Ni siquiera nuestra conciencia culpable puede separarnos del amor de Dios, que “acepta incluso a quien se sabe inaceptable” “Nada nos puede separar del Amor” (Domingo 2º Cuaresma B 2ª lect. 25.02.2024)

Hoy, Jesús hermano, ponemos los ojos en ti

Comentario:¿Quién acusará a los elegidos de Dios?” (Rm 8,31b-34)

El capítulo 8 de Romanos parte de un supuesto básico: “no hay condena alguna para los que están en Cristo Jesús, pues la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús te ha librado de la ley del pecado y de la muerte” (8,1s). “Estar en Cristo Jesús” es “dejarse llevar del Espíritu de Dios”, como hacía Jesús. Y sigue afirmando: “Cuantos se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios. Pues no habéis recibido un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino que habéis recibido un Espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos: «¡Abba, Padre!». Ese mismo Espíritu da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios; y, si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo; de modo que, si sufrimos con él, seremos también glorificados con él” (8,14-17). Termina el capítulo con el texto de hoy, seguido de un arrebatado testimonio de un enamorado del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, del que nada puede separarnos (8,35-39).

Desde esta fe en el Amor de Dios, tienen sentido las preguntas de la lectura:

  1. Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no se reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él?” (v. 31s). Mejor que la traducción antigua: “el que no perdonó a su propio Hijo”, que se presta a ver dureza de corazón en quien no perdona ni a su hijo. El verbo “feídomai” tiene tres grupos de significados: 1: “mantenerse alejado, separarse; 2: evitar, omitir, cesar, desprenderse de, renunciar; 3: cuidar, respetar, perdonar, tratar con miramiento; 4: economizar, escatimar. ¿Por qué se eligió el tercer grupo de significados cuando los primeros expresan mejor el amor del Padre “que no se mantuvo alejado, ni se separó, ni evitó, ni cesó, ni se desprendió ni renunció… de su Hijo”? El amor de Dios es patente en la vida de Jesús: “Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3,17). Igual sucede con nosotros: Dios ama siempre.
  2. ¿Quién acusará a los elegidos de Dios?Dios es el que justifica”. Por Jesús sabemos que Dios busca al ser humano para darle todo su amor y ayudarle a vivir en él. Brilla en las parábolas del perdón, retrato y reflejo de la actividad de Dios y de Jesús (Lc 15).
  3. ¿Quién condenará? ¿Acaso Cristo Jesús, que murió, más todavía, resucitó y está a la derecha de Dios y que además intercede por nosotros?”. Toda la vida de Jesús refleja el amor descrito por Pablo: “paciente, benigno; no tiene envidia, no presume, no se engríe; no es indecoroso ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1Cor 13,4-7). Fiado de este amor, termina Pablo este capítulo como un enamorado del amor de Cristo. Sería bueno leerlo todo:¿Quién nos separará del amor de Cristo?, ¿la tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?; como está escrito: Por tu causa nos degüellan cada día, nos tratan como a ovejas de matanza. Pero en todo esto vencemos de sobra gracias a aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rm 8,35-39).

Oración:¿Quién acusará a los elegidos de Dios?” (Rm 8,31b-34)

Hoy, Jesús hermano, ponemos los ojos en ti:

en ti, “su Palabra, su Hijo, Dios nos lo tiene dicho todo y revelado;

en ti hallamos aún más de lo que pedimos y deseamos;

tú eres locución y respuesta, visión y revelación de Dios;

tú nos has sido dado por hermano, compañero y maestro,

precio y premio.

Porque desde aquel día que bajó el Espíritu de Dios sobre ti

en el monte Tabor, diciendo (Mt. 17, 5):

Este es mi amado Hijo, en que me he complacido,

a él oíd”,

Dios no tiene más fe que revelar,

ni más cosas que manifestar…

Tú eres el Hijo, sujeto a Dios y sujetado por su amor, y afligido...

Tú eres el Hijo humanado `en quien mora corporalmente

toda plenitud de divinidad´” (Col 2,9)”.

(San Juan de la Cruz: Subida del monte Carmelo, l. 2º, c. 22,5-6).

El Espíritu que bajó sobre ti como una paloma”:

te abajó a ser encarnación de Dios, semejante nuestro (Jn 1,14);

te hizo consciente de que eras el Hijo amado de Dios;

te “empujó al desierto” para escuchar su voluntad (Mc 1,10ss);

te sacó de la casa familiar para fundar “otra familia” (Mc 3,31-35);

te hizo “imagen de Dios” (2Cor 4,4), “reflejo de su gloria,

impronta de su ser” (Heb 1,3);

te identificó humanamente con el Padre (Jn 14,9);

te llevó a ser “escándalo para los judíos, necedad para los gentiles;

pero para los llamados, un Cristo que

es fuerza de Dios y sabiduría de Dios” (1Cor 1, 23-25).

En tu vida, Jesús de Nazaret, hemos visto una vida:

sin poder ni autoridad al estilo de este mundo;

sin grandeza ni majestad que atribuimos a la divinidad;

tu vida tiende a identificarse con todo ser humano,

especialmente con quienes lo pasan peor.

Nos has abierto el camino para encontrar al Dios invisible:

respetando y potenciando lo verdaderamente humano;

benditos del Padre” llamas a los que te reconocen

en el hambriento, sediento, forastero, desnudo,

enfermo, preso... (Mt 25,31-4).

Cristo Jesús, “¿quién nos separará de tu amor?:

¿la tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?,

¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?;  

como está escrito: Por tu causa nos degüellan cada día,

nos tratan como a ovejas de matanza.

Pero en todo esto vencemos de sobra

gracias a aquel que nos ha amado.

Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida,

ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro,

ni potencias, ni altura, ni profundidad,

ni ninguna otra criatura

podrá separarnos del amor de Dios

manifestado en ti, Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rm 8,35-39);

ni siquiera nuestra conciencia culpable

puede separarnos del amor de Dios

que “acepta incluso a quien se sabe inaceptable”.

Gracias, Jesús, hermano, por el Amor

que ha nacido en nosotros al creer en ti.

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