¿Nos dejamos seducir por las apariencias?

Hoy en día, la aceleración del ritmo de la vida provoca en nosotros una transitoriedad permanente de los acontecimientos y de las cosas no siempre fáciles de asimilar, poniendo a prueba nuestra adaptabilidad psicológica. Vivimos en una realidad tan cambiante que nos resulta difícil adaptarnos, ya que los sucesos se suceden unos a otros sin poder asimilarlos, valorarlos y poder actuar adecuadamente sobre ellos. Por otro lado, nos hallamos ante la multiplicación y la saturación de información, que nos impide distinguir entre lo importante o lo trivial. Este alud de noticias hace que se rompa la órbita referencial de las cosas y hayamos perdido la capacidad para situar los acontecimientos en un horizonte significativo y con sentido. El resultado final es el secuestro del “acontecimiento”.
Nos encontramos pues ante una paradoja: Hoy poseemos más datos acerca de nuestro entorno que antaño. Pero a diferencia de épocas pasadas, en la actualidad carecemos de un relato unificador que sustente y sea la razón de ser de todo este conocimiento. La consecuencia de todo esto es que nos instalamos en la superficie de las cosas y en el cambio accidental de los hechos, dejándonos seducir por el triunfo de las apariencias y la degustación del momento presente, desligándolo en buena medida del pasado y del futuro. Este secuestro conlleva la imposibilidad de reflexión y recuperación de los significados sobre un fondo con sentido. Por higiene psicológica y espiritual necesitamos pararnos y hacer silencio, para ir recuperando el sentido de la realidad y nuestra responsabilidad ante ella.
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