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Hoy, Jesús, tu evangelio es la fe-bondad de José (Domingo 4º Adviento 21.12. 2025)
Ni siquiera nuestra conciencia culpable puede separarnos del amor de Dios, que “acepta incluso a quien se sabe inaceptable”
Comentario: “¿Quién acusará a los elegidos de Dios?” (Rm 8,31b-34)
El capítulo 8 de Romanos parte de un supuesto básico: “no hay condena alguna para los que están en Cristo Jesús, pues la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús te ha librado de la ley del pecado y de la muerte” (8,1s). “Estar en Cristo Jesús” es “dejarse llevar del Espíritu de Dios”, como hacía Jesús. Y sigue afirmando: “Cuantos se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios. Pues no habéis recibido un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino que habéis recibido un Espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos: «¡Abba, Padre!». Ese mismo Espíritu da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios; y, si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo; de modo que, si sufrimos con él, seremos también glorificados con él” (8,14-17). Termina el capítulo con el texto de hoy, seguido de un arrebatado testimonio de un enamorado del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, del que nada puede separarnos (8,35-39).
Desde esta fe en el Amor de Dios, tienen sentido las preguntas de la lectura:
Oración: “¿Quién acusará a los elegidos de Dios?” (Rm 8,31b-34)
Hoy, Jesús hermano, ponemos los ojos en ti:
en ti, “su Palabra, su Hijo, Dios nos lo tiene dicho todo y revelado;
en ti hallamos aún más de lo que pedimos y deseamos;
tú eres locución y respuesta, visión y revelación de Dios;
tú nos has sido dado por hermano, compañero y maestro,
precio y premio.
Porque desde aquel día que bajó el Espíritu de Dios sobre ti
en el monte Tabor, diciendo (Mt. 17, 5):
“Este es mi amado Hijo, en que me he complacido,
a él oíd”,
Dios no tiene más fe que revelar,
ni más cosas que manifestar…
Tú eres el Hijo, sujeto a Dios y sujetado por su amor, y afligido...
Tú eres el Hijo humanado `en quien mora corporalmente
toda plenitud de divinidad´” (Col 2,9)”.
(San Juan de la Cruz: Subida del monte Carmelo, l. 2º, c. 22,5-6).
“El Espíritu que bajó sobre ti como una paloma”:
te abajó a ser encarnación de Dios, semejante nuestro (Jn 1,14);
te hizo consciente de que eras el Hijo amado de Dios;
te “empujó al desierto” para escuchar su voluntad (Mc 1,10ss);
te sacó de la casa familiar para fundar “otra familia” (Mc 3,31-35);
te hizo “imagen de Dios” (2Cor 4,4), “reflejo de su gloria,
impronta de su ser” (Heb 1,3);
te identificó humanamente con el Padre (Jn 14,9);
te llevó a ser “escándalo para los judíos, necedad para los gentiles;
pero para los llamados, un Cristo que
es fuerza de Dios y sabiduría de Dios” (1Cor 1, 23-25).
En tu vida, Jesús de Nazaret, hemos visto una vida:
sin poder ni autoridad al estilo de este mundo;
sin grandeza ni majestad que atribuimos a la divinidad;
tu vida tiende a identificarse con todo ser humano,
especialmente con quienes lo pasan peor.
Nos has abierto el camino para encontrar al Dios invisible:
respetando y potenciando lo verdaderamente humano;
“benditos del Padre” llamas a los que te reconocen
en el hambriento, sediento, forastero, desnudo,
enfermo, preso... (Mt 25,31-4).
Cristo Jesús, “¿quién nos separará de tu amor?:
¿la tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?,
¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?;
como está escrito: Por tu causa nos degüellan cada día,
nos tratan como a ovejas de matanza.
Pero en todo esto vencemos de sobra
gracias a aquel que nos ha amado.
Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida,
ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro,
ni potencias, ni altura, ni profundidad,
ni ninguna otra criatura
podrá separarnos del amor de Dios
manifestado en ti, Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rm 8,35-39);
ni siquiera nuestra conciencia culpable
puede separarnos del amor de Dios
que “acepta incluso a quien se sabe inaceptable”.
Gracias, Jesús, hermano, por el Amor
que ha nacido en nosotros al creer en ti.
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