"La propaganda no quiere muertos, solo existe el enemigo" Los muertos que no vemos: daños colaterales y males coyunturales

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"La guerra siembra muerte. Lo ha hecho siempre, es su vocación desde que el mundo es mundo, o mejor dicho, desde que la humanidad inventó tal instrumento de destrucción"

"Esos muertos, millones y millones a lo largo de todos los siglos de este antropoceno convulso y confuso, tendrían derecho al menos a una cosa: al recuerdo"

"Pero más fuerte que todo, más que todo en Gaza o en Jerusalén gana la propaganda"

"Y la propaganda no quiere muertos, no los reconoce, hace como si la guerra no existiera. Solo existe el enemigo, que no podrá evitar perder esta guerra incluso en caso de ganarla"

La guerra siembra muerte. Lo ha hecho siempre, es su vocación desde que el mundo es mundo, o mejor dicho, desde que la humanidad inventó tal instrumento de destrucción.

Ya sea bárbara o inevitable, de dominación o de defensa, toda guerra trae consigo la muerte: de soldados combatientes y, sobre todo, de civiles. Hombres, mujeres y niños que no hacen la guerra, pero que se ven precipitados en ella en un día cualquiera y, a partir de ese día, todo cambia para ellos. 

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No hay ningún ser humano que, tarde o temprano, no haya sido víctima de la guerra. Y que en esa guerra muere, sin saber, en muchos casos, ni demasiado ni demasiado poco sobre el motivo de esa guerra y de su propia muerte. Bajo las bombas, en el fuego que devora su propia casa, cara a cara con una ametralladora que dispara sin control. 

Esos muertos, millones y millones a lo largo de todos los siglos de este antropoceno convulso y confuso (las innumerables especies de dinosaurios convivían en esta tierra de una manera decididamente más civilizada), tendrían derecho al menos a una cosa: al recuerdo

Los muertos israelíes en esta última y terrible guerra se llaman Israel y Eti, Manar Shatha, Hala. En Tamra, toda una familia de cristianos árabes murió bajo un misil lanzado desde Irán. En Israel, por ejemplo, los muertos están presentes: rostros, nombres, recuerdos, lágrimas. Vida que permanece, casas devastadas, angustia y vida que sigue, a pesar de todo. Sus fotos están en los periódicos y en Internet, se habla de ellos. Están ahí.

En el frente opuesto, por ejemplo en Teherán, en cambio, ningún muerto tiene nombre. Ningún muerto tiene rostro. Los que ya no están es como si nunca hubieran existido. Y los muertos están ahí, sin duda, bajo las bombas israelíes. 

Pero más fuerte que todo, allá en Teherán o en Jerusalén, más que el único derecho que les queda a los muertos, más que la verdad absoluta e incontrovertible de que la guerra cosecha muertos, más que todo en Gaza o en Jerusalén gana la propaganda. 

Y la propaganda no quiere muertos, no los reconoce, hace como si la guerra no existiera. Solo existe el enemigo, que no podrá evitar perder esta guerra incluso en caso de ganarla. Solo el enemigo cae en esta guerra, según la propaganda de un régimen en el que no se admiten víctimas de guerra y, si las hay —y sin duda las hay—, se ocultan tras un impenetrable velo de mistificación. 

Los muertos yacen sepultados en vida bajo los escombros de la guerra, pero antes aún bajo la reticencia de una política o de un régimen que se burla de la verdad, incluso de la más dolorosa e insoportable de los muertos en la guerra.No están permitidos, no tienen espacio, ni rostro, ni nombre, ni siquiera son números. Todo queda en un difusamente abstractos y vago: "daño colateral-mal coyuntural". 

Hay no poco de indigno en esta buenista y políticamente correcta designación que va en contra de todo principio básico de respeto por la vida. Como si todas esas vidas arrasadas por la guerra no hubieran tenido ningún sentido, ni antes, cuando estaban, ni ahora que ya no están

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