En nuestra civilización occidental la imaginación ha sido desacreditada por la razón. Instintivamente tendemos más a valorar el coeficiente intelectual de una persona que su imaginación, como si esta no fuese también fuente de conocimiento. Se tiene así una idea de la imagen como representación. Por tanto, según esto, la imaginación no aporta conocimiento fiable, ya que el verdadero conocimiento se obtiene por la abstracción racional (Inteligencia Racional). ¿Donde situamos nosotros a la imaginación? En el ámbito de la Inteligencia Emocional, que, gracias a la imaginación creadora tenemos acceso a los arquetipos, fuerzas estructuradoras de la conciencia, puente entre Dios y los seres humanos, y que se hacen presentes gracias a los símbolos. La imaginación creadora, de la que estamos hablando no depende de la percepción del mundo objetivo, si no de una «imaginación trascendental», fuente de la razón, el arte y la espiritualidad del ser humano. Recuperar la importancia de la imaginación creadora supone poner en valor la capacidad simbólica del ser humano favoreciendo así la comunión con la realidad. Supone pasar de la ideología a la experiencia, pero sin desvincular la razón y de la existencia histórica. Así, frente a espiritualidades intimistas y gnósticas, la tradición profética judeocristiana vincula la ética al símbolo (el culto). Pero, ¿qué clase de conocimiento nos aporta la imaginación creadora? Verdaderamente no es el mismo tipo de conocimiento que aporta la Inteligencia Racional con su procedimiento lógico-analítico, que cristaliza en ciencia y técnica. El conocimiento que aporta la imaginación creadora (IE), iluminada por la Inteligencia Espiritual (IES), es sabiduría.