Que les dé “espíritu de sabiduría y revelación” es desearles una experiencia espiritual, en que vean creíble la verdad y coherencia del proyecto de Jesús La vida termina en “ascensión” al Padre (Ascensión del Señor 21.05.2023)

La gloria definitiva “ilumina nuestro corazón”

Comentario: “el Padre de la gloria... ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama” (Ef 1,17-23)

La Ascensión de Jesús es otro aspecto de la resurrección, llamada también exaltación, entronización. El texto leído(1,17-23) está precedido por un himno (1,3-14) de bendición al proyecto de Dios: Padre, Hijo y Espíritu. Tras el himno, escribe: “Por eso, habiendo oído hablar de vuestra fe en Cristo y de vuestro amor a todos los santos, no ceso de dar gracias por vosotros, recordándoos en mis oraciones” (vv. 15-16)”.  

Las oraciones se dirigen al “Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria”. Presupone que a Dios nadie lo ha visto jamás (Jn 1,18). El cristiano  lo identifica con el Padre de Jesús: “quien me ha visto a mí ha visto al Padre... Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí” (Jn 14,9ss). Con una particularidad: para hacer creíble a “su Padre”, apela a las obras que hace. Al Bautista, que esperaba un Mesías justiciero, azote de los pecadores, inmorales, descreídos..., Jesús le remite a obras que hace: curar, abrir los ojos, dar buena noticia a los pobres (Mt 11,4-6). Obras de amor: misericordia, acogida, alivio de sufrimientos, comparte comida, alegra la vida... Jesús las llama “obras de mi Padre”: “Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis, pero si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras...” (Jn 10,37s).

Pide a Dios que lesdé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo, e ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder en favor de nosotros, los creyentes, según la eficacia de su fuerza poderosa(vv. 17-19). Que les dé “espíritu de sabiduría y revelación” es desearles una experiencia espiritual, en que vean creíble la verdad y coherencia del proyecto de Jesús. Ahí nace la convicción de el amor del Padre nos acompañan siempre. Eso provoca la conversión al Amor: “lo conocemos, nos ilumina los ojos del corazóncomprendemos la esperanza, la riqueza de gloria... y su extraordinaria grandeza en favorde nosotros”.

Esta “grandeza” se ha manifestado en la vida de Jesús: “resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo principado..., y de todo nombre conocido, no solo en este mundo, sino en el futuro. Y todo lo puso bajo sus pies, y lo dio a la Iglesia, como Cabeza, sobre todo” (vv. 20-22). Así Dios avala la vida verdaderamente humana “del que, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” (Flp 2,6-11).

El Espíritu de Jesús “habita en la Iglesia y en el corazón de los fieles como en un templo (cf. 1Co 3,16; 6,19), y en ellos ora y da testimonio de su adopción como hijos (cf. Ga 4,6; Rm 8,15-16.26). Guía la Iglesia a toda la verdad (cf. Jn 16,13), la unifica en comunión y ministerio, provee y gobierna con diversos dones jerárquicos y carismáticos y la embellece con sus frutos (cf. Ef 4,11-12; 1Co 12,4; Ga 5,22)...” (LG 4). “Ella es su cuerpo, plenitud del que llena todo en todos” (v. 23). Jesús conecta con la humanidad a través de la Iglesia, “su cuerpo”, aunque no en exclusiva. “El Espíritu del Señor llena la tierra...” (Sab 1,7) y “Cristo murió por todos, y la vocación suprema del humano es una sola, es decir, divina. En consecuencia, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios conocida, se asocien al misterio pascual” (LG 22).

Oración: “el Padre de la gloria... ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama” (Ef 1,17-23)

Jesús, hermano nuestro, ya glorificado:

siguiendo tu ejemplo, nos dirigimos al Padre;

estamos convencidos de su amor y aliento;

tu Espíritu nos mueve a llamarle ¡Padre!,

y nos atestigua que somos hijos suyos (Rm 8,15ss).

Te glorificamos junto con el Padre de la gloria:

tu vida “ilumina los ojos de nuestro corazón”,

despertando entusiasmo y amor;

de tu vida histórica, nadie habla mal:

a todos les impacta tu respeto por todas las personas;

todos admiran tu compromiso con los excluidos;

a todos impresiona tu amor por los enfermos...

Tu Espíritu sigue despertando adhesiones a tu persona:

tu modo de ser y de vivir sigue enamorando, atrayendo;

te creemos vivo, actuando en todas partes,

sobre todo en las personas más necesitadas;

muchos apostamos la vida por tu causa, el Reino de Dios:

encontramos dicha en vivir pobremente, como tú;

lloramos y sufrimos con los que lloran y sufren;

deseamos y trabajamos para que todos tengan vida;

damos nuestro corazón a todos, aunque no se lo merezcan;

pacificamos toda relación humana...

Hoy celebramos tu “gloria definitiva”:

ella “ilumina nuestro corazón”;

comprendemos “la esperanza a la que nos llamas”;

soñamos “la riqueza de gloria que das en herencia a los santos”;

vemos “la extraordinaria grandeza del poder” del Padre:

que te “ha resucitado de entre los muertos

y sentado a su derecha en el cielo”;

nos anima a seguir tu camino:

remediando el hambre, vistiendo al desnudo, curando...

Tú, Jesús glorificado, eres cabeza de la Iglesia:

Palabra humanizada que nos trae la vida verdadera;

tú “nos has constituido a unos, apóstoles, a otros, profetas,

a otros, evangelistas, a otros, pastores y doctores,

para el perfeccionamiento de los santos...,

y para la edificación de tu cuerpo;

hasta que lleguemos todos a la unidad en la fe y

en el conocimiento del Hijo de Dios,

al Hombre perfecto, a la medida tuya, Cristo, en tu plenitud...

Para que..., realizando la verdad en el amor,

hagamos crecer todas las cosas hacia ti,

que eres la cabeza: Cristo” (Ef 4,11-15),

Preces de los Fieles (Ascensión del Señor 21.05.2023)

La “Ascensión” de Jesús al cielo nos confirma la validez de su vida. Su honradez, su búsqueda de la verdad, su libertad, su ayuda a todos, su Dios y Padre de todos... le llevan a la plenitud. Pidamos seguir su camino diciendo: “queremos vivir como tú, Señor”.

Por todas las Iglesias:

- que se ajusten a la conducta de Jesús de Nazaret;

- que vuelvan a la sencillez y libertad del Evangelio.

Roguemos al Señor: “queremos vivir como tú, Señor”.

Por las intenciones del Papa (mayo 2023):

- que “movimientos y grupos eclesiales redescubran su misión evangelizadora”;

- que “pongan sus propios carismas al servicio de las necesidades del mundo”.

Roguemos al Señor: “queremos hacer tus obras, Señor”.

Por la paz de la humanidad:

- que cese toda guerra y se respete y cuide toda vida;

- que se aborden las causas que generan violencia.

Roguemos al Señor: “queremos vivir como tú, Señor”.

Por los gobernantes:

- que sean elegidos por su honradez y competencia;

- que cuiden, sobre todo, de los más débiles.

Roguemos al Señor: “queremos vivir como tú, Señor”.

Por los más débiles:

- que sean capaces de superar sus limitaciones;

- que nos encuentren siempre disponibles.

Roguemos al Señor: “queremos vivir como tú, Señor”.

Por esta celebración:

- que nos “ilumine el corazón” con la esperanza de Jesús;

- que nos empape de los sentimientos de Cristo.

Roguemos al Señor: “queremos vivir como tú, Señor”.

Convéncenos, Señor, de que Túestás con nosotros todos los días hasta el fin delos tiempos (Mt 28, 20). Viviendo como tú, ya estamos saboreando tu gloria, tu alegría, tu amor sin fin, tu libertad para hacer siempre el bien. Por los siglos de los siglos.

Amén.

Volver arriba