Todo bautizado (hombre y mujer) puede representar a Cristo en cualquier ministerio eclesial, si ha recibido carisma del Espíritu y encargo de la comunidad Que nos dejemos llevar de tu Espíritu, Jesús (Domingo 3º C TO 2ªlect. 26.01.2025)
Somos actores de la obra de Jesús, responsables de su Evangelio y de su Amor
| Rufo González
Comentario: “vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro” (1Cor 12,12-30)
La primera parte de este capítulo, leída el domingo pasado (12,4-11), subraya la variedad y unidad de carismas, servicios y actividades de la Iglesia. Todo es gracia y manifestación del Espíritu para el bien común. La lectura de hoy, utilizando la analogía del cuerpo humano, subraya la unidad en Cristo de los bautizados: “Pues, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo” (v. 12).
La unidad está en el Espíritu Santo: “Pues todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu…” (vv. 13-14). Texto coincidente en el fondo con: “Cuantos habéis sido bautizados en Cristo, os habéis revestido de Cristo. No hay judío y griego, esclavo y libre, hombre y mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gál 3,27-28). Gálatas incluye el género: “hombre y mujerson uno en Cristo”. Luego, todo bautizado puede representar a Cristo en cualquier ministerio eclesial, si ha recibido carisma del Espíritu y encargo de la comunidad.
Todo cuerpo necesita sus miembros: “Si dijera el pie: «Puesto que no soy mano, no formo parte del cuerpo», ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Y si el oído dijera: «Puesto que no soy ojo, no formo parte del cuerpo», ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Si el cuerpo entero fuera ojo, ¿dónde estaría el oído?; si fuera todo oído, ¿dónde estaría el olfato? Pues bien, Dios distribuyó cada uno de los miembros en el cuerpo como quiso. Si todos fueran un solo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo? Sin embargo, aunque es cierto que los miembros son muchos, el cuerpo es uno solo. El ojo no puede decir a la mano: «No te necesito»; y la cabeza no puede decir a los pies: «No os necesito»”(vv. 15-21).
El Cuerpo social de Cristo necesita vivir las actitudes vitales de Jesús. Es la propuesta de Pablo: “Los miembros que parecen más débiles son necesarios…; los que nos parecen más despreciables los rodeamos de mayor respeto; y los menos decorosos los tratamos con más decoro… Y destaca la razón: “Dios organizó el cuerpo dando mayor honor a lo que carece de él, para que así no haya división en el cuerpo, sino que más bien todos los miembros se preocupen por igual unos de otros. Y si un miembro sufre, todos sufren con él; si un miembro es honrado, todos se alegran con él” (vv. 23-26). Curiosamente la división en la Iglesia viene por el poder, el honor, la distinción, la riqueza… Si Dios “da mayor honor a los que carecen de él” en el mundo, nos está mostrando el camino de la reconciliación. Los seguidores de Jesús viven las preferencias de Jesús: los débiles, los despreciados, los menos decorosos, los que carecen de honor, los que sufren. A éstos debemos honrar y cuidar.
Afirmación fundamental: “vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro” (v. 27). En presente de indicativo, expresando realidad: ὑμεῖς δέ ἐστε σῶμα Χριστοῦ καὶ μέλη ἐκ μέρους: “vosotros sois cuerpo de Cristo y miembros en parte” (tomados individualmente). Expresión similar en Romanos: “nosotros, siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo, pero cada cual existe en relación con los otros miembros” (Rm 12,5). “Cristo nos concedió participar de su Espíritu, quien, siendo uno solo en la Cabeza y en los miembros, vivifica todo el cuerpo, lo une y lo mueve” (LG 7). Reconocerse parte del cuerpo de Cristo nos hace conscientes de una gran responsabilidad. Somos actores de la obra de Jesús, responsables de su Evangelio y de su Amor. En esto está nuestro honor y gloria.
Enumeración de algunos servicios:“en la Iglesia, Dios puso en primer lugar a los apóstoles; en segundo lugar, a los profetas; en el tercero, a los maestros; después, los milagros; después el carisma de curaciones, la beneficencia, el gobierno, la diversidad de lenguas. ¿Acaso son todos apóstoles? ¿O todos son profetas? ¿O todos maestros? ¿O hacen todos milagros? ¿Tienen todos don para curar? ¿Hablan todos en lenguas o todos las interpretan?” (vv. 28-30). Es necesario discernir los carismas, servicios y operaciones. A todos se nos pide: “No apaguéis el espíritu, no despreciéis las profecías. Examinadlo todo; quedaos con lo bueno” (1Tes 5,19ss). El Vaticano II, para evitar subjetivismos y desórdenes, concreta: “el juicio de su autenticidad y de su ejercicio razonable pertenece a quienes tienen la autoridad en la Iglesia, a los cuales compete ante todo no sofocar el Espíritu, sino probarlo todo y retener lo que es bueno (1Ts 5,12 y 19-21)” (LG 12). La sinodalidad amplía esta tarea a toda la Iglesia.
Oración: ““vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro” (1 Cor 12,12-30)
Jesús, cabeza del Pueblo de Dios:
leemos la analogía de tu Iglesia con el cuerpo humano;
“lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros,
y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos,
son un solo cuerpo,
así es también Cristo” (vv. 12-13).
“Quienes creemos en ti, Cristo, hemos renacido:
no de un germen corruptible, sino de uno incorruptible,
mediante la palabra de Dios vivo (1P 1,23),
no de la carne, sino del agua y del Espíritu Santo (Jn 3,5-6);
constituimos «un linaje elegido, un sacerdocio real,
una nación santa, un pueblo adquirido...;
los que antes erais no-pueblo, ahora sois pueblo de Dios»
(1P 2, 9-10)” (LG 9).
Nosotros, tu pueblo, “te tenemos a ti, Cristo, por cabeza:
Tú, `fuiste entregado por nuestros pecados
y resucitado para nuestra salvación´ (Rm 4,25);
tú tienes ahora un nombre que está sobre todo nombre,
reinas gloriosamente en los cielos.
Nuestra condición es la dignidad y libertad de los hijos de Dios:
en cuyos corazones habita el Espíritu Santo como en un templo.
Tenemos por ley el nuevo mandato de amar
como tú, Cristo, nos amaste (cf. Jn 13,34).
Tenemos como fin, el dilatar más y más el reino de Dios,
iniciado por el mismo Dios en la tierra,
hasta que al final de los tiempos Él lo consume,
cuando te manifiestes tú, Cristo, vida nuestra (cf. Col 3,4),
y «seamos libertados de la servidumbre de la corrupción
para participar en la libertad de los hijos de Dios» (Rm 8,21).
Nosotros, tu pueblo mesiánico,
aunque no incluyamos a toda la humanidad actualmente
y con frecuencia parezcamos una porción pequeña,
somos para todo el género humano, un germen segurísimo
de unidad, de esperanza y de realización plena.
Cristo, tú nos has instituido para ser comunión
de vida, de caridad y de verdad;
te sirves de nosotros como de instrumento para
liberar del mal y rehacer hijos de Dios y hermanos tuyos;
nos envías a todo el universo
como luz del mundo y sal de la tierra (Mt 5,13-16)” (LG 9).
Jesús, cabeza de la Iglesia:
aceptamos con alegría ser miembros de tu Cuerpo;
te agradecemos el bautismo que nos dio tu Espíritu,
“quien, siendo uno solo en la Cabeza y en los miembros,
vivifica todo el cuerpo, lo une y lo mueve” (LG 7);
compartimos tu misma dignidad y libertad de hijos de Dios;
nos alimentamos con la Eucaristía que
“contiene todo el bien espiritual de la Iglesia,
es decir, tú, Cristo mismo, nuestra Pascua, pan vivo que,
con tu Carne, por el Espíritu vivificada y vivificante,
das vida a las personas, invitas y estimulas a
ofrecer nuestra vida, trabajos y todo, juntamente contigo” (PO 5).
Así sintonizamos contigo, Jesús hermano:
“«Sabéis que los que son reconocidos
como jefes de los pueblos los tiranizan,
y que los grandes los oprimen.
No será así entre vosotros:
el que quiera ser grande entre vosotros,
que sea vuestro servidor;
y el que quiera ser primero,
sea esclavo de todos.
Porque el Hijo del hombre no ha venido a ser servido,
sino a servir y dar su vida en rehacer a todos» (Mc 10, 42-45).
Que nos dejemos llevar de tu Espíritu, Jesús.
rufo.go@hotmail.com