"Vivir cristificados para sumergirnos conscientemente en ese 'todavía no'" Vivir cristificados es la tensión del Adviento
"Este es el momento, y no otro, en el que nuestra salvación está más cerca que cuando nos convertimos en creyentes"
"Cada hora que pasa nos acerca a ese punto de llegada al que apuntan la fe y la esperanza cristianas"
"Un cristianismo aplastado solo por el «ya» de una vida vivida en la justicia, la fraternidad y la bondad es solo una buena ética"
"Un cristianismo aplastado solo por el «ya» de una vida vivida en la justicia, la fraternidad y la bondad es solo una buena ética"
«Hermanos, haced esto conscientes del momento», conscientes del καιρός, que es el tiempo oportuno, el tiempo favorable, el tiempo que no se agota en el vacío de su transcurrir, καιρός es un tiempo cargado, un tiempo que pide ser escuchado. Un tiempo de anunciación.
San Pablo nos ayuda a comprender que el tiempo que vivimos no puede reducirse únicamente a algo que transcurre acompañándonos inexorablemente hacia el final, el tiempo presente para el cristiano exige la conciencia del despertar: «Ya es hora de despertar del sueño».
Sí, despertar para reconocer que precisamente este tiempo hace sentir sin cesar una llamada personal a la plenitud de la salvación, a una eternidad indispensable para no reducir la vida a una triste repetición de lo mismo.
Seguir durmiendo, creyendo que, en el fondo, basta con lo que tenemos es terrible. Este es el momento, y no otro, en el que nuestra salvación está más cerca que cuando nos convertimos en creyentes.
El cristiano vive entre un «ya» del ser justificado, insertado en Cristo (cf. el bautismo), y un «todavía no» de la salvación plena, de la que formarán parte todas las dimensiones de su identidad, incluida la física; cada hora que pasa nos acerca a ese punto de llegada al que apuntan la fe y la esperanza cristianas.
Un cristianismo aplastado solo por el «ya» de una vida vivida en la justicia, la fraternidad y la bondad es solo una buena ética, en definitiva, útil también para el «mundo», un voluntariado inteligente en el que se ayuda a los más pobres, en el que se prestan servicios a los más débiles sustituyendo las carencias del Estado, el intento de construir un mundo más justo, una filosofía de vida en la que nuestro corazón puede sentirse incluso bueno, un estilo de vida deseoso de construir un futuro mejor para nuestros hijos, todo ello noble, pero, sencillamente, no es cristianismo. Es otra cosa.
El cristianismo hará las mismas cosas, pero solo como signo de la plenitud que será, solo en virtud de un encuentro con el Viviente que promete la salvación plena, solo por su valor simbólico se romperán las espadas para hacer arados, se harán hoces con las lanzas, pero solo en nombre del monte del Señor, que estará firme en la cima de las montañas, que se elevará por encima de las colinas, al que acudirán todos los pueblos: «al final de los días». ¡Al final de los días!
Precisamente en esta visión escatológica se crea la fractura, precisamente aquí el escándalo, aquí la dificultad de creer, de ceder a la promesa del Evangelio. Seguir fingiendo que esto no es un problema, no hablar de ello para no sentir la burla del mundo es una actitud culpable.
Si en nuestro íntimo falta la nostalgia ardiente por el «todavía no», nuestra vida será una vida vivida con los ojos cerrados, dormida, una vida que no logra intuir la sabiduría en la invitación paulina de «deponer las obras de las tinieblas» para sumergirse hasta el fondo y en cada instante en Su luz, porque esto es lo que pide el tiempo καιρός: salir finalmente a la luz, nacer a la salvación plena.
Caminar en el «ya» de este momento, pero hacerlo sin aturdir nuestros sentidos, sin dispersarnos en relaciones conflictivas o en celos. Sino, por el contrario, vivir para revestirnos de luz o, mejor aún, para revestirnos «del Señor Jesucristo», que es una expresión que nos deja sin aliento.
Muchos hablan de Jesús, escriben libros sobre Jesús, predican sobre Jesús y dicen cosas interesantes, muchos de ellos se definen como no creyentes, yo querría llegar a no decir nada más de Jesús, a no escribir nada más sobre Él, a no abrir más la boca a cambio de poder revestirme de Él, porque solo esto cuenta, este «todavía no» que hace luminoso y eterno el momento que estamos viviendo.
La paradoja de la imagen consiste en que habla de algo externo, como es precisamente el vestido, pero en realidad indica la dimensión más interior del hombre, incluido su ser transformado, en cierto sentido, cristificado. Vivir «cristificado», el resto no cuenta nada.
Revestirse de Cristo, para vivir constantemente el «ya» de la vida ordinaria, pero con el arca abierta de par en par, entrando en el arca que es Jesús, que solo puede hacernos atravesar el diluvio para llegar a los brazos del Eterno.
Vivir cristificados, revestirnos de Cristo, para arrancar esa parte de nosotros que se engaña pensando que basta con estar en el campo o moler en la muela, aunque lo hagamos bien, para dar sentido a nuestro nacimiento.
Vivir cristificados para sumergirnos conscientemente en ese «todavía no», porque es cierto que no sabemos el día, pero sabemos con certeza que Él vendrá, porque lo ha prometido, porque sin su llegada nada tendría sentido, porque la vida que vemos, lo que llamamos real, no sería más que una puesta en escena, un lúgubre teatro de sombras en honor al azar.
Vivir revestidos de Cristo, para velar siempre, incluso en los momentos aparentemente más improbables, incluso cuando no lo imaginamos, incluso cuando la vida parece vacía y sin sentido, incluso cuando los demás solo ven fracaso o enfermedad, incluso en encuentros que no nos apetece en absoluto mantener, siempre es καιρός, tiempo oportuno, tiempo favorable para revestirnos de Cristo, para morir y resucitar con Él.
No hay otra razón, mi Señor, mi Amado, que me convenza de la bondad de abrir los ojos cada día.
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