OBEDIENCIA NAZI

Actualmente, son muchas las personas que se preguntan si es posible aceptar a Dios y llevar una vida religiosa cuando exite tanta barbarie a nuestro alrededor. Veamos como describe esta experiencia el escritor judío Elie Wiesel: “A los quince años (…), Elie y su familia fueron arrojados al campo de Auschwitz. En la misma noche de su llegada, fue separado brutalmente de su madre y de sus hermanos. Ya nunca volvió a verlas. Habían empezado para Elie y su madre meses de horrores indescriptibles (…). Dos hechos marcaron para siempre su alma de adolescente excepcionalmente impresionable. En la primera noche, iluminada sólo por las llamas que salían de una alta chimenea, cuando Elie se encontraba aún bajo el choque tremendo de la separación de su madre, la columna de los deportados tuvo que pasar cerca de una fosa de donde subían ´llamas gigantescas´. Dentro se quemaba algo. Se acercó un camión a la fosa y arrojó su carga: ´eran niños, eran bebés´ (…). Y Wiesel sigue así: ´ Nunca olvidaré esta noche, la primera noche en el campo, que hizo de mi vida una larga noche cerrada con siete llaves. Nunca olvidaré este humo. Nunca olvidaré las caritas de los niños cuyos cuerpecillos vi transformados en torbellinos de humo bajo un cielo mudo. Nunca olvidaré estas llamas que consumieron para siempre mi fe” (Cf. M. TESTAMALLE, ¿Silencio o ausencia de Dios?, Studium, Madrid 1975, 16-17). Albert Camus ante el escándalo provocado por el hecho de que el Dios considerado sumamente justo permita el dolor y la muerte de los inocentes, sobre todo los niños, no le permitió a Camus recorrer el proceso intelectual-espiritual de búsqueda, a través del cual podía haber adquirido luz suficiente para reconocer la existencia de Dios, no a pesar de su silencio, sino precisamente porque reduce a silencio toda voluntad de imponer su presencia entre los hombres.
El profesor A. LÓPEZ QUINTÁS en su reciente libro La mirada profunda y el silencio de Dios, Editorial UFV, Madrid 2019, 390-395), afirma: “El ocultamiento de Dios es, también, una manifestación de su amor, que lo lleva a no imponer su presencia en el mundo, a fin de que los hombres se sientan libres para rechazar su existencia o aceptarla, posibilitando así una opción libre por Él, pero no solo por su mera existencia de Creador del universo, sino por su condición de ser todopoderoso que nos sale al encuentro, con una promesa de filiación. Si la existencia enigmática del mundo nos llevara forzosamente a admitir la existencia de un Dios Creador, no tendríamos libertad para elegirla libremente. No somos libres para aceptar o rechazar las evidencias matemáticas. Es obligado admitirlas”. Y remata diciendo: “la imagen del amor que se revela en Cristo es la fuerza que sostiene nuestra religosodad, incluso cuando parece que estamos dejados de la mano de Dios. Nos lleva, pues, a creer en el amor incondicional del Dios oculto… El ocultamiento de la divinidad de Jesús no debe instarnos a la increencia, sino a enardecer nuestro entusiasmo por la figura de Cristo crucificado, en la que se nos revela Dios tal como es, no como nuestra mentalidad terrena quisiera dibujarlo. Algo semejante sucede con el silencio que parece aguardar Dios respecto a nuestras llamadas de auxilio”. Al final del camino, descubriremos el papel central que juega en la vida cristiana la figura de Cristo anonadado en la cruz y glorioso tras la resurrección.