Espíritu Santo habla por la vida de los santos, de su testimonio extraído de la vida y de su experiencia. ¿Pero no nos habla también en los acontecimientos y en la vida de las personas? El cristianismo ha reconocido siempre inspiraciones interiores en el curso de una vida espiritual, lo que san Juan de la Cruz llama «palabras sustanciales», como, por ejemplo, «camina en mi presencia» o «vive en paz». Estas no son las «revelaciones privadas» que han desempeñado una función a lo largo de la historia de la Iglesia. La vida de los santos son un comentario en acto de las Escrituras. Pero ¿podemos también, por medio del Espíritu Santo, conocer la voluntad divina a través de los acontecimientos? Los acontecimientos de la vida son portadores de los designios de Dios. Es deber nuestro escrutar los «signos de los tiempos» e interpretarlos a la luz del Evangelio. Estos signos no están definidos, pero están suficientemente descritos, no con una mirada sociológica sino evangélica. El Espíritu Santo actualiza la pascua de Cristo con miras a la escatología de la creación. Actualiza también la revelación de Cristo. Empuja hacia adelante el Evangelio en el todavía no presente de la historia. Debe realizarse una unión entre lo dado y lo inesperado, entre lo adquirido de una vez por todas y lo perpetuamente inédito y nuevo. Así, el Espíritu Santo nos ayuda a recordar («El Espíritu Santo que el Padre enviará en mi nombre os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho» Jn 14, 26); recibe lo que es de Cristo («Recibirá de lo mío y os lo explicará a vosotros» Jn 16, 14); y se manifiesta con completa libertad («El viento sopla donde quiere y oyes su rumor» Jn 3, 8).