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El Papa Francisco no asistió el 7 de diciembre a las celebraciones por la reapertura de la catedral de París, tras las reformas que repararon las heridas infligidas por el incendio de hace cinco años. La noticia pasó a un segundo plano ante la grandiosidad del acontecimiento y el peso político de los protagonistas.
El Papa, por otra parte, fue a Francia, pero a Ajaccio, en Córcega. Así pues, fue, pero a una Córcega muy periférica y no al centro de París.
La reapertura de Notre-Dame fue más un acontecimiento social y político que religioso. Hay que recordar que en Francia las iglesias históricas son propiedad del Estado y de los municipios, y corresponde a los organismos públicos ocuparse de su mantenimiento y restauración. Sin embargo, como hay tantas iglesias y tan pocos recursos, el Estado y los municipios suelen ser en gran medida morosos en lo que respecta a la conservación de las iglesias. La «laÏcité» francesa está muy orgullosa de sus atribuciones. No siempre hay, ni tiene por qué haber, polémica entre la «laÏcité» y la Iglesia. Ambas perspectivas pueden acercarse y no oponerse ni superponerse.
De hecho, por ejemplo, y tras la reapertura oficial de las puertas la víspera, a la que acudieron decenas de jefes de Estado y de Gobierno, los actos del domingo día 8 estuvieron dedicados al retorno de la actividad litúrgica de la catedral, con una misa por la mañana y otra por la tarde. El oficio matinal fue el más importante, ya que en él se realizó la consagración del nuevo altar ante un público encabezado por el presidente francés, Emmanuel Macron, y con la asistencia de 150 obispos.
No soy quién para interpretar la ausencia del Papa Francisco en los actos de reapertura de Notre-Dame el día 7 de diciembre. Otros más inteligentes que yo seguramente podrán interpretar esa ausencia.
Sí he escuchado, a este respecto, una reflexión a propósito de la preferencia del Papa Francisco para hacerse presente en las periferias… particularmente de los pobres. El Evangelio de las Bienaventuranzas en particular, habla de «los pobres». El Año de Gracia del Profeta Isaías leído e interpretado por Jesús de Nazaret en la sinagoga de Nazaret habla de cautivos, ciegos, oprimidos… La Buena Noticia tiene una preferencia hacia esos pobres.
Habrá quien piense o diga que también los franceses son pobres… «en la fe» y también existe una periferia de la fe. He leído que la asistencia a la Misa es inferior al 5%. Pero sin embargo son ricos, como todo o casi todo el Occidente europeo. Tal vez se comprende que el Papa Francisco haya preferido otros destinos al centro y al corazón de París, y haya optado por las afueras y periferias de Ajaccio en la Isla de Córcega en ese Mediterráneo que es también la sepultura diaria de los pobres… Una opción, la suya, muy evangélica.
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