Ni tus padres ni los discípulos ni nosotros entendemos eso de “estar en las cosas del Padre” Todos podemos ser “Sagrada Familia” (26.12.2021)

Somos familia de Jesús “escuchando su palabra y cumpliéndola” (Lc 8,21b)

Comentario: “Hijo, ¿por qué nos has tratado así?” (Lc 2, 41-52)

Leemos el único relato de Lucas sobre la adolescencia de Jesús. Contiene las primeras palabras de Jesús. Palabras referidas a su persona, a su conciencia de ser hijo de Dios. Basta analizar contradicciones e inconsistencias para darnos cuenta que estamos ante un relato no histórico: el hecho no es propio de un chico de su edad, sus padres no viajan sin asegurarse que el hijo va en la misma caravana, no hacen una jornada de cerca de 30 kilómetros con parada para comer sin percatarse de la ausencia de su niño, peregrinan al templo y lo buscan tres días fuera del templo, los doctores no solían hablar con niños, si María conocía que era hijo de Dios (Lc 1,35) ¿cómo ahora no comprende sus palabras?, ¿cómo no se queda ya en la casa de su Padre siendo su deber?...

La exégesis actual piensa que es un relato legendario, popular, creado para enseñar que Jesús era consciente de ser hijo de Dios desde muy pequeño. Algunas comunidades primeras creían que Jesús fue adoptado como hijo de Dios en el bautismo (adopcionismo). De hecho, el evangelio más antiguo, el de Marcos, inicia la vida de Jesús en su bautismo. Mateo y Lucas recogen relatos en los que se sostiene la filiación divina de Jesús (Mt 2,15; Lc 1,32.35). Esta narración debió conocerla Lucas después de haber redactado la infancia de Jesús. Procedería de otra comunidad, pero la añadió, a pesar de sus incoherencias, por la enseñanza valiosa que contenía. Se trata de un texto cristológico para enseñar quién era Jesús, cuál era su relación con el Padre y cuál su misión en nuestro mundo.

Es una crónica, en formato de leyenda popular, que anticipa un resumen de la vida de Jesús. La cultura tradicional judía valora mucho los “doce” años: también Moisés había abandonado la casa del faraón a esa edad, Samuel empezó a profetizar a los doce años, y Salomón a reinar. Como los grandes de Israel, Jesús manifestó su sabiduría y misión a esa edad. Esta leyenda construye un gran paralelismo con la vida adulta de Jesús. A los doce años desaparece en Jerusalén, la misma ciudad en que ocurrirá en su muerte (Lc 19, 28); ambos episodios suceden en la Pascua (Lc 22,15); igualmente se pierde y ausenta tres días (Lc 24, 7); se pierde tras “subir” desde Galilea (Lc 2,42), como sucederá antes de morir (Lc 18,31); idéntico reproche a sus padres (Lc 2,49) y a las mujeres discípulas tras resucitar (Lc 24,5); pérdida y muerte dice que son “necesarias” (Lc 2,49b; 9, 22; 13,33); en ambas situaciones debe estar con su Padre (Lc 2,49b; 23,46); ni padres ni discípulos comprendieron las palabras explicativas de la pérdida y de la muerte (Lc 2,50; 9,45).

El fondo de esta narración enseña sobre la vida de Jesús lo contrario de lo que aparece a primera vista. No se trata de contar la rebeldía desobediente de Jesús, sino lo contrario: Jesús pierde su vida por obedecer al amor del Padre. Desde pequeño amó como ama el Padre: atento a la vida, respetando su naturaleza evolutiva, siguiendo y acompañando a sus padres, sintiendo el Amor dador de la vida, creciendo en todos los aspectos... Su amor le empujó siempre a “estar en las cosas del Padre”. Nosotros, como sus padres y discípulos, a primera vista, no entendemos su vida y misión: “estar en las cosas del Padre”. “Las cosas del Padre” son las cosas de Jesús. Sus obras son las obras del Padre (Jn 10, 38): “curar de enfermedades, achaques y malos espíritu”, abrir los ojos, hacer andar a los cojos, limpiar leprosos, hacer oír a los sordos, evangelizar pobres... (Lc 7,21-22). Quien no hace estas obras es quien “se pierde” en el templo de las religiones más diversas, en opciones de sentido sin amor, en la frivolidad...

Oración: “Hijo, ¿por qué nos has tratado así?” (Lc 2, 41-52)

Jesús, hijo del hombre e hijo de Dios:

leemos una narración popular que resume toda tu vida;

ya desde niño el Espíritu divino te empujó

a “estar en las cosas del Padre”.

Ni tus padres ni los discípulos ni nosotros

entendemos eso de “estar en las cosas del Padre”:

tu familia (cuando ya estabas de lleno en las “cosas del Padre”)

vino a llevarte porque se decía que estabas fuera de sí...

tu madre y hermanos mandaron llamarte...” (Mc 3,21.31ss).

también la gente de tu pueblo quiere despeñarte (Lc 4, 28-30);

personas religiosas te acusarán de endemoniado y loco (Jn 10, 20);

más de una vez intentaron apedrearte (Jn 8,59; 10, 31-32);

los discípulos no entendían tu lenguaje;

les resultaba tan oscuro, que no captaban el sentido” (Lc 9,45).

Las cosas del Padre” son tus cosas, Jesús:

si no hago las obras de mi Padre, no me creáis,

pero si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras,

para que comprendáis y sepáis que el Padre está en mí el Padre” (Jn 10, 38);

 al Bautista le llegó claro: “en aquella hora curó a muchos de enfermedades,

achaques y malos espíritus, y a muchos ciegos les otorgó la vista...

Id y anunciad a Juan lo que habéis visto y oído...” (Lc 7,21-22).

¿No sabíais que debía estar en las cosas de mi Padre?:

quien no hace estas obras es quien “se pierde”

en el templo de las religiones más diversas,

en el sinsentido más inhumano,

en la frivolidad más inconsistente,

en las diversas perversiones deshumanizantes...

Este episodio manifiesta ya tu vida “diferente”:

vas afirmando tu libertad guiada por el amor;

no respetas el descanso sabático para curar y hacer el bien;

te haces hermano y madre de quienes siguen al Amor (Mc 3,21.31-35);

ridiculizas los hábitos, títulos y privilegios de los dirigentes;

arremetes contra los sacrificios y mercadeo del Templo;

defiendes a la mujer pecadora contra la hipocresía farisea (Lc 7,36-50);

publicanos y prostitutas van por delante en el reino de Dios” (Mt 21,31);

eres amigo de marginados, mal considerados, fracasados morales...

¡Qué contraste, Jesús libre, con muchos de tu Iglesia!:

cada día más alejados de la fraternidad original;

promotores de condenas contra quienes no piensan como ellos;

contrarios a todo cambio que suponga pluralismo litúrgico, disciplinar...;

incapaces de “escuchar y hacer preguntas” como tú en el Templo;

cerrando muchas vocaciones del reino de Dios con sus leyes...

Que tu Espíritu nos ayude a recuperarla libertad:

que nos aceptemos en lo fundamental: en “las cosas del Padre”;

que nuestro amor “brote de un corazón limpio,

de una buena conciencia y de una fe sincera” (1Tim 1,5);

que nuestra “religiosidad auténtica e intachable a los ojos de Dios sea esta:

atender a huérfanos y viudas en su aflicción

y mantenerse incontaminado del mundo” (Santiago 1,27);

que seamos familia tuya “escuchando tu palabra y cumpliéndola” (Lc 8,21b).

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