis contra este hombre?». Le contestaron:

«Si este no fuera un malhechor, no te lo entregaríamos».

Pilato les dijo: «Lleváoslo vosotros y juzgadlo según vuestra ley».

Los judíos le dijeron: «No estamos autorizados para dar muerte a nadie».

Y así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir. Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo:

«¿Eres tú el rey de los judíos?».

Jesús le contestó: «¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?».

Pilato replicó: «¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?».

Jesús le contestó: «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí».

Pilato le dijo: «Entonces, ¿tú eres rey?».

Jesús le contestó: «Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz».

Pilato le dijo: «Y ¿qué es la verdad?».

Dicho esto, salió otra vez adonde estaban los judíos y les dijo: «Yo no encuentro en él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que por Pascua ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?».

Volvieron a gritar: «A ese no, a Barrabás».

El tal Barrabás era un bandido.

Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Y los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura; y, acercándose a él, le decían: «¡Salve, rey de los judíos!».

Y le daban bofetadas. Pilato salió otra vez afuera y les dijo:

«Mirad, os lo saco afuera para que sepáis que no encuentro en él ninguna culpa».

Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo: «He aquí al hombre».

Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron:

«¡Crucifícalo, crucifícalo!».

Pilato les dijo: «Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él».

Los judíos le contestaron: «Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha hecho Hijo de Dios».

Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más. Entró otra vez en el pretorio y dijo a Jesús: «¿De dónde eres tú?».

Pero Jesús no le dio respuesta. Y Pilato le dijo: «¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?».

Jesús le contestó: «No tendrías ninguna autoridad sobre mí si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor».

Desde este momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban:

«Si sueltas a ese, no eres amigo del César. Todo el que se hace rey está contra el César».

Pilato entonces, al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y se sentó en el tribunal, en el sitio que llaman «el Enlosado» (en hebreo Gábbata). Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodía. Y dijo Pilato a los judíos: «He aquí a vuestro rey».

Ellos gritaron: «¡Fuera, fuera; crucifícalo!».

Pilato les dijo: «¿A vuestro rey voy a crucificar?».

Contestaron los sumos sacerdotes: «No tenemos más rey que al César».

Entonces se lo entregó para que lo crucificaran. Tomaron a Jesús, y, cargando él mismo con la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: «Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos». Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús, y estaba escrito en hebreo, latín y griego. Entonces los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato:

«No escribas “El rey de los judíos”, sino: “Este ha dicho: soy el rey de los judíos”». Pilato les contestó: «Lo escrito, escrito está».

Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron: «No la rasguemos, sino echémosla a suerte, a ver a quién le toca». Así se cumplió la Escritura: «Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica». Esto hicieron los soldados.

Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo».

Luego, dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre».

Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio. Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dijo: «Tengo sed».

Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: «Está cumplido».

E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu. Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día grande, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: «No le quebrarán un hueso»; y en otro lugar la Escritura dice: «Mirarán al que traspasaron». Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús aunque oculto por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en los lienzos con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto, un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.

Oración: El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?” (Jn 18-19)

Miremos la realidad

Miedo y desesperación, frutos de la pandemia.

Una fuerza bruta está humillando la soberbia humana.

Lograremos dominarla, pero dejará mucho rastro de dolor.

El ser humano vive una condena más y una cruz más.

Cireneos y Magdalenas siguen ayudando y consolando.

Lucía es una mujer crucificada: enfermedad,

abandono del marido, apuros económicos...

“¿Cómo es posible que siga creyendo que Dios la ama?”.

Como Jesús, perdona, confía en Cáritas, vive en paz.

Sigue asistiendo a la oración comunitaria de la parroquia. 

Un sacerdote de 72 años con coronavirus fallece en Italia

tras renunciar al respirador en favor de un paciente más joven.

El padre Giuseppe Berardelli, de Casnigo, diócesis de Bérgamo,

renunció al respirador que le había comprado

la comunidad parroquial a la que servía.

“¿Quién es el rey o la reina de nuestra casa?”.

Esta pregunta se hizo en un grupo cristiano.

Nadie adivinaba la intención.

Las respuestas señalaron al que menos servía en la casa:

el más comodón, el más “ordeno y mando”,

el más respetado por su carácter dominante o por sus años...

Ninguno reinaba “desde la cruz” del amor.

Jesús abrazado a la cruz del amor:

nuestra historia se ilumina con tu pasión y muerte:

hasta el final brilla tu amor a los hermanos;

hasta el final amas y comprendes a todos, justos e injustos;

hasta el final rechazas la violencia con amor y deseo de justicia.

Tu atención a la vida dolorida dirige nuestra mirada

a los enfermos, a las personas solas, a las familias rotas...

Tu abrazo consciente de la limitación humana,

inspira a Lucía su aguante, su lucha, su fe en el Padre.

Tu generosidad, tu perdón, tu amor que entrega la vida,

inspira a renunciar al respirador en favor de una vida más joven.

Tu reino de amor crucificado,

sigue entregando tu espíritu de servicio.

¿De dónde te brota, Cristo, esta energía, esta inspiración?

A Pedro, que había sacado la espada, le dices el secreto:

El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?

En la oración al Padre has encontrado la fuerza de su amor;

su Amor “hace salir el sol y bajar la lluvia sobre justos e injustos”;

ilumina tu actitud de vida ante Judas, ante Pedro, ante los dirigentes,

ante el pueblo, ante tu madre, ante el discípulo Juan,

ante los compañeros de suplicio...

Ayúdanos, Jesús de la pasión, a tratar con el Padre nuestra vida.

Así beberemos “el cáliz” que viene de su Amor:

amor del Padre nos lleva a reconocer nuestra dignidad;

amor que abraza lágrimas y sufrimientos;

amor que no busca venganza, ni devuelve mal por mal;

amor que disculpa: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”.

Oración Universal

  1. Por la Santa Iglesia

Oremos, hermanos, por “la comunidad cristiana, integrada por personas que, reunidas en Cristo, son guiadas por el Espíritu Santo en su camino hacia el Reino del Padre y han recibido una noticia de salvación para proponérsela a todos” (GS 1).

Dios, Padre de toda bondad, que a través de Cristo has llamado a toda la humanidad a vivir como hijos tuyos y hermanos unos de otros, ayuda a las comunidades cristianas a “compartir los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren” (GS 1). Por Jesucristo nuestro Señor.

  1. Por el Papa

Oremos también por el sucesor de Pedro, el obispo de Roma, el Papa Francisco. Que siga, en nuestros días, el servicio conciliador, como Pedro en la iglesia primera, que ante las opiniones encontradas, fue capaz de recordar a todos: “¿por qué tentáis a Dios queriendo poner sobre el cuello de esos discípulos un yugo, que ni nosotros ni nuestros padres hemos podido soportar?” (He 15,10).

Dios, Padre de toda bondad, bendice al sucesor de Pedro, el Papa Francisco, para que guíe a la Iglesia en el camino de Cristo, “no imponiendo más cargas que las indispensables” (He 15,28), que nos recuerde “que no nos olvidemos de los pobres” (Gál 2,10), que nos “afiance en la fe” (Lc 22,32) y nos ayude a ser “evangelio” para nuestros hermanos. Por Jesucristo nuestro Señor.

  1. Por los ministros de la Iglesia y por los fieles

Oremos también por el obispo de nuestra diócesis, N., por todos obispos, por los presbíteros, por los diáconos, y por todos los que ejercen algún servicio a la Comunidad cristiana, y por todos los miembros del Pueblo de Dios.

Dios, Padre de toda bondad, reaviva tu Espíritu de servicio en quienes nos presiden en la fe, para animarnos a seguir las huellas de amor y servicio que nos dejó tu Hijo Jesús. Que todos “amemos a la comunidad fraternal” (1Pe 2, 17), y “apreciemos el esfuerzode los que trabajan entre nosotros cuidando de nosotros por el Señor y amonestándonos” (1Tes 5,12-13). Por Jesucristo nuestro Señor.

  1. Por los catecúmenos

Cada día van siendo más los que reciben el bautismo tras una catequesis en la que descubren el Evangelio de Jesús, y van incorporándose poco a poco a la Iglesia. Pidamos ahora por todas las personas que se están preparando para recibir el bautismo del agua y el Espíritu.

Dios, Padre de toda bondad, abre los ojos del corazón y de la mente a quienes escuchan tu Evangelio, para que conozcan tu Amor sin medida, acepten tu Espíritu, simbolizado en el agua del bautismo, y sean capaces de seguirte con todos nosotros en la comunidad cristiana. Por Jesucristo nuestro Señor.

  1. Por la unidad de todos los cristianos

Es una tragedia del cristianismo: católicos, ortodoxos, reformados, anglicanos... todos anunciamos el Evangelio del Amor de Dios manifestado en Cristo. Pero este Amor no lo vivimos entre nosotros. Nuestras tradiciones humanas, nuestras teologías, nuestros ritos... respetables, son más importantes que el Evangelio. Pidamos converger todos en el Espíritu evangélico.

Dios, Padre de toda bondad, compadécete de todos los cristianos que vivimos la contradicción de llamarnos hermanos en Cristo, y no somos capaces de mirarnos a la cara, y trabajar juntos por el Reino de la vida, del amor, de la paz, de la justicia, de la verdad... Por Jesucristo nuestro Señor.

  1. Por los judíos

El cristianismo surgió del pueblo judío. Jesús era un judío, que descubrió el Amor universal, se sintió el Hijo amado de Dios, anunció el Evangelio del Reino de Dios primeramente a los judíos. Son muchos los vínculos que nos unen a ellos: los Padres de la fe, la alianza, la profecía...

Dios, Padre de toda bondad, que sigues bendiciendo a quienes creen en tu amor, inspíranos a judíos y cristianos el aliento mismo que inspiraste a Jesús de Nazaret, que vive contigo en la unidad del Espíritu Santo por los siglos de los siglos.

  1. Por los que no creen en Cristo

Son muchos en nuestros pueblos y ciudades que conocen y admiran a Jesús de Nazaret. Pero no creen que viene del Misterio último de la vida, del Creador. 

Dios, Padre de toda bondad, que tu Espíritu abra su corazón a la verdad de Jesús, el Hijo de Dios, que el amó sin límites, sobre todo a los más necesitados. Y que nosotros, los que creemos en Cristo, demos testimonio de su amor hasta la muerte. Por el mismo Jesucristo nuestro Señor.

  1. Por los que no creen en Dios

No creen en nuestro Dios, en el Padre de Jesús, “al que nadie ha visto, pero un Hijo único, Dios, el que está de cara al Padre, ha sido la explicación” (Jn 1,18).

Dios, Padre de toda bondad, Jesús, el Hijo, nos ha explicado que Tú eres el Padre que ama a todos, que “haces salir el sol y bajar la lluvia para justos e injustos”. Nadie te ha visto, pero todos tenemos el corazón y la inteligencia inclinados al bien y la verdad. Que nuestro respeto y amor hacia todos los seres humanos, crean o no crean en Ti, sean testimonio de tu respeto y amor. Por el mismo Jesucristo nuestro Señor.

  1. Por los gobernantes de todos los pueblos y naciones.

Que sean cuiden del bien común, especialmente de los más débiles. Que sean honestos, respeten los derechos humanos, promuevan la libertad y la participación.

Dios, Padre de toda bondad, que quieres que todos los seres humanos vivan, se realicen como personas libres e inteligentes, bendice a quienes presiden los diversos pueblos y naciones para que, con tu gracia, procuren la paz y el desarrollo de sus países. Por el mismo Jesucristo nuestro Señor.

  1. Por los atribulados

“Oremos también por todos los que sufren las consecuencias de la pandemia actual: para que Dios Padre conceda la salud a los enfermos, fortaleza al personal sanitario, consuelo a las familias y la salvación a todas las víctimas que han muerto”.

Dios, Padre de toda bondad que en tu Hijo, Jesús de Nazaret, manifestaste amor preferencial por los más débiles de la sociedad. Suscita este mismo amor entre nosotros, en tu Iglesia, para que la atención a los necesitados sea nuestro más preciado tesoro. Que “ante los casos de necesidad no demos preferencia a los adornos superfluos de los templos y a los objetos preciosos de culto divino; al contrario, nos sintamos obligados a enajenar esos bienes para dar pan, bebida, vestido y casa a quien carece de ello” (J. Pablo II: Sollic. rei soc. 31). Por el mismo Jesucristo nuestro Señor.

Adoración de la Santa Cruz

En silencio, besamos el crucifijo, diciendo:

“Mirad el árbol de la cruz donde estuvo clavada la salvación del mundo. Venid a adorarlo”.

Luego podemos leer este

Soneto a Cristo crucificado:

No me mueve, mi Dios, para quererte

el Cielo que me tienes prometido

ni me mueve el Infierno tan temido

para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor. Múeveme el verte

clavado en una cruz y escarnecido;

muéveme el ver tu cuerpo tan herido,

muévenme tus afrentas, y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,

que, aunque no hubiera Cielo, yo te amara,

y, aunque no hubiera Infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera,

pues, aunque lo que espero no esperara,

lo mismo que te quiero te quisiera.

(Soneto anónimo s. XVI).

Padre nuestro...

Acción de gracias por la experiencia (en silencio, o que cada uno lo exprese como le salga del corazón).

Oración final:

El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?”. En la oración al Padre has encontrado, Jesús de todos, la fuerza de su amor; su Amor, que “hace salir el sol y bajar la lluvia sobre justos e injustos”, ilumina tu actitud de vida: ante Judas, ante Pedro, ante los dirigentes, ante el pueblo, ante tu madre, ante el discípulo Juan, ante los compañeros de suplicio... Que también todos nosotros encontremos en el Amor del Padre la fuerza para vivir con tu dignidad y tu espíritu. Te lo pedimos a ti, Jesús, que vives por os siglos de los siglos.

Amén.

Leganés (Madrid), 10 abril 2020

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