Decidir comunitario. Esta es la “clave-llave” cuya exclusividad el clero no quiere soltar ¿Cuándo se devolverá al Pueblo cristiano la voz y el voto?

Democratizar la Iglesia, camino para hacerla más comunión (8)

El papa Francisco insiste mucho en la centralidad del Pueblo de Dios, dada en la unción o consagración bautismal. El clero la ha deformado haciéndose él el centro de la Iglesia. En una Carta al cardenal Ouellet dice: “El Santo Pueblo fiel de Dios está ungido con la gracia del Espíritu Santo. A la hora de reflexionar, pensar, evaluar, discernir, debemos estar muy atentos a esta unción... Una de las deformaciones más fuertes es el clericalismo:

- Esta actitud no sólo anula la personalidad de los cristianos, sino que tiene una tendencia a disminuir y desvalorizar la gracia bautismal que el Espíritu Santo puso en el corazón...

- El clericalismo lleva a la funcionalización del laicado; tratándolo como `mandaderos´, coarta distintas iniciativas, esfuerzos y hasta me animo a decir, osadías... necesarios para poder llevar la Buena Nueva del Evangelio a todos los ámbitos...

- El clericalismo lejos de impulsar los distintos aportes, propuestas, poco a poco apaga el fuego profético que la Iglesia toda está llamada a testimoniar...

- El clericalismo olvida que la visibilidad y la sacramentalidad de la Iglesia pertenece a todo el Pueblo de Dios (cfr. LG 9-14). Y no solo a unos pocos elegidos e iluminados” (Carta al Cardenal M. A. Ouellet. Vaticano, 19 marzo 2016).

En una homilía en Santa Marta, al mes siguiente, el Papa va más allá. Comenta Hechos de los Apóstoles 15,7-21: “El camino de la Iglesia es este: reunirse, unirse, escucharse, discutir, rezar y decidir. Esta es la llamada sinodalidad de la Iglesia, en la que se expresa la comunión de la Iglesia. ¿Y quién hace la comunión? ¡Es el Espíritu!... ¿Qué nos pide el Señor? Docilidad al Espíritu. No tener miedo, cuando vemos que el Espíritu es quien nos llama” (Homilía, jueves 5ª semana de Pascua; 28 abril 2016). En la carta al Card. Ouellet habla de “reflexionar, pensar, evaluar, discernir” con el Pueblo de Dios. En Santa Marta añade: “decidir”. Concuerda con el texto revelado: “Toda la asamblea hizo silencio para escuchar... Entonces los apóstoles y los presbíteros con toda la Iglesia acordaron elegir... Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros” (He 15, 12.22.28). Decidir comunitario. Esta es la “clave-llave” cuya exclusividad el clero no quiere soltar.

Sin encauzar bien los servicios eclesiales, llamados lujosamente ministerios, resulta poco creíble evangelizar hoy. La Iglesia debe ser comunión. Más que democracia, pero con democracia incluida. Los servicios-ministerios son precisos para la comunión. El Espíritu, que suscita carismas para el servicio, deja libertad para elegir servidores. Toda la comunidad (no sólo quien preside) puede tomar parte en la elección. El modo vigente de gobierno eclesial no es ejemplar para las sociedades actuales. Máxime cuando el Evangelio no prohíbe el control de la comunidad en su estructura y función. Tiene que haber apóstoles, profetas, maestros..., evangelio, sacramentos, comunidad, Espíritu... Esto debe ser respetado y promovido en comunidad. Desde el Papa hasta el párroco se han adueñado de las comunidades. A merced de su voluntad, como si fuera la divina. Han impuesto leyes -Código de Derecho Canónico- sin control comunitario. Leyes que no hay modo de cambiar, aunque la mayoría eclesial lo quiera. Ni siquiera permiten su discusión pública. Este proceder contradice el espíritu evangélico: “los jefes de las naciones las dominan y los grandes les imponen su autoridad. Se hacen llamar bienhechores. Nos será así entre vosotros...” ( Mt 20, 25s; Lc 22, 25s; Mc 10, 42s).

Estas actuaciones están hoy prohibidas en la Iglesia: - “Les repartieron suertes, le tocó a Matías, y lo asociaron a los once apóstoles” (He 1,26). - “Por tanto, hermanos, escoged a siete de vosotros, hombres de buena fama, llenos de espíritu y de sabiduría, y los encargaremos de esta tarea... La propuesta les pareció bien a todos y eligieron a...” (He 6, 3-6). - “Entonces los apóstoles y los presbíteros con toda la Iglesia acordaron elegir a algunos de ellos para mandarlos a...” (He 15, 22). Un papa benévolo, un obispo tolerante, un párroco bondadoso... puede permitir una consulta. Pero si no quieren, ni los horarios de misa puede decidir una parroquia. El servidor (que se hace llamar mucho más que “bienhechor”: hasta “santidad, eminencia, beatitud...”) manda más que los señores. El Consejo Pastoral, si el obispo o párroco permiten su existencia, sólo es consultivo. Así se perpetúan en el poder, aunque sean aborrecidos por la mayor parte de los fieles.

Hoy resulta inaudito leer lo que escribía san Cipriano (s. III): “El pueblo, obediente a los mandatos del Señor, debe apartarse de un obispo pecador..., dado que tiene el poder para elegir obispos dignos y recusar a los indignos... Sabemos que viene de origen divino el elegir al obispo en presencia del pueblo, a la vista de todos, para que todos lo aprueben como digno e idóneo... Se ha de cumplir y mantener con diligencia, según la enseñanza divina y la práctica de los Apóstoles, lo que se observa entre nosotros y en casi todas las provincias: que, para celebrar las ordenaciones rectamente, allí donde ha de nombrarse un obispo para el pueblo, deben reunirse todos los obispos próximos de la provincia, y debe elegirse el obispo ante el pueblo, que conoce la vida y la conducta de cada uno, por convivir y tratar con él” (Carta 67, 3, 2; 4, 1; 5, 1).

También es inaudito hoy la testificación de San Celestino (422-432): “Ningún obispo sea dado a quienes no lo quieran. Búsquese el deseo y el consentimiento del clero, del pueblo y del orden establecido. Y sólo se elija a alguien de otra iglesia cuando en la ciudad para la que se busca obispo no se encuentre a nadie digno de ser consagrado (lo cual no creemos que ocurra)” (Carta de Celestino I a los obispos de Vienne, PL 50, 434).

El papa León Magno (440-461), a pesar de su mentalidad centralizadora (la concepción de la autoridad papal del Vaticano I está en los escritos de este papa), no eliminó el papel del clero y el pueblo para elegir obispos. Tenía claro que la elección comunitaria era “elección de Dios” y que “elegir sin contar con el pueblo es elegir sin contar con Dios”, según la feliz expresión de san Cipriano: “el mismo Dios manifiesta cómo le disgustan los nombramientos que no proceden de justa y regular elección, al decir por el Profeta: `se eligieron su rey sin contar conmigo´ (Os 8, 4)” (S. Cipriano, carta 67). Leamos tres textos de este Papa del siglo V:

  1. a) “Guardar las reglas de los Padres es esperar los deseos de los ciudadanos y el testimonio del pueblo, buscar el juicio de los honorables y la elección de los clérigos... Al que es conocido y aceptado se le deseará la paz, mientras que al desconocido de fuera habrá que imponerlo por la fuerza... Por ello, manténgase la votación de los clérigos, el testimonio de los honorables y el consentimiento del orden (cargo público) y del pueblo. El que debe presidir a todos debe ser elegido por todos” (Carta 10 PL 54, 632-634).
  2. b) “Declaramos que no le es lícito a ningún metropolitano ordenar obispos a su gusto, sin el consentimiento del clero y del pueblo. Ha de poner al frente de la iglesia de Dios a quien haya sido elegido por el consentimiento de la ciudadanía” (Carta 13. PL 54, 665).
  3. c) “Cuando haya que elegir a un obispo, prefiérase entre todos los candidatos a aquel que demande el consenso del clero y el pueblo... Y que nadie sea dado como obispo a quienes no le quieren o le rechazan, no sea que los ciudadanos acaben despreciando, u odiando, a un obispo no deseado, y se vuelvan menos religiosos de lo que conviene porque no se les permitió tener al que querían” (Carta 14. PL 54, 673).
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