El Papa sigue silenciando demandas urgentes de millones de cristianos “¿Qué puedo hacer por la Iglesia?”. ¿“No quejarnos de la Iglesia”?

Contradicciones entre la palabra del Papa y la realidad eclesial (y 2)

La homilía del Papa Francisco, en la Solemnidad de San Pedro y San Pablo de este año, comentó dos actitudes de Pedro y Pablo respectivamente. “¡Levántate rápido! (Hch 12,7), del relato de la prisión y liberación milagrosa de Pedro, fue la primera actitud. La comenté en mi post hace unos quince días (15.07.2022). Hoy abordo la segunda actitud, testimonio de Pablo: “He peleado el buen combate (2Tm 4,7). 

Esta actitud resume la vida de Pablo. Sufrió situaciones dolorosas y de alto riesgo. En todas logró anunciar “lo que sucedió en toda Judea...: Jesús de Nazaret” (He 10,37s). Desde “la mente de Cristo”, que creía tener (1Cor 2,16b), leyó su vida como “combate”. Comenta Francisco: “muchos no están dispuestos a acoger a Jesús, prefiriendo ir tras sus propios intereses y otros maestros más cómodos, más fáciles, más según su voluntad”. Por ello Pablo pide a Timoteo y compañeros seguir su misión “con la vigilancia, el anuncio, la enseñanza: que cada uno cumpla la misión encomendada y haga su parte”.

Esta llamada aser discípulos misioneros y a aportar nuestra propia contribución” es para todo cristiano “una Palabra de vida”. “Palabra de vida” que sugiere esta pregunta: “¿qué puedo hacer por la Iglesia?”. A esta pregunta responde el Papa con una serie de sugerencias: - “no quejarnos de la Iglesia”, - “comprometernos”, - “participar con pasión y humildad”..., “con buen combate” venciendo las resistencias “del poder, del mal, de la violencia, de la corrupción, de la injusticia y de la marginación”.

¿“No quejarnos de la Iglesia”? Cierto que la Iglesia nos ha traído “el hecho Jesús”, su evangelio y su vida. Por ella nos ha llegado la fe, la esperanza, el amor sin límites. Mucha gente de Iglesia nos han abierto los ojos e incitado a buscar siempre lo bueno, a vivir con pleno sentido. Pero esto no nos vuelve ciegos para no ver las enormes contradicciones que hay entre el Evangelio y la Iglesia real. No creo buena sugerencia “no quejarnos de la Iglesia” sin más. La Iglesia es una institución formadas por personas libres y capaces de actuar bien y mal. El hecho de que esté habitada por el Espíritu de Jesús no le quita caer en precipicios éticos, en actitudes contrarias al Evangelio. La Iglesia debe revisarse desde el Evangelio de Jesús, y estar dispuesta a reformarse en cuanto contradiga el Evangelio, según el Espíritu le sugiriera en todo momento histórico.

Las otras sugerencias, en positivo, (- “comprometernos”, - “participar con pasión y humildad”..., “con buen combate” venciendo las resistencias “del poder, del mal, de la violencia, de la corrupción, de la injusticia y de la marginación”) las comparto, pero las creo ilusorias en la organización actual de la Iglesia. La división entre clérigos y laicos hace muy difícil el compromiso y la participación evangélicos. Habría que considerar a la comunidad como toda sacerdotal y a los ministerios, todos sacerdotales. Cosa hoy lejos de obtener. El bautismo debería ser momento apropiado para adquirir la conciencia clara de pertenencia a la comunidad. Pero no lo es. Se bautiza a niños y en teoría se exige la pertinencia de padres y el compromiso de educarles en la fe. Todos somos conscientes de que es un puro trámite formal. La realidad no es así. Los que se bautizan adultos aceptan acríticamente el poder absoluto de los clérigos en la Iglesia. El Código despótico no se pone en cuestión nunca. La comunidad no tiene voz y su voto no decide nada.

Buen recuerdo ascético (hay otros eclesialmente críticos) del cardenal Martini: “Desde que Jesucristo resucitó, convirtiéndose en línea divisoria de la historia, `comenzó una gran batalla entre la vida y la muerte, entre la esperanza y la desesperación, entre la resignación ante lo peor y la lucha por lo mejor, una batalla que no cesará hasta la derrota definitiva de todas las fuerzas del odio y de la destrucción´” (cf. Homilía Pascua de Resurrección, 4 abril 1999). Vivir y anunciar el Evangelio trae sin duda complicaciones. “El anuncio del Evangelio no es neutro... El Evangelio no es agua destilada... No deja las cosas como están, no acepta el compromiso con la lógica del mundo”.

Una segunda pregunta cierra la reflexión: “¿qué podemos hacer juntos, como Iglesia, para que el mundo en el que vivimos sea más humano, más justo, más solidario, más abierto a Dios y a la fraternidad entre los hombres?”. Debería hacerse la misma pregunta respecto de la Iglesia: “¿qué podemos hacer juntos, como Iglesia, para que la Iglesia en la que vivimos sea más humana, más justa, más solidaria, más abierta a Dios y a la fraternidad entre los hombres?”.  

Tres propuestas negativas: - “no debemos encerrarnos en nuestros círculos eclesiales”; - “no quedarnos atrapados en ciertas discusiones estériles”; - “no caer en el clericalismo: perversión, camino equivocado. Peor los laicos clericales”. No concreta estas negaciones. Pero cualquiera puede entender que en la organización actual eclesial no es posible salir de “círculos eclesiales”, “discusiones estériles”, “clericalismo”, “laicos clericales”.... Estas situaciones nacen de las entrañas de la Iglesia, avaladas por su Código vigente. Mientras sigan la organización clerical y las “cargas dispensables” evangélicamente..., es difícil una Iglesia “más humana, más justa, más solidaria, más abierta a Dios y a la fraternidad”, que Ella pide para el mundo. No puede ser un referente para nuestro mundo en algunos derechos humanos. El despotismo clerical infecta instituciones y actuaciones eclesiales. Jesús dice hoy a Iglesia: “como los jefes de los pueblos los tiranizan y los grandes los oprimen, así es entre vosotros” (Mc 10, 42s). Despotismo reconocido por un Código, elaborado por clérigos, marginal al Evangelio. Sus “círculos” de poder cuestionan los planteamientos del Papa, precisamente porque pretende eliminar el poder clerical absoluto. Mientras el Pueblo de Dios, la comunidad cristiana, no sea primero, y a los ministros-servidores no se les ponga como “esclavos” del Pueblo, el proyecto fraternal de Jesús será imposible. La comunión evangélica no es obra del poder, sino del Amor “paciente, benigno, sin envidia, no presume ni se engríe, no indecoroso ni egoísta, no se irrita, no lleva cuentas del mal, no se alegra de la injusticia, goza con la verdad, todo lo excusa, lo cree, lo espera, lo soporta” (1Cor 13,4-7).

Muy buenas las propuestas positivas: “Ayudémonos a ser levadura, a establecer gestos de cuidado por la vida humana, la creación, dignidad del trabajo, problemas de familias, situación de ancianos, abandonados, rechazados, despreciados... Promovamos la cultura del cuidado, la compasión por los débiles y la lucha contra toda forma de degradación, incluida la de nuestras ciudades y de los lugares que frecuentamos”.

Pero el Papa sigue silenciando demandas urgentes de millones de cristianos. Como están haciendo muchos clérigos que “pasan de largo” con el Sínodo actual, y minimizan lo que ellos no comparten. Hoy clama al cielo la infravaloración e ineptitud en que el Código canónico mantiene a la mujer para representar a Cristo en ciertos ministerios. Similar es el hecho de que a miles de sacerdotes (presbíteros y obispos) se les prohíba ejercer el ministerio por algo tan digno humanamente como constituir una familia. Son “realidades hermosas, dádivas divinas desechadas como basura, con las que Dios enriquece día a día a su Iglesia, pero que esta, convertida hoy en víctima de sus propias impotencias, sigue rechazando olímpicamente” (Jirones de realidad tirados a la basura. R. Hernández RD10.07.2022).

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