Haciendo caso omiso a la reforma litúrgica de 1969 Gentes de la mar celebran a su Cristo como lo vienen haciendo desde el siglo XV

Llegada por mar del Cristo del Mar
Llegada por mar del Cristo del Mar

La efeméride de la Invención de la Santa Cruz se celebraba el 3 de mayo antes de la reforma litúrgica hecha por la Iglesia en 1969, en que esta fiesta se trasladó al 14 de septiembre, donde se le exalta.

La histórica imagen la salvó de la hoguera iconoclasta cuando ya prendía  en 1936 un portuario que se la llevó a casa y la escondió.

La efeméride de la Invención de la Santa Cruz se celebraba el 3 de mayo antes de la reforma litúrgica hecha por la Iglesia en 1969, en que esta fiesta se trasladó al 14 de septiembre, donde se le exalta. En Jerusalén, además, lo han celebrado siempre en la Basílica del Santo Sepulcro el 7 de mayo, fecha que permitía seguir dentro del tiempo pascual, uniendo el misterio de la Cruz al de la Resurrección, pues fue un 7 de mayo del año 351, cuando según San Cirilo, “una enorme cruz luminosa apareció en el cielo, sobre el Santo Gólgota, y se extendió hasta el Monte de los Olivos”.

Desde comienzos del siglo XV, portuarios, estibadores, marineros, pescadores, gentes de la mar, se han venido agolpando en la antigua Escalera Real del Puerto de Valencia -hoy ahistóricamente cegada y sacrificada al elitista dique de los yates contiguos, para recibir al Negret, el Cristo del Grau. No hicieron caso a la reforma litúrgica del Vaticano II y siguieron venerando la imagen el 3 de mayo. Este año, la pandemia, no les dejará celebrarlo en estas fechas, y lo harán virtualmente, en sus casas y en la iglesia a puerta cerrada.

Para ello, todos los 1º de mayo, al mediodía, salen a esperar la imagen del Cristo que viene por mar rememorando su primera llegada a Valencia. Veamos como sucedió aquellos según los cronistas de la época.

“Acosa de las nueve el dia, é hizo señal la guardia, é de un navio é de alto bordo, é á las dos de la tarde entró en el canal del rio Turia; é los habitadores de esta villa corrieron, é hallaron un portento de la naturaleza, é que la nave volvió en una imagen de Cristo Crucificado, é una escalera de treinta y tres escalones”. Así comenzaba el documento que se guardaba en el archivo parroquial de Santa María del Grao de Valencia y que logró leer el biógrafo de san Vicente Ferrer , Francisco Vidal y Micó.

La imagen fue llevada a la iglesia del Grao. Enterados los del pueblo de Russafa se amotinaron y marcharon sobre dicho templo “al otro dia jueves diez y seis de agosto al romper el alba se halló la villa sitiada de la gente de Ruzafa, pidiendo la santa imagen. Los vecinos se pusieron en armas, é los impidieron la entrada».

Los del Grao fueron a Valencia a hablar con el Obispo, Lucas de Lupia, quien para dirimir la cuestión les explicó que aquella noche había tenido un sueño en el que “una imagen de Cristo Crucificado con una escala se le había parecido en la noche, é le había hecho levantar, é que fuese a la Villa nueva de Santa Maria, é a donde descansaba, é que les pusiera en paz con los de Ruzafa, é todos juntos se volvieron a la villa”.

Para allá fue también el Gobernador a poner paz entre los de Ruzafa y el Grao en fuerte disputa por la posesión del Cristo. El gobernante dijo haber tenido el mismo sueño que el Obispo. Ninguno de los dos pudo con ellos. Al final “se determinó tomasen una galupa con nueve bergantes” con el Cristo a bordo y llevarla una legua mar adentro frente a la desembocadura del rio Turia, “é si la imagen aportase á la parte de la villa se la llevase, é si aportase a la parte de Ruzafa se la llevase”.

El Gobernador, como los de Ruzafa estaban muy envalentonados, los mandó que se situasen al otro lado del río, bien separados de los del Grao. La galupa navegó hasta tres millas “é asi como tocó el agua se formó una nave de alto bordo, se volvió a entrar por el Turia como ducientos pasos a la parte de la villa”.

En razón a ello, el Obispo tomó la imagen y la depositó en la iglesia de Santa María del Mar. Al día siguiente predicó en ella san Vicente Ferrer quien contó que el propietario de dicha imagen había sido un judío de Lérida, el rabino Moisé Abenabes, quien la utilizaba para hacerle escarnios, acabando su vida ahorcándose él mismo. “El diablo se llevó su alma, é la santa imagen como hijo castigado, é desamparado ha venido en busca de su madre, sabe le tratarán bien á él”. El santo dominico explicó que todos los viernes muchos judíos se juntaban en su casa para mofarse de la imagen. Hubo una orden del papa Benedicto XIII de ajustar las cuentas a los rabinos y sus acciones contra todo lo referente a la fe cristiana y Abenabes decidió desprenderse del Cristo, cuya imagen había venido a buscar a su madre en Santa María del Mar. El rabino al final decidió ahorcarse colgándose de un árbol, como Judas, dicen los relatos.

José Vicente Ortí dice que san Vicente Ferrer “fue devotísimo de esta imagen, y predicaba persuadiendo su devoción, y ordenó sus procesiones á este templo é imagen, y la una general, para remedio de todas las necesidades que ocurriesen”, y dispuso que “en las públicas rogativas, entre ellas las de petición de lluvias, que en todos los conflictos se acostumbran, acudiesen en las cinco primeras estaciones que hace la Metropolitana asistida de todas las parroquias de la ilustre ciudad, al seguro patrocinio de esta imagen soberana”.

En la última pasada guerra civil, el Cristo se salvó de la hoguera iconoclasta, gracias a que un portuario, vecino de la iglesia, delante de los incendiarios, tomó el Cristo ya algo ennegrecido por el humo de la hoguera y se lo llevó casa pasándolo luego de manera secreta y reservada al Ayuntamiento de Valencia donde permaneció oculto hasta el final de la contienda.

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