"La pastoral eclesial sigue sufriendo una resistencia endémica y estructural al cambio" Nuestra Iglesia, más allá del virus de la costumbre inercial

La trampa del 'siempre se ha hecho así'
La trampa del 'siempre se ha hecho así' Michael Podger

Lo que podría identificarse como el gusano más dañino no solo de la vida humana, sino también de la espiritual y pastoral: ser resistentes al cambio, aferrarse con uñas y dientes a los propios esquemas e ideas, defender con ahínco las costumbres y el «siempre se ha hecho así», estar más comprometidos con la conservación de lo poco seguro que tenemos entre nuestras manos que ser valientes aventureros de la novedad

¿Tenemos la posibilidad de experimentar nuevas formas de acceder a Dios y al Evangelio? ¿Podemos detener la costumbre mecánica de los ritos, las actividades y las devociones que hasta ahora han poblado nuestra pastoral, para pensar juntos, laicos, religiosos, ministros ordenados, nuevas iniciativas de anuncio y de experiencia de la fe? ¿Podemos al menos detenernos para preguntarnos cómo empezar de nuevo, en lugar de suprimir las preguntas y seguir como si nada pasara?

«El hombre no ama el cambio, porque cambiar significa mirar con sinceridad en lo más profundo de su alma, poniendo en tela de juicio a sí mismo y a su propia vida. Hay que ser valiente para hacerlo, tener grandes ideales. La mayoría de los hombres prefieren regodearse en la mediocridad, hacer del tiempo el estanque de su existencia» (Erasmo de Rotterdam).

Esto es precisamente lo que podría identificarse como el gusano más dañino no solo de la vida humana, sino también de la espiritual y pastoral: ser resistentes al cambio, aferrarse con uñas y dientes a los propios esquemas e ideas, defender con ahínco las costumbres y el «siempre se ha hecho así», estar más comprometidos con la conservación de lo poco seguro que tenemos entre nuestras manos que ser valientes aventureros de la novedad.

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Si lo pensamos bien, es una de las mayores batallas de Jesús: el Reino de Dios, la novedad absoluta de una vida habitada por el amor de un Dios Padre está aquí entre vosotros, mientras vosotros bajáis la mirada solo hacia vosotros mismos, nadando en el mar tranquilo de vuestras tradiciones religiosas y reflejándoos en el narcisismo de vuestra buena observancia de normas, preceptos y abluciones. Aquí hay un Reino que quiere transformar el agua en vino e inaugurar espacios de vida para los pobres y los enfermos, mientras vosotros os preocupáis por la observancia del sábado y por las largas vestiduras con las que pasear por el patio del Templo.

Es aquí donde el poder del Evangelio encuentra su mayor resistencia: cuando, en lugar de entusiasmarme por una pesca milagrosa, prefiero quedarme en la orilla con mis pequeñas redes. Cuando, en lugar de cambiar y volar alto, prefiero una vida estancada, una pastoral repetitiva y una espiritualidad que se regodea en su propia mediocridad.

Un estanque en el que nada se mueve

Hay una enfermedad del alma que paraliza más que cualquier error o pecado. El Papa Francisco la denunció a menudo, remitiéndose a una larga tradición espiritual que se remonta a los Padres de la Iglesia y que la llama acedia: un enemigo invisible, una niebla del alma, un estado de pesimismo interior, un estanque en el que nada se mueve, mientras nos quejamos de todo.

El ángelus de Francisco desde la capilla de la Residencia Santa Marta
El ángelus de Francisco desde la capilla de la Residencia Santa Marta RD/Captura

El Papa Francisco lo expresaba eficazmente: «Es un pecado neutro. Es decir, de quien no elige y no es ni blanco ni negro, de quien no se arriesga, no se cuestiona, no cambia, no lucha. Se queda quieto, juega a «lo que se puede» sin exagerar nunca: hay que cuidarse —afirma el Papa— del «peligro de caer en esta acedia, en este pecado «neutro»: el pecado de lo neutro es este, ni blanco ni negro, no se sabe lo que es. Y este es un pecado que el diablo puede utilizar para aniquilar nuestra vida espiritual y también nuestra vida como personas» (Homilía en Casa Santa Marta, 24 de marzo de 2020).

Este sutil enemigo de la vida y del alma puede llegar lentamente, de forma silenciosa y oculta, cuando, simplemente abrumados por los ritmos de la vida o asustados por los posibles cambios, elegimos o nos acomodamos en el camino de una comodidad fácil, acomodándonos tranquilamente en el sofá de nuestras pocas seguridades y cultivando nuestras pacíficas costumbres: sin preguntas, sin entusiasmo, sin pasión.

No nos alejamos del fuego del Evangelio, pero tampoco nos acercamos demasiado por miedo a que nos envuelva hasta bautizarnos como apóstoles del Reino

Entonces, la tibieza y la pereza toman la delantera. No nos alejamos del fuego del Evangelio, pero tampoco nos acercamos demasiado por miedo a que nos envuelva hasta bautizarnos como apóstoles del Reino. Henri de Lubac afirmaba: «La costumbre y la rutina tienen un increíble poder destructivo».

La pastoral eclesial sigue sufriendo una resistencia endémica y estructural al cambio. Frente a los posibles trastornos que nos ha podido provocar la sinodalidad, la cuestión se ha archivado apresuradamente como un incidente de camino —o , como un paréntesis— para poder volver a la ansiada normalidad del siempre se ha hecho así.

Prever la costumbre y organizar la rutina

Y así, a pesar del riesgo real y previsto de hacer siempre lo mismo, y de la misma manera, quizá esperando que los resultados sean diferentes, se procede sin aprovechar el momento presente como tiempo y lugar de discernimiento para imaginar el futuro, sino, por el contrario, limitándose a prever la costumbre y organizar la rutina.

Volver a proponer la forma y los métodos pastorales de antes, las cosas a las que siempre hemos estado acostumbrados, puede ser para algunos —lo cual es comprensible— una respuesta para calmar la ansiedad ante una situación nueva que podría abrir escenarios inéditos.

Bergoglio lava los pies en una villa miseria de Argentina
Bergoglio lava los pies en una villa miseria de Argentina

Y, sin embargo, afirmaba Jorge Mario Bergoglio cuando aún era arzobispo de Buenos Aires, esta actitud revela que «el corazón no quiere problemas». Existe el temor de que Dios nos embarque en viajes que no podemos controlar... De este modo se madura una disposición fatalista: los horizontes se reducen a la medida de la propia desolación ante el presente y futuro pastorales o de la propia tranquilidad del ‘mejor no meneallo’ de Don Quijote a Sancho.

Esa frase, como sabemos, fue dirigida por Don Quijote a su escudero Sancho cuando éste, tras una copiosa cena, se vio necesitado de aliviarse y soltar el lastre que su vientre portaba. En general, el dicho se utiliza para referirse a determinados problemas, por ejemplo, pastorales respecto a los que, si bien se reconoce la necesidad de abordarlos, finalmente se renuncia a ello por considerar que hacerlo puede suponer abrir una caja de Pandora no deseada.

Mundanidad espiritual

Y aquí, continuaba Jorge Mario Bergoglio, «ya hay un sutil proceso de corrupción: se llega a la mediocridad y a la tibieza... El alma llega entonces a conformarse con los productos que le ofrece el supermercado del consumismo religioso... La mundanidad espiritual como paganismo con ropajes eclesiásticos».

No es fácil y no hay soluciones fáciles. Pero hay una gran lección del Evangelio que la Iglesia hoy debe volver a escuchar: en el centro de la experiencia cristiana y del seguimiento de Jesús está la invitación a la conversión, es decir, al cambio. Se trata del descubrimiento de una nueva forma de ver, de un nuevo mundo de significados, de una nueva forma de vivir la vida y la fe.

El objetivo de la predicación de Jesús, de hecho, no es hacer que los hombres se sientan culpables ante Dios e indicarles cómo ser buenos y perfectos, sino suscitar una nueva forma de vivir la propia existencia

El objetivo de la predicación de Jesús, de hecho, no es hacer que los hombres se sientan culpables ante Dios e indicarles cómo ser buenos y perfectos, sino suscitar una nueva forma de vivir la propia existencia. Él cuenta historias y realiza curaciones para indicar a cada uno de nosotros cómo nuestra vida podría ser diferente, nueva, transformada y despertada. Y le dice a Nicodemo y a cada uno de nosotros que el cambio es lo más difícil para el hombre, pero que si te dejas transformar, renaces de nuevo y recibes nuevos ojos.

¿Tenemos la posibilidad de experimentar nuevas formas de acceder a Dios y al Evangelio? ¿Podemos detener la costumbre mecánica de los ritos, las actividades y las devociones que hasta ahora han poblado nuestra pastoral, para pensar juntos, laicos, religiosos, ministros ordenados, nuevas iniciativas de anuncio y de experiencia de la fe? ¿Podemos al menos detenernos para preguntarnos cómo empezar de nuevo, en lugar de suprimir las preguntas y seguir como si nada pasara?

Precisamente en este momento nuestras Iglesias necesitan replantearse y empezar de nuevo, con un sobresalto evangélico: abandonar la nostalgia de las costumbres y correr el riesgo de cambiar.

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