La Iglesia, dejándose llevar de las religiones, empezó a llamar `sacerdotes´ a los que presidían las comunidades y sus celebraciones Los cristianos somos sacerdotes como Jesús (Domingo 5º Pascua 2ª Lect. 07.05.2023)

Sacerdocio de Cristo es toda nuestra vida

Comentario: “Acercándoos a él, piedra viva...entráis... en sacerdocio santo” (1Pe 2,4-9)

Los dirigentes cristianos nunca son llamados “sacerdotes” en el Nuevo Testamento. En Jesús, somos sacerdotes todos los bautizados. La consagración bautismal nos integra en su único sacerdocio: “Acercándoos a él, piedra viva..., también vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción de una casa espiritual para un sacerdocio santo, a fin de ofrecer sacrificios espirituales agradables a Dios por medio de Jesucristo” (vv. 4s). La Iglesia, dejándose llevar de las religiones, empezó a llamar `sacerdotes´ a los que presidían las comunidades y sus celebraciones. Ella sabe muy bien que es toda un pueblo sacerdotal. La eucaristía, “fuente y culmen de toda evangelización” (PO 5), no es propia, individual o privativa de quien preside. Es celebración comunitaria, sacerdotal, presidida por el presbítero. El sacerdocio de Cristo es toda la vida, no sólo la memoria celebrativa. El sacerdocio de Jesús se realiza viviendo en su mismo Espíritu. Los servidores de las comunidades están al servicio del sacerdocio existencial, vital, de todos.

A todos los cristianos nos dice la carta de Pedro: “Vosotros sois un linaje elegido, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo adquirido por Dios para que anunciéis las proezas del que os llamó de las tinieblas a su luz maravillosa”. Recibimos los títulos de Israel: “pueblo elegido” (Is 43, 20e), “reino de sacerdotes” (Ex 19,6; Is 61,6; cf. Ap 1, 6), “nación santa” (Ex 19, 6), “mi propiedad personal” (Ex 19, 5; Dt 7,6; 14, 2; Is 43,21; Mal 3,17; ). Somos el nuevo Pueblo de Dios, la comunidad del Espíritu Santo, sacerdotes de la Nueva Alianza. El bautismo es la consagración fundamental, fuente de donde nacen todas las vocaciones ministeriales o específicas.

En la Iglesia hay funciones diversas: presidentes (obispos y presbíteros), apóstoles (predicadores, catequistas), doctores (se especializan en teología, biblia, espiritualidad...), profetas (sensibles y valientes contra el mal), cuidadores de los más débiles, gerentes de bienes comunes, etc. Estos servicios (eso significa “ministerio”) son todos sacerdotales. Es pecado original del clero apropiarse del “sacerdocio”, del poder legislativo, judicial y ejecutivo de la Iglesia. Esta apropiación surge cuando la Iglesia pierde el vigor sacerdotal común y llega a identificarse con el “clero”. Término este que designaba a los “elegidos, la suerte de Dios, su pueblo”. Así lo acredita esta carta de Pedro: “A los presbíteros os exhorto: pastoread el rebaño de Dios..., mirad por él de buena gana...; no por sórdida ganancia...; no como déspotas con quienes os ha tocado en suerte(“ton cléron”), sino convirtiéndoos en modelos del rebaño” (1Pe 5,1-3). El “clero” (“la suerte” de Dios, su pueblo) se ha reducido a los dirigentes. Sólo ellos serán llamados “sacerdotes”. En 2016, la Congregación para el Clero publica un documento que titula “el don de la vocación presbiteral”, pero con subtítulo de “Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis”. La “institución sacerdotal” sigue siendo sólo la de los dirigentes, como si los bautizados no fuéramos "instituidos" sacerdotes.

Los “sacrificios espirituales son actividades y actitudes humanas, imbuidas de Espíritu, según la vocación y servicio en la sociedad y en la Iglesia. Sacerdotal es presidir, educar en la fe, trabajar en un sindicato, cuidar un enfermo... Actuar llevados por el Espíritu de Jesús, en relación con Dios, con la religión, el poder, el dinero, el boato, los débiles..., es realizar “sacrificios espirituales, agradables a Dios por medio de Jesucristo”. “Quien me ha visto a mí ha visto al Padre” (Jn 14,9). Así reflejamos al Padre en nuestra humanidad, como Jesús.

Oración: “Acercándoos a él, piedra viva...entráis... en sacerdocio santo” (1Pe 2,4-9)

Jesús, lleno del Espíritu de Dios:

en el bautismo nos acercamos a ti “piedra viva”;

nos ungiste con tu “Espíritu santo”;

incendiaste nuestra persona con el amor divino;

entramos en la construcción de una casa espiritual

para un sacerdocio santo”.

Tu Espíritu nos consagra para construirtu Reino:

para ser “buena noticia” de pobres y carentes de vida;

para vivir la libertad guiada por el Amor;

para abrir los ojos al ciego de egoísmo y autosuficiencia;

para anunciar el Amor incondicional de Dios.

Compartimos contigo, Jesús, tu “sacerdocio santo”:

como tú, llamamos a Dios “Padre”;

nos reconocemos hermanos en Ti;

veneramos la vida con tu mismo Espíritu;

nos afanamos por realizarnos de verdad.

Nuestroquehacerbrota de nuestro bautismo:

“Tú, Cristo Jesús, supremo y eterno Sacerdote,

quieres continuar tu testimonio y tu servicio;

nos vivificas con tu Espíritu y nos impulsas sin cesar

a toda obra buena y perfecta.

A quienes asocias íntimamente a tu vida y a tu misión,

nos haces partícipes de tu oficio sacerdotal

con el fin de que ejerzamos el culto espiritual

para gloria de Dios y salvación de los hombres.

En cuanto consagrados a Cristo y ungidos por el Espíritu Santo,

somos admirablemente llamados y dotados,

para que en nosotros se produzcan siempre

los más abundantes frutos del Espíritu.

Todas nuestras obras, oraciones e iniciativas apostólicas,

la vida conyugal y familiar, el cotidiano trabajo,

el descanso de alma y de cuerpo,

si son hechos en el Espíritu,

e incluso las mismas pruebas de la vida

si se sobrellevan pacientemente,

se convierten en sacrificios espirituales,

aceptables a Dios por Jesucristo (cf. 1 P 2, 5);

en la celebración de la Eucaristía las ofrecemos fervorosos 

al Padre, junto con la ofrenda de tu cuerpo, Señor.

Así, también todos, adoradores actuantes santamente en todo lugar,

consagramos el mundo mismo a Dios” (LG 34).

En la eucaristíano somos receptores pasivos:

todos somos concelebrantes, auténticos sacerdotes;

todos ofrecemos al Padre tu existencia entregada al Amor;

nos sentimos tu cuerpo, ungidos por tu mismo Espíritu;

realizamos tu sacerdocio en la vida;

somos testigos del amor de Dios dando la vida contigo.

Renueva, Jesús de todos, nuestro sacerdocio:

que el quehacer diario esté alentado por tu Espíritu;

que nos sintamos “linaje elegido, sacerdocio real...,

pueblo adquirido por Dios para hacer presente su Amor”.

Preces de los Fieles (D. 5º Pascua 2ª Lect. 07.05.2023)

Somos el “santo pueblo fiel de Dios”, recordando ahora la Cena de Jesús. Como él, hacemos nuestros “los gozos y esperanzas, tristezas y angustias de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren” (GS 1). Pidamos ser sus sacerdotes, diciendo: “queremos `hacer tus obras´, Señor”.

Por la Iglesia:

- que sea capaz de renovarse de acuerdo con el Evangelio;

- que podamos ver en su vida el Amor del Padre.

Roguemos al Señor: “queremos hacer tus obras, Señor”.

Por las intenciones del Papa (mayo 2023):

- que “movimientos y grupos eclesiales redescubran su misión evangelizadora”;

- que “pongan sus propios carismas al servicio de las necesidades del mundo”.

Roguemos al Señor: “queremos hacer tus obras, Señor”.

Por la paz de nuestro mundo:

- que cesen todas las guerras;

- que surja el diálogo y entendimiento entre los pueblos.

Roguemos al Señor: “queremos hacer tus obras, Señor”.

Por los refugiados, enfermos, sin techo...:

- que veamos en ellos el rostro de Cristo, hermano de todos;

- que sientan nuestro espíritu de fortaleza, de fe, de esperanza.

Roguemos al Señor: “queremos hacer tus obras, Señor”.

Por nuestra parroquia:

- que nos sintamos sacerdotes como Jesús;

- que comuniquemos su Amor en todas partes.

Roguemos al Señor: “queremos hacer tus obras, Señor”.

Por esta celebración:

- que sintamos la alegría de estar en el Amor de Jesús;

- que crezcan nuestro deseos de actuar en favor de los más pobres.

Roguemos al Señor: “queremos hacer tus obras, Señor”.

Somos “piedras vivas”, animadas por tu mismo Espíritu. Queremos `hacer obras como las tuyas, y aun mayores´ (Jn 14, 12). Confiamos en tu amor, por los siglos de los siglos.

Amén.

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