No fornicar III (Sexualidad y unidad)

La cuarta y última consideración básica que nuestra "responsabilidad humana" debe tener en cuenta es que la sexualidad es para unir y no para picotear. Veámoslo brevemente.



4. La sexualidad es unidad: No existe unión más íntima, ni más completa, entre un hombre y una mujer que la unión sexual humana. Digo lo de "humana" para destacar que no hablo sólo de la "unión física" sino de la "unión plena", es decir, física, sicológica y espiritual. Así vivida es una verdadera unión mística. De ahí tantos cantos místicos de inspiración sexual, incluso en la Escritura. No hay mayor expresión de unidad.

Si además existe un propósito de engendrar -implícito o explícito- entonces la unión sexual se convierte en un verdadero éxtasis de unidad, comunicación, entrega mutua y colaboración necesaria con el Creador. Cuando todo esto se vive conscientemente, la experiencia sexual se convierte en verdadera espiritualidad y éxtasis místico.

Los clérigos dirigentes -célibes de por vida habitualmente- no tienen ni idea de todo esto. Lo digo así de rotundo para que se den humilde cuenta de que estudiar unos libros no les capacita y que, más pronto que tarde, deberían contar con laicos casados para dirigir la Iglesia. Como no llegan a comprender la sexualidad, con frecuencia la maltratan o la distorsionan. La sexualidad humana -vivida con madurez- es verdadera fuente de humanidad, espiritualidad y unidad.



Uno de los dislates clericales es la defensa de los "matrimonios blancos", que persiste hoy expresamente para los "divorciados casados" a quienes se exige vivir como hermanos para ser admitidos a la comunión. Lo que es una auténtica aberración y una grave miopía de quien tal impone. Un matrimonio sin relación sexual podrá ser una comunidad, una fraternidad, una sociedad, pero no un matrimonio. Me atreveré a decir más: "la privación de relación sexual en el matrimonio -sea impuesta, inducida o voluntaria- es camino seguro para el declive matrimonial". La única causa legítima de ausencia de relación sexual en el matrimonio es la incapacidad natural e irremediable. La sexualidad en el matrimonio es fuente de unidad y, al mismo tiempo, su expresión más palpable.

Un amigo que pasaba por una depresión grave acudió a un siquiatra de muchas campanillas. Entre otras muchas cosas le preguntó cuántas veces tenía íntima relación con su esposa. No serían pocas porque se trataba de un mocetón fornido y varonil. Pero su sorpresa fue mayúscula cuando aquel médico -del Opus para más inri- le espetó enérgico: ¡más veces, más veces! Todavía me río cuando recuerdo la cara de mi amigo. O sea, que la sexualidad matrimonial es buena hasta para la depresión. Aquel buen médico casado sabía que la sexualidad en el matrimonio une, enlaza, fortifica y consuela.

Es evidente que en la fornicación (sexo fuera del matrimonio legal o real) no existe un propósito de unidad permanente sino mera yuxtaposición circunstancial de intereses egoístas.

Cuando las relaciones sexuales -dentro y fuera del matrimonio- no contemplan esas cuatro realidades que acabo de describir (paternidad responsable, garantía de derechos para los posibles hijos, afectividad humana y unidad permanente) se convierten en fornicación, éticamente reprobable porque desaparece la imprescindible "responsabilidad humana" para convertirse en mero desahogo del instinto.



Hoy se ha generalizado la sexualidad - juguete. No es que caigas en la irresistible atracción de la dama o el varón, sino que se consume sexualidad como un pasatiempo de moda, como un juguete para pasarlo bien, si pensar lo más mínimo en lo que la sexualidad significa y lleva consigo.

Así surgen los embarazos adolescentes, los niños de la calle, los abortos masivos, las infidelidades, etc. Políticos necios y populistas lo promocionan, anteponen el follar al pensar, la prostitución a la educación, priorizan el animal sobre la persona. Así vamos retrocediendo inconscientemente a la caverna y asumiendo como normal el supuesto derecho de las personas a vivir como animales y de las madres a matar a sus crías. ¡Ni las fieras más salvajes!

Más tarde, las jóvenes promiscuas e irresponsables se convertirán en esposas frígidas (antes se llegaba ahí por otras causas), se cansarán del juguete o la realidad les hará constatar que el juego tiene consecuencias exigentes y permanentes. Muchos varones seguirán queriendo jugar a espaldas de sus esposas, disparando a todo lo que se mueva y tenga curvas. Unos y otras serán tentados o visitados por la infidelidad y, tal vez, las mieles inmaduras de una precoz sexualidad se conviertan en agrias rupturas, en decepciones amargas, en soledades permanentes.

Es decir, hemos caído en una sexualidad irresponsable que ha perdido toda connotación humana y se ha convertido en mera fornicación, en puro abuso de ellos sobre ellas, en puro coleccionismo de trofeos para ellas, o en mero juego de poder sobre ellos que -tontos, inconscientes e irresponsables- se dejan cautivar creyendo que son ellos los que dominan. Cuando la rutina descubra el pastel, vendrán las decepciones y las rupturas. ¡Un papelón!

A este ejercicio necio de la sexualidad, a esta ausencia de inteligencia y voluntad, a esta falta de visión y conducta humana, la llamamos "fornicación". Y, evidentemente, es el camino más rápido, frenético y directo para volver a la selva. Con toda razón se dice que es ética, moral y religiosamente reprobable. No por el placer que produce -el placer siempre es bueno- sino por la irresponsabilidad y falta de humanidad que nos degrada para convertirnos en algo peor que animales.



El pétreo cimiento del "no fornicar" no está en la norma moral. Las normas morales y religiosas sólo advierten de los peligros. El mal de la "fornicación" está en el dolor, daño y desgracia que conlleva el desorden humano, el olvidar que no somos animales sino seres superiores. Por tanto, es exigible también a los no creyentes. El que exista un poste indicador, una norma moral, ayuda mucho a no meterse en la ciénaga de la deshumanización, como las rayas de la carretera ayudan a no salirse de ella. Pero, como suelo repetir, lo grave no es quebrantar la norma, sino causarse daño o causárselo a otro, frecuentemente al más débil e inocente.

- La paternidad responsable,
- La justicia para el hijo,
- La afectividad y
- La unidad,

propias del ser humano, se degradan y corrompen hasta insospechados extremos en la fornicación.


Eso es lo que he querido explicar. Esas son las razones básicas, en mi opinión, por las que la "fornicación" es una perversidad. Por mucho que las películas o el "ambiente humano" actual nos lo vendan como refrigerio exprés sin consecuencias.

Termino con un íntimo y vehemente deseo: ¡Que encuentres tu camino de humanización y nunca lo abandones!


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