Clausura del Año Jubilar 2025
Cardenal Carlos Aguiar Retes: "Dichoso el que teme al Señor"
Clausura del Año Jubilar 2025
“Dichoso el que teme al Señor.”
Así cantamos, ¿verdad?, hace rato el salmo responsorial: dichoso. La persona dichosa es la que está contenta, alegre, porque algo bueno le ha sucedido. Muy bien: dichoso el que teme al Señor.
Y aquí empieza la necesidad de profundizar el término: ¿el que teme… de qué temor hablamos?, ¿el que teme al Señor? Seguramente todos hemos tenido la experiencia de habernos equivocado: a veces sin intención, a veces intencionalmente. Hemos agraviado a otro, a otras personas o a algún grupo. Entonces sentimos remordimiento, sentimos convicción de que hicimos mal.
El temor no es el miedo. No hay que confundir temor con miedo. El temor, particularmente a Dios, es otra cosa. Porque de Dios esperamos siempre todo bien. Es un Dios tan misericordioso que, aun cuando hayamos caído en el más profundo dolor o pecado, Él nos perdona.
Cuando sabemos que una persona es paciente, escucha y trata de entender por qué el otro se equivocó, entonces vamos generando en nuestro interior una confianza en esa persona. Ese es el proceso que debemos vivir en nuestra relación con Dios, porque en eso consiste el temor al Señor.
Por eso la expresión que cantábamos: “dichoso el que teme al Señor”. Dichoso aquel que ya entendió que la característica fundamental de Dios es la misericordia, porque Dios es amor. Y por lo mismo, si yo ya descubrí a una persona que es bondadosa, comprensiva y capaz de entender y perdonar, voy a tenerle mucho respeto e incluso no me costará obedecerla. Ese es el temor que debemos generar y desarrollar en nuestra vida, en nuestra relación con Dios.
Por eso San Pablo, en la segunda lectura que hemos escuchado, escribió a la comunidad de Colosas y nos da unas características muy importantes para vivir ese proceso de entender el temor de Dios, el temor a Él, pero bien fundado. ¿Cuáles son? San Pablo dice: sean compasivos, magnánimos, humildes, afables y pacientes.
Con esas cinco características podemos iniciar nuestro propio proceso, o revisarlo cuando nos suceden relaciones desagradables con los demás, relaciones que no deseamos y que no nos gustan. Sean, dice San Pablo:
-Compasivos: traten de entender al otro, por qué lo hizo.
-Magnánimos: capaces de perdonar y de olvidar.
-Humildes: en reconocer que a lo mejor algo tuvimos de culpa en que el otro haya caído en esa ofensa.
-Afables: es decir, siempre cordiales con los demás; no tenemos que ser mal pensados del otro, porque somos hijos de Dios y hermanos.
-y Pacientes.
Porque lo hemos vivido en experiencia personal más de una vez en nuestra vida, y seguramente muchas veces más en la experiencia de conocer a otros, que no siempre nuestra conducta ha sido pensada antes de actuar.
A veces nos ha llevado un impulso, una reacción natural. Por eso tenemos que ser pacientes con los otros: no tomarlo a la primera con una reacción de cólera, de enojo o de desagrado, sino decir: se equivocó, me entendió mal. Eso es una persona paciente.
Y de esa misma forma va desarrollándose en mí el temor a Dios, al reconocer que Él es bondadoso, y voy desarrollando también en mi corazón la capacidad de ser misericordioso.
Veamos un ejemplo en el Evangelio para entender cómo podemos desarrollar ese camino del temor a Dios y del respeto a los demás. ¿Qué hace san José? Dice el Evangelio de Mateo: “Levántate —le dice el ángel del Señor—, toma al niño y a su madre y huye a Egipto. Quédate allá hasta que yo te avise, porque van a buscar al niño para matarlo”.
¿Y José? Inmediatamente se levanta, despierta a María, toman al niño Jesús y huyen a Egipto para salvar su vida. Esa es la obediencia a alguien de quien ya tenemos la experiencia de que, si nos pide algo, es para bien nuestro o para bien de quienes integran nuestra familia.
Como lo hace San José, nos va a ir bien. No debió ser una acción de alegría diciendo: “Voy a ir a visitar Egipto y me voy a llevar al niño y a María”. No. Seguramente sintió el temor de que estaba en riesgo su hijo, y que en su sueño había escuchado la voz del ángel, que le decía que estaban intentando matar a Jesús.
Esa es la actitud que debemos aprender de José y seguir obedeciendo, como lo vemos en el Evangelio de hoy. Después de muerto Herodes, el ángel del Señor se le apareció en sueños a José y le dijo: “Levántate, toma al niño y a su madre y regresa a la tierra de Israel”. Y dice el Evangelio: José tomó al niño y a su madre y regresó a la tierra de Israel. Esto se llama obediencia.
¿Cómo podemos entender, si no se nos aparece un ángel en el sueño, qué es lo que Dios quiere de mí? Dios siembra siempre en nuestro interior un deseo, alguna actitud, algo bueno, y tenemos que revisarlo. Por eso debemos conocernos a nosotros mismos: conocer qué siembra Dios en mi corazón, a qué me invita Dios.
Y vamos a saber que eso viene de Dios y no del mal, cuando vemos que es para el bien del otro. Esa es la prueba, ese es el trabajo, esa es la actitud que debemos desarrollar.
Entonces entenderemos perfectamente por qué cantábamos: “dichoso el que teme al Señor”. Dichoso el que tiene respeto a Dios.
Pidámosle, pues, en este Año Jubilar de la esperanza, que nuestra vida vaya por ese camino que Dios quiere. Ya nos ha regalado durante todo este año su gracia, su perdón y su misericordia. Correspondamos siguiendo el camino, que Dios siembra en nuestros corazones para bien de nuestros prójimos, con quienes convivimos.
Ese será el mejor bien, que podamos adquirir en nuestra vida. Que así sea.
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