silencio contemplativo La importancia del silencio

El silencio nos lleva a una experiencia de soledad, sin que nadie nos proteja y arrope

Los momentos más grandes del arte, de la ciencia, de la creatividad, son momentos de absoluto silencio

El silencio nos habla sin decir nada, nos interroga sin hacer preguntas, nos sitúa y nos descubre el lugar donde nos encontramos, sin análisis ni cálculos mentales

Si permanecemos en el silencio, escucharemos lo que no se oye, percibiremos lo que no se ve, sentiremos lo que no se toca, intuiremos el misterio esencial de toda criatura

El silencio es la melodía de Dios, una presencia amorosa, quieta y luminosa que envuelve a toda la creación

A esta experiencia tenemos miedo, pues nos sitúa ante nosotros mismos, sin ropajes ni artificios. Tenemos miedo de encontrarnos ante nuestra propia realidad. Si tenemos paciencia y afrontamos este miedo, recuperamos el paraíso perdido, nuestro auténtico hogar, lleno de vida y de paz. Es la vida y la paz que brota del silencio, para iluminar nuestra mente y nuestro corazón.

Hemos expulsado el silencio de nuestras ciudades y de nuestras vidas. Hemos de recuperar el silencio, pues es el único que aporta calma, da paz y hace crecer en sabiduría. Los momentos más grandes de la vida humana son siempre momentos de profundo silencio. Los momentos más grandes del arte, de la ciencia, de la creatividad, son momentos de absoluto silencio. El silencio no nos engaña con propuestas fantásticas, no nos distrae con milagros imposibles, no nos cansa con estrépito fastidioso.

El silencio cuando se hace presente no pasa inadvertido, te llama la atención sin pretenderlo, nos habla sin decir nada, nos interroga sin hacer preguntas, nos sitúa y nos descubre el lugar donde nos encontramos, sin análisis ni cálculos mentales. Hay silencios que matan. Son los falsos silencios, los que crean tensión, agobian, endurecen, aplastan, distancian de los demás, bloquean la comunicación, encierran en la cárcel mental lo más creativo de la persona humana. El verdadero silencio es un tesoro que hay que buscarlo dentro de nosotros como aquello que proporciona vida y que se esconde más allá de la experiencia humana y que percibimos como una caricia divina.

Si permanecemos en el silencio, escucharemos lo que no se oye, percibiremos lo que no se ve, sentiremos lo que no se toca, intuiremos el misterio esencial de toda criatura. Cuando el silencio no es evasión ni huida, cuando el silencio es silencio de la mente, del cuerpo y del corazón, el silencio habla y la vida se transforma. Es entonces cuando aparece la humildad de mi nada y de mi todo, se disuelve la oscuridad y aflora la luz de la conciencia, para disolverse en el silencio amoroso de Dios.

El silencio es una “música callada”1 que brota en el corazón cuando se callan todos los sonidos de alrededor. El silencio es la melodía de Dios, una presencia amorosa, quieta y luminosa que envuelve a toda la creación. El silencio siempre habla, pero se escucha en silencio. Así, silencio y quietud es lo mismo que presencia amorosa. El silencio habla desde la otra orilla, desvelando la presencia silenciosa y eterna de Dios, que nos da el espíritu de sabiduría para manifestarnos el verdadero conocimiento y nos ilumina nuestros ojos para conocer a que esperanza estamos llamados.

El silencio es necesario para encontramos a nosotros mismos y para autodescubrirnos de manera auténtica; nos ayuda a mirar el pasado con ecuanimidad, el presente con realismo y el futuro con esperanza. El silencio nos permite contemplar al dador de la Vida, a los hermanos y a la naturaleza con una nueva mirada, y nos ayuda a proyectarnos, en la realización del plan o la vocación que Dios ha dispuesto para cada uno de nosotros desde siempre.

1                SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual, 70, BAC, Madrid, 1994, 128.

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