Hoy, día de Todos los Santos, celebramos tu Amor en todos los que siguieron tu camino Tú les “has preparado un lugar..., los has llevado contigo” (Todos los Santos 01.11.2025)
Como ellos, escuchemos tu Espíritu, y nos dejemos seducir por tu Amor
| Rufo González
Comentario: “mirad qué amor nos ha tenido el Padre” (1Jn 3,1-3)
La primera carta de Juan no tiene destinatarios nominales, ni saludo ni despedida. Es más bien una reflexión para comunidades del Asia Menor, con problemas similares. Han surgido en ellas carismáticos con ideas que rompen la comunión. Niegan que Jesús de Nazaret sea el Mesías, Hijo de Dios. Distinguen entre el Jesús celeste y el Jesús terreno; el celeste utilizó al Jesús histórico para dar su mensaje. Vino sobre él en el bautismo y lo dejó antes de la pasión. Ni encarnación ni muerte del Hijo de Dios. Humanidad aparente. Por eso, la carta advierte: “No os fieis de cualquier espíritu, sino examinad si los espíritus vienen de Dios, pues muchos falsos profetas han salido al mundo. En esto podréis conocer el Espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa a Jesucristo venido en carne es de Dios; y todo espíritu que no confiesa a Jesús no es de Dios: es del Anticristo” (1Jn 4,1-3). Dios humanizado manifestó su amor: “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Unigénito, para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados. Queridos hermanos, si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros” (1Jn 4, 9-11).
El texto de hoy (1Jn 3,1-3) sigue este mismo pensamiento: “Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! Por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él” (v. 1). Juan usa palabras distintas para el “Hijo” y los “hijos” de Dios: “hyiós” y “tékna” (plural). Distingue así la filiación natural de la adoptiva. Jesús es el Hijo de Dios “venido en carne”. Nosotros, por el amor de Dios manifestado en la vida de Jesús (1Jn 4,9), hemos recibido el Espíritu Santo, que nos hace hijos en el Hijo. “Mirad qué amor nos ha tenido (lit.: “nos ha dado”) el Padre. El amor “dado” es el Espíritu, que nos ha entregado el Hijo. “Lo somos”, en presente de indicativo, repetido en el versículo siguiente: “ahora somos hijos de Dios” (v. 2a). “El mundo no nos conoce porque no lo conoció a él”. Eco del evangelio de Juan: “En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció” (Jn 1,10).
“Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es” (1Jn 3, 2). Nuestra “realidad divina” es el mismo Espíritu que habitaba en Jesús. Ese Espíritu nos resucitará: “Y si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús también dará vida a vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros” (Rm 8,11). “Nuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, nosotros apareceremos gloriosos, junto con él” (Col 3,3-4).
“Todo el que tiene esta esperanza en él se purifica a sí mismo, como él es puro” (1Jn 3,3). “Esta esperanza” mueve a asemejarse al Dios-Amor, a amar como amaba Jesús, epifanía de Dios. “Puro” es la traducción de “agnós”: ignorante, sin culpa, inocente, sin conocimiento, sin experiencia de mal...; de ahí: puro, limpio. Es lo propio de quien ama a todos siempre, como Dios; no hará daño a nadie, “no conoce el mal”.
Oración:“mirad qué amor nos ha tenido el Padre” (1Jn 3,1-3)
Jesús, Hijo de Dios, revelador del Amor:
que “te despojó de ti mismo,
tomando la condición de esclavo,
hecho semejante a los seres humanos,
reconocido como hombre por tu presencia” (Flp 2,7);
que goza y llora nuestra alegría y desgracia;
que tiene hambre y sed de nuestra realización;
que “da el corazón al miserable”;
que limpia el corazón de prejuicios y egoísmo;
que trabaja la paz, la dignidad, la fraternidad;
que soporta y perdona la injusticia.
Escuchamos el anuncio esencial de tu vida:
“mirad qué amor nos ha dado el Padre”;
“amor” que vemos en tu libertad ante la familia,
ante la ley, en tus tiempos y tareas;
“amor” prioritario a enfermos y descreídos;
“amor” a orar a solas y con los hermanos;
“amor” en tus palabras a los amigos de la ley sin corazón:
“amor” al “reino” de vida que Dios quiere;
“amor” paciente a los discípulos;
“amor” comensal con toda clase de gente;
“amor” arriesgado que “sube a Jerusalén”;
“amor” que lava los pies, igualando en dignidad;
“amor” que se entrega en el pan y el vino;
“amor” camino del calvario, soportando la libertad injusta;
“amor” de tu agonía: perdón, entrega de tu madre,
entrega del Espíritu...
Hoy, día de Todos los Santos, celebramos tu Amor:
en todos los que siguieron tu camino;
en los que se dejaron llevar de tu mismo Espíritu;
“cuantos se dejan llevar por el Espíritu de Dios,
esos son hijos de Dios” (Rm 8,14);
su vida sólo se explica desde tu Amor;
cuidaron y promocionaron a los más débiles;
dejaron su tierra y vida confortable
para buscar sitio entre los más pobres;
amaron más la vida de los hermanos que las propias;
buscaron la justicia, el ajustamiento de todos.
Ellos son ya “semejantes a Dios
porque le ven tal cual es”.
Tú les “has preparado un lugar...,
los has llevado contigo,
para que donde estás tú,
estén también ellos” (Jn 14,2-3).
A ellos hoy los miramos agradecidos:
nos ayudan con su ejemplo y con su intercesión;
que, como ellos, escuchemos tu Espíritu,
y nos dejemos seducir por tu Amor.
rufo.go@hotmail.com