«El verdadero héroe, el verdadero tema, el centro de la Ilíada, es la fuerza». Así inicia Simon Weil su ensayo, La Ilíada o el poema de la fuerza, ahora incluido en el libro La fuente griega, que premonitoriamente escribió durante el año 1939 y 1940, tras la caída de Francia ante la embestida militar nazi . Puede leerse como un comentario indirecto de este trágico evento, que señaló uno de los triunfos de la más extrema expresión moderna de la fuerza en el siglo XX. El ensayo de Weil es una lúcida advertencia, sobre la acción de la fuerza en los seres humanos y el precio a pagar por su uso. Fue publicado originalmente bajo el seudónimo de Emile Novis en los números de diciembre de 1940 y de enero de 1941 de los Cahiers du Sud, revista literaria publicada en Marsella. Entonces Weil se encontraba refugiada en calidad de obrera agrícola en los viñedos de Gustave Thibon, en obediencia a las leyes racistas de Vichy, que la habían despojado de su cátedra de filosofía y griego. Poco después, Thibon se convertiría en su amigo y admirador y, eventualmente, en depositario de parte de sus escritos.

Para Weil la fuerza atraviesa la naturaleza y la sociedad y su imperio arrastra a los hombres, ya la ejerzan o la sufran. La organización social nos libera de la opresión que nos imponen las fuerzas naturales, sin embargo, tenemos la opresión de la vida social, que adopta la forma de una carrera sin fin hacia el poder y se manifiesta en la guerra, esclavitud o en cualquier forma de trabajo que nos enajene. . Simone Weil advierte que en La Ilíada la guerra es un juego de balanza, un movimiento pendular que hace pasar de la victoria a la desgracia. Simone Weil observa en el poema homérico una sanción que castiga el abuso de la fuerza en quien sobrepasa los límites de su uso. Para Simone Weil esta balanza de la fuerza constituye el alma de la epopeya. Pero el movimiento pendular de la guerra es un estado en el que la muerte siempre es próxima, amenazante. El ser humano se acostumbra a vivir con la guerra, se enajena ante la proximidad de la muerte violenta, se somete a la fuerza, incluso la adora, llegando a creer que la guerra no puede desaparecer. Conclusión a la que llega Weil: no podemos dominar ni erradicar la fuerza, pero la conciencia que tenemos del sometimiento y la vulnerabilidad pueden ser los fundamentos de una sociedad más compasiva y más vigilante para evitar cualquier abuso.

Mahatma Gandhi, que también fue testigo de las atrocidades de la guerra, tenía un firme convencimiento: «Tengo la convicción profundamente arraigada, y es la de que solo la no-violencia puede salvar a la humanidad. La no-violencia es el mensaje central de la Biblia, tal como yo entiendo ese ‹dichosos los pacíficos’, dicho por Cristo en el sermón de la montaña. Y, tengo fe absoluta en que el amor es el arma más grande que existe a disposición de la humanidad. Creo que la fuerza que nace de la verdad puede reemplazar la violencia y la guerra. Tiene que lograr al fin la conversión simultánea de los que se dicen a sí mismos terroristas y a los gobernantes que tratan de desarraigar el terrorismo castigando a toda la nación»1

1  JL VÁZQUEZ BORAU, La fuerza de la no-violencia, Bubok Publishing, Madrid 2008, 41.