"El afán de las riquezas: Esta es la gran tentación" Cardenal Aguiar: "Como repetía el Papa Francisco, 'el demonio entra por el bolsillo'"

Aguiar
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"En el Evangelio nos encontramos también con una parábola en la que Jesús nos indica qué debemos hacer ante esta realidad de pobres y ricos, ante estas diferencias de las clases sociales"

"Bendita seas, Madre nuestra, María de Guadalupe. Con gran confianza ponemos en tus manos al Papa León. Fortalécelo para que continúe llamando a la reconciliación y cesen los graves conflictos bélicos, especialmente en Tierra Santa y en el Medio Oriente"

"Con tu ayuda maternal podremos ser discípulos de tu Hijo Jesús, capaces de comprender al prójimo que necesita nuestra ayuda"

“Ay de ustedes, los que se sienten seguros,… se atiborran de vino, se ponen los perfumes más costosos, pero no se preocupan por las desgracias de sus hermanos”.

Con estas palabras, el profeta Amós nos advierte lo que, en pocas palabras, varias veces repetía el Papa Francisco: “el demonio entra por el bolsillo”, el afán de las riquezas.

Esta es la gran tentación. Por eso respondíamos cantando a esa primera lectura: “Alabemos al Señor que viene a salvarnos”. No estamos solos. Tenemos quien nos ayude, nos proteja, nos auxilie.

Por eso la advertencia del profeta Amós la asumimos, y le damos gracias a Dios, a Dios nuestro Padre, que nos dio la vida, y también que envió a su Hijo a mostrarnos, con su vida, lo que espera de nosotros. Por ello, Jesús se vuelve el Camino, la Verdad y la Vida.

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El diablo entra por el bolsillo

Así las estrofas del salmo nos indicaban: “El Señor siempre es fiel a su palabra, es quien hace justicia al oprimido, proporciona pan a los hambrientos y libera al cautivo”. De tantos cautiverios que hoy hay, no solo pensemos en la cárcel; pensemos en esas situaciones que vivimos, que no sabemos qué hacer, cuando nos sentimos desprotegidos.

Entonces debemos recordar: “Alabemos al Señor que viene a salvarnos” y tener muy en cuenta la recomendación que, en la segunda lectura, hace el apóstol San Pablo a Timoteo: “Tú, como hombre de Dios, lleva una vida de rectitud. Lucha en el noble combate de la fe, conquista la vida eterna a la que has sido llamado”. Esta es la recomendación del apóstol Pablo y es lo que debemos tener en cuenta en nuestra vida.

Y en el Evangelio nos encontramos también con una parábola en la que Jesús nos indica qué debemos hacer ante esta realidad de pobres y ricos, ante estas diferencias de las clases sociales.

Nosotros necesitamos, recuerda Jesús en la Parábola: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso, ni aunque resucite un muerto”. Y efectivamente Jesús resucitó, ¿le haremos caso a Él? Claro, somos sus discípulos, formamos la Iglesia.

Si nosotros nos ayudamos —y por eso estamos aquí, en la Eucaristía—, si en familia, en pequeña comunidad, entre los vecindarios, entre la gente que nos conocemos de tiempo atrás, y que somos de los que venimos con Jesús: debemos ayudarnos para escuchar los evangelios, las enseñanzas de Jesús y para ponerlas en práctica. Porque así podremos ganarnos la vida eterna.

Y eso es lo que también hizo Jesús, siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza, compartiendo cada uno lo que lleva, lo que tiene, lo que está dentro de su corazón con los demás.

Parábola del rico epulón
Parábola del rico epulón

Entonces, si hacemos lo que hizo Jesús con nosotros: nos ayudaremos unos a otros y alcanzaremos la vida eterna. No lo duden. Por eso estamos aquí.

Los invito ahora a ponernos de pie y, en silencio, decirle a nuestra Madre, que ella para eso vino: para ayudarnos en el camino de la vida. Y abrámosle nuestro corazón, pidiéndole por cada uno de nosotros y por los miembros de nuestra familia y de nuestra vecindad.

Bendita seas, Madre nuestra, María de Guadalupe. Con gran confianza ponemos en tus manos al Papa León. Fortalécelo para que continúe llamando a la reconciliación y cesen los graves conflictos bélicos, especialmente en Tierra Santa y en el Medio Oriente.

Auxílianos, Madre, a encender el fuego de nuestro corazón para reconocer nuestros errores y pecados, y podamos, como recomienda San Pablo a Timoteo, llevar una vida de rectitud, piedad, fe, amor, paciencia y mansedumbre; luchar el noble combate de la fe y conquistar la vida eterna a la que hemos sido llamados, y recuperar así la paz interior para dar testimonio convincente del amor de Dios Padre.

Con tu ayuda maternal podremos ser discípulos de tu Hijo Jesús, capaces de comprender al prójimo que necesita nuestra ayuda y de orar todos los días para practicar el bien y desarrollar nuestra fidelidad a sus enseñanzas.

Todos los fieles aquí presentes este domingo nos encomendamos a ti, que brillas en nuestro camino como signo de salvación y de esperanza.

¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María de Guadalupe! Amén.

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