"Queremos ser ayudados por ti para ser esclavos del Señor" Aguiar: "Invocamos tu auxilio por todas las familias en nuestra patria querida"
"Ahora nosotros la visitamos a ella, porque así lo decidió: estar en esta casita sagrada, en este lugar santo"
| Cardenal Carlos Aguiar Retes arzobispo primado de México
“Los que se dejan guiar por mí no pecarán,… tendrán vida eterna”.
En estas palabras, que escuchamos en la primera lectura, tomadas del libro del Eclesiástico, la Iglesia ve en ellas lo que, a través de la respuesta positiva de María, hemos recibido todos: la capacidad de que nuestra madre María nos ofrezca la conducción necesaria de nuestro caminar hacia la casa del Padre, de nuestro Padre.
Seamos conscientes de esto, porque a veces consideramos, que en esta vida terrena, se acabará todo. Sin embargo esta vida terrena es una peregrinación, y a María la necesitamos, porque a los que nos dejemos guiar por ella, con toda certeza, como lo ha hecho ya Ella, llegaremos a la casa del Padre.
Por eso también el texto afirma: “Yo soy la madre del amor, del temor, del conocimiento y de la santa esperanza. En mí está el camino y la verdad; toda esperanza de vida y de virtud”. Estas son las características vividas por nuestra madre María.
Por ello, debemos también aprender, con su auxilio, a hacer vida en donde expresemos amor; amor al prójimo y temor para no defraudarla; y por tanto, estar atentos a no caer en tentación; conocimiento, porque necesitamos instruirnos; y, sobre todo, santa esperanza, que esa la adquiriremos a lo largo de nuestra propia experiencia terrenal, cuando seguimos las instrucciones de su Hijo Jesús, las enseñanzas del Evangelio.
Porque allí se fundamenta auténticamente una esperanza firme, cierta, que nos ayuda a superar las adversidades.
Por su parte, san Pablo expresa que envió Dios a su Hijo nacido de una mujer. Nacido de una mujer.
¿Para qué lo envió Dios? Para la tarea de descubrir en nuestro corazón, en nuestro interior, la presencia y la asistencia del Espíritu Santo, y con su ayuda descubrir, que somos hijos en el Hijo de María. Esa es la tarea.
Tenemos siempre que estar revisando qué hay en mi interior, qué ha sembrado Dios en mi corazón, porque allí es donde descubriremos lo que Él quiere de mí. Y a la par nos dará la fortaleza del Espíritu Santo, como se la dio a María, como se la dio al mismo Jesús para su vida en la encarnación.
“Ya son, pues, ustedes hijos.” Dios envió a sus corazones el espíritu de su Hijo. Proclama finalmente san Pablo: ya somos hijos.
¿O hay aquí alguno que no esté bautizado? Porque en el bautismo somos aceptados, ya formalmente como hijos de Dios.
El Evangelio nos advierte, que hagamos como Isabel. Quien afirma: “¿Quién soy yo para que la madre de mi Señor venga a verme?”.
También nosotros digámosle a María: Madre, ¿quién somos nosotros para poder tener esta experiencia tan hermosa de venir a vernos? Como lo hizo Isabel cuando María la visitó.
Ahora nosotros la visitamos a ella, porque así lo decidió: estar en esta casita sagrada, en este lugar santo.
Pero esa pregunta lleva más fondo: el fondo es descubrir que no lo merecemos, sino que es dado por el amor que Dios nos tiene, para que nos acoja su Madre y nuestra Madre, la Madre de Dios y la Madre de los hijos de Dios.
Por eso, pues, la importancia del bautismo, que nos hace hijos de Dios, y posteriormente, con el sacramento de la confirmación, nos hace no solo hijos, sino discípulos misioneros para anunciar el camino de la salvación y de la vida.
Pidámosle, pues, a ella en esta Eucaristía que hagamos como lo hizo María cuando vivió toda esta experiencia de amor entre ella y su prima Isabel; que también nosotros sepamos ser agradecidos con Dios y decir como ella lo dijo: “Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios, mi Salvador, porque puso sus ojos en la humildad de su esclava”.
¿Verdad que esta esclavitud sí la aceptamos? ¿Sí o no?
Ser esclavos del Señor, que nos ama entrañablemente, y ha dado su vida por nosotros, y que así ha tratado a su Madre.
Entonces, asumamos como María: “Hágase en mí según tu palabra; yo soy la esclava del Señor”.
No tengan miedo de decirlo. Somos, porque así lo queremos con plena libertad, esclavos del Señor, que nos ama entrañablemente y nos espera en la casa del Padre.
Los invito a ponernos de pie, abrirle nuestro corazón a María, y decirle desde nuestro interior: queremos ser ayudados por ti para ser esclavos del Señor:
Bendita seas, Madre Nuestra, María de Guadalupe. Con enorme gratitud hemos venido a saludarte y felicitarte por todos los beneficios que, a través de ti, hemos recibido durante estos ya casi 500 años de tu presencia entre nosotros.
En este día en que recordamos tu venida, Madre, a nuestras tierras, te expresamos nuestra inmensa gratitud, ya que nos revelaste al verdadero Dios por quien se vive.
Y desde entonces expresaste el deseo de acompañarnos y de quedarte entre nosotros en esta casita sagrada, que le pediste al arzobispo Fray Juan de Zumárraga, mediante tu elegido San Juan Diego.
Reconocemos el amor que nos tienes como verdadera madre del amor, del temor, del conocimiento y de la santa esperanza.
Te pedimos continúes conduciéndonos en el camino de esta vida terrena con la asistencia del Espíritu Santo hacia la casa de Dios nuestro Padre para compartir la vida eterna con tu Hijo Jesús.
Por eso, madre nuestra, invocamos tu auxilio por todas las familias en nuestra patria querida, para que encontremos los caminos de reconciliación y logremos la paz social que tanto anhelamos y necesitamos.
También te pedimos que acompañes a todos tus hijos, aun aquellos que andan extraviados, que no saben el rumbo de su vida; y los que te hemos encontrado, seamos promotores de la paz en el interior de cada familia y en la relación de unas con otras, en las vecindades, barrios y departamentos, y especialmente en nuestra manera de comportarnos al transitar por las calles y los comercios.
Con gran confianza ponemos en tus manos al Papa León. Fortalécelo y acompáñalo en su ministerio pontificio y ayúdanos a responder a su llamado para que renovemos nuestra aspiración de ser una Iglesia sinodal, donde todos seamos capaces de escuchar, discernir la voluntad de Dios Padre, ponerla en práctica y transmitirla a nuestros prójimos.
Todos los fieles aquí presentes nos encomendamos a ti, que brillas en nuestro camino como signo de salvación y de esperanza: ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María de Guadalupe! Amén.
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