Se denomina Tánatos a la fuerza que subyace a la pulsión o el instinto agresivo,que tiene tanta importancia como su opuesto, el Eros o instinto de la vida. Tánatos es la personificación de la muerte en la mitología griega. Es hijo de Nix, la noche, y hermano gemelo de Hipnos, el sueño. Algunas fuentes también mencionan a Érebo, la oscuridad, como su padre. Como una personificación de la muerte, Tánatos está a las órdenes de Hades, que era el nombre del dios del inframundo en la antigua Grecia y el nombre del lugar tenebroso bajo tierra que se consideraba como el destino final de las almas de los muertos. Las Moiras, las tres diosas, hermanas, responsables del destino de los mortales desde que nacen y las que asignan la duración de sus vidas, en el momento de su muerte son las encargadas de llevar a los muertos al Inframundo. La hebra dorada que ellas hilan representa el destino individual de cada uno y cuando el hilo se rompe, esto significa la muerte de la vida de un ser humano.
Según el pensamiento freudiano, la pulsión de muerte o Tánatos, en oposición a la pulsión de vida o Eros, representa la tendencia fundamental de todo ser viviente a regresar al estado inorgánico desde donde emergió, a través de la reducción completa de las tensiones. Freud entiende la pulsión de muertecomo una necesidad primaria que tiene lo viviente de retornar a lo inanimado, reconociendo en ella la marca de lo demoníaco donde impera la destrucción, la desintegración y la disolución de lo vivo. En contraposición a esta tendencia primaria, Freud sitúa a la pulsión de vida como representante de la cohesión, integración y organización, cuya finalidad es construir y conservar unidades cada vez mayores y más complejas. Eros constituye una fuerza de motorización y dinamismo que provee al ser vivo del empuje necesario para contrarrestar lo destructivo, permitiendo así conservar la vida y sostener el desarrollo.
La pulsión de vida tiene a su cargo la tarea de liberar al organismo de la acción destructora del Tánatos y lo consigue principalmente a través de fusionarse con él. Freud postula al Tánatos como un principio fundamental de lucha y destrucción, cuya acción se expresa esencialmente atacando los vínculos en todos los ámbitos. Freud sitúa a la pulsión de vida como una fuerza de cohesión e integración, que provee al ser vivo del empuje necesario para contrarrestar lo destructivo.
Desde un punto de vista religioso, podríamos decir que estas dos pulsiones, por un lado, la pulsión de muerte, que todos llevamos dentro, que desde un punto de vista social se manifiesta en toda violencia destructiva y que desde un punto de vista personal se manifiesta en actos autodestructivos, que pueden llevar hasta el suicidio; y por otro, la pulsión de vida (Eros) asociada con los deseos y placeres sensoriales, las podríamos relacionar con el pecado original, fruto de la desobediencia de Adán y Eva en el Jardín del Edén.En el número 405 del Catecismo de la Iglesia Católica se nos dice: »Aunque propio de cada uno, el pecado original no tiene, en ningún descendiente de Adán, un carácter de falta personal. Es la privación de la santidad y de la justicia originales, pero la naturaleza humana no está totalmente corrompida: está herida en sus propias fuerzas naturales, sometida a la ignorancia, al sufrimiento y al imperio de la muerte e inclinada al pecado (esta inclinación al mal es llamada «concupiscencia»). El Bautismo, dando la vida de la gracia de Cristo, borra el pecado original y devuelve el hombre a Dios, pero las consecuencias para la naturaleza, debilitada e inclinada al mal, persisten en el hombre y lo llaman al combate espiritual». Al aceptar a Jesucristo como Salvador y seguir sus enseñanzas, los creyentes reciben el perdón de sus pecados, incluyendo el pecado original, y restauran su relación con Dios. Esto es lo que nos recomienda el apóstol Pablo referiéndose a Jesús:» De él aprendieron que es preciso renunciar a la vida que llevaban, despojándose del hombre viejo, que se va corrompiendo por la seducción de la concupiscencia,para renovarse en lo más íntimo de su espíritu y revestirse del hombre nuevo, creado a imagen de Dios en la justicia y en la verdadera santidad» (Ef 4, 20-24). La redención proporciona la oportunidad de vivir una vida de acuerdo con los principios cristianos y recibir la gracia divina para superar la naturaleza pecaminosa heredada del pecado original.