“Un sacerdote, si no es humano, no sirve de nada: le falta el corazón” Otro discurso de Francisco sobre el sacerdocio para célibes y casados

Los célibes están en peores condiciones objetivas para educar en humanidad

En la sala Clementina (10.06.2021), recibió al Seminario Regional de las Marcas "Pío XI". Sigo el texto del Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede del 10 de junio de 2021. Son reflexiones inspiradas en San José, «figura extraordinaria, tan cercana a nuestra condición humana» (Patris corde, 08.12.2020) y “a la llamada que Dios ha querido dirigirnos”. Todas estas ideas sobre el sacerdocio pueden vivirse en celibato y en matrimonio. Habrá algunas más fáciles para unos que para otros. Pero lo sustancial de la vocación ministerial pueden vivirlo solteros y casados. En ninguna reflexión aparece la necesidad del celibato. Ni el Papa lo destaca en ningún texto.

Pide a los formadores que sean “lo que José fue para Jesús... El Hijo de Dios aceptó dejarse amar y guiar por sus padres, María y José... La formación sacerdotal es un proceso evolutivo, que se inicia en la familia, prosigue en la parroquia, se consolida en el seminario y dura toda la vida... Que aprendan más de vuestra vida que de vuestras palabras: la docilidad de vuestra obediencia, la laboriosidad de vuestra dedicación al trabajo, la generosidad hacia los pobres, la paternidad de vuestro afecto vivo y casto (libres del afán de poseer en todos los ámbitos de la vida)”.

Habría que decir que “Jose fue para Jesús”, en primer lugar, “esposo de María, su madre”. Los formadores casados pueden dar testimonios humanamente más ricos que los célibes. Enseñarían respeto a la mujer, esposa y compañera, “descolonizando la mente” de machismo y clericalismo. Ya lo apuntaba San Pablo: “Conviene que el supervisor (`epíscopos´: obispo) sea... marido de una sola mujer...; que gobierne bien su propia casa y se haga obedecer de sus hijos con todo respeto. Pues si uno no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?” (1Tim 3,2.4-5).  

También los formadores casados enseñan a “seguir el ejemplo de Jesús que se dejó educar dócilmente por José..., a discernir su propia vocación, a escuchar y confiar en María y José, a dialogar con el Padre para comprender su misión. Aprendió de sus padres la humanidad y la cercanía”. Se necesitan sacerdotes "capaces de comunicar la bondad del Señor..., expertos en humanidad, dispuestos a compartir las alegrías y las penas de sus hermanos, que se dejen marcar por el grito de los que sufren”.

Los célibes están en peores condiciones objetivas para educar en humanidad. Y no digamos si encima se les aparta de la vida real con el celibato obligatorio, vestido singular, prohibición de trabajo civil, vivienda eclesial, conciencia supremacista de elegidos, consagración exaltada por encima del bautismo, títulos cuasi-divinos... Se vuelven extraterrestres, incapaces de entender la voluntad clara del Creador: “No es bueno que el hombre esté solo” (Gn 2,18). Su celibato es fuente de clericalismo. El poder clerical, omnímodo en su ámbito, ejerce de recompensa psíquica de la privación celibataria. Ello explica la rigidez típica clerical, sobre todo, en ética sexual.

Hay que recibir la humanidaddel Evangelio y del Sagrario”: “buscadla en la vida de los santos y de tantos héroes de la caridad, pensad en el ejemplo genuino de quienes os transmitieron la fe, de vuestros abuelos, de vuestros padres, leed también a los escritores que han sabido escrutar el alma humana, a los grandes humanistas... Un sacerdote, si no es humano, no sirve de nada: le falta el corazón”. De hecho “padres, abuelos y los grandes humanistas” aportan más humanidad por estar casados.

El Seminario no debe alejaros de la realidad: “debe acercaros más a Dios y a vuestros hermanos... Ensanchad los límites de vuestro corazón...,  extendedlos al mundo entero, apasionaos por lo que `acerca´, `abre´, `hace encontrar´”. Desconfiad de los `espiritualismos gratificantes´: parecen dar consuelo, conducen a la cerrazón y a la rigidez: una de las manifestaciones del clericalismo... La rigidez carece de humanidad”. La realidad es que el Seminario aleja de la realidad. Ensayan una vida sólo de varones. Sin la presencia femenina es difícil madurar humanamente.

Las dimensiones de la formación sacerdotal van juntas: “una actúa sobre la otra”. La primera es la dimensión humana: “vuestro mundo interior, vuestros sentimientos y afectividad. No os encerréis en vosotros mismo cuando atraveséis un momento de crisis o de debilidad: es propio de la humanidad hablar de ello... Abríos con toda sinceridad a vuestros formadores, luchando contra toda forma de falsedad interior”.

- Dimensión espiritual: “la oración no sea ritualismo -los rígidos acaban en el ritualismo, siempre-... Sea la ocasión de encuentro personal con Dios, de diálogo y confianza con Él.... La liturgia y la oración comunitaria no se conviertan en una celebración de nosotros mismos... Enriqueced vuestra oración de rostros; sentíos ya desde ahora como intercesores por el mundo”. ¡Cuánta “celebración de sí mismos” hay en nuestra liturgia! Vestido lujosos, adornos exagerados, gestos afectados, mitras, pectorales, anillos, distancias del pueblo, palabras huecas... son algunos signos claros de “celebraciones del clero”, de nosotros mismos, de espectáculo lejos de la vida.

- El estudio (dimensión intelectual): “adentraros con lucidez y competencia en la complejidad de la cultura y el pensamiento contemporáneos, a no tenerles miedo, a no serles hostiles... Tienes que entenderlo, tienes que dialogar y tienes que anunciar tu fe y anunciar a Jesucristo a este mundo, a este pensamiento”. Esto contradice el miedo a ciertos teólogos, cuyos libros están prohibidos en algunos centros formativos e incluso en algunas universidades eclesiásticas.

- La formación pastoral: “os empuje a salir con entusiasmo al encuentro de la gente... Servir al Pueblo de Dios: ocuparse de las heridas de todos, especialmente de los pobres.... Disponibilidad para los demás: esta es la prueba segura del sí a Dios.... Nada de clericalismo... Ser discípulos de Jesús es liberarse de uno mismo y conformarse a sus mismos sentimientos, a Aquel que vino `no a ser servido sino a servir´ (Mc 10, 45). El verdadero pastor “está en el pueblo de Dios, ya sea delante -para mostrar el camino- o en medio, para entenderlo mejor, o detrás, para ayudar a los que se quedan rezagados, y también para dejar que el pueblo, el rebaño,  nos indique con el olfato dónde hay nuevos pastos... Eres sacerdote porque tienes el sacerdocio bautismal y esto no podéis negarlo”. Reconocer el “sacerdocio bautismal” es una tarea pendiente en la mayoría del clero, especialmente de los ordenados en los últimos años. Presidir el pueblo, comunidad sacerdotal, supone compartir la responsabilidad, contar con todos, darles la palabra, tomar decisiones conjuntas, dejarse valorar, incluso retirarse del cargo cuando la comunidad nos lo pide razonadamente. Todo esto pueden hacerlo, al menos igual, sacerdotes casados y célibes, varones y mujeres. Dependerá de su valía personal, preparación y del buen espíritu que le anime.

“Buscad en vuestras diócesis a los sacerdotes viejos: tienen la sabiduría del buen vino, os enseñarán a resolver los problemas pastorales... Se han cargado tantos problemas de la gente y les han ayudado a vivir más o menos bien, y han ayudado a morir bien a todos... Hablad con estos sacerdotes, que son el tesoro de la Iglesia. Muchos de ellos... a veces están olvidados o en una residencia de ancianos: id a verlos...”. También los sacerdotes casados “tienen la sabiduría del buen vino y enseñan a resolver los problemas pastorales”. El Vaticano II reconoce que en la Iglesia Oriental, hay presbíteros casados “muy meritorios” (`optime meriti´, PO 16). Y en la Occidental también los hay. Por desgracia, olvidados, marginados, dejados a la intemperie, sin contar con ellos para nada. Pero Jesús los reúne, sostiene y anima a ejercer “el ministerio del Espíritu” (2Cor 3,8), anunciando su Evangelio.

Jaén, 2 de julio de 2021

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