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La prensa valenciana sigue aireando detalles sobre López Benito
No le faltaba razón a la Delegada del Gobierno, Pilar Bernabé, para entrever que Netflix podría estar ya pensando en encargar una serie sobre el caso Canónigo, dado que como jefa de las fuerzas de seguridad del Estado en Valencia, debería tener ya el otro día montón de información para hilar y tejer no un capítulo, sino una larga serie sobre lo sucedido en la última década en las inmediaciones del palacio arzobispal. Y menos mal que ello no ocurrió en tiempos de Vicente Blasco Ibáñez, pues hubiera completado una trilogía de novelas junto con “La araña negra” y “La catedral”.
Levante se levanta hoy con otro nuevo capítulo de su ya extensa serie sobre llamémosle “El Canónigo”, trágico también, donde nos cuenta que el hoy tristemente fallecido canónigo Alfonso López Benito ya tuvo un grave incidente en su domicilio, el 18 de diciembre de 2013, el año en que comenzó su pontificado el Papa Francisco, al morírsele en su domicilio una de las personas que solía recoger de la calle y llevárselas a casa. El óbito se produjo, dijo la autopsia, por un taponamiento cardíaco. Se llamaba Florea, de 57 años, y era de nacionalidad rumana.
El 18 de diciembre de 2013, cuenta el diario Levante, el canónigo Alfonso López Benito, llamó al 112, Emergencias, porque se había muerto un señor que tenía en su casa. Acudió la Policía Local y vio al fallecido en calzoncillos sobre la cama. Llamaron al grupo de Homicidios y no vieron señales de violencia y como la autopsia habló de causa natural archivaron el asunto tanto la policía como el Juzgado de Instrucción que intervino en funciones de guardia. Explicó el clérigo que estando el hombre en su casa, se sintió mal y él le dio un analgésico. No pidió ayuda médica, y murió “tras varias horas de malestar”.
El luctuoso suceso ocurrió en el anterior domicilio del canónigo, en la calle Gobernador Viejo, cerca del que tenía últimamente donde sucedió su óbito, en la calle Avellanas. Aquel piso lo vendió al ser nombrado canónigo de la catedral, cuando le remitieron a vivir en un piso del Arzobispado que está a apenas diez metros del palacio arzobispal. Es posible que vendiera la vivienda de su propiedad a raíz de hechos similares a los que sucedían en la calle Avellanas, que alteraron el sosiego de sus vecinos.
A pocos metros de la casa del crimen, en la misma acera, se encuentra el edificio del arzobispado donde el canónigo tenía despacho como Juez Delegado instructor de la Causa de 250 mártires de la pasada persecución religiosa, Guerra Civil del 36-39, lugar en el que recibía y tomaba declaración a los testigos que deponían ante él sobre lo que sabían de cada uno de los crímenes cometidos en las personas de sacerdotes, religiosas o laicos católicos en aquel período de la historia. Preparaba la documentación recabada para su envío a Roma donde se debe decidir la declaración de santidad de quienes murieron por su fe.
Recordemos que el Arzobispado, en comunicado oficial, dijo que sabía de este tipo de extrañas incidencias en la vida del canónigo desde hace sólo dos años y que no se había enterado antes de nada de lo que estaba ocurriendo. Ahora ha salido otro muerto de hace nada menos que 11 años en su propia vivienda, con intervención de la policía, el juez y todo el malestar del antiguo vecindario.
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