Para poder vivir la cruz propia necesitamos darnos la mano Un discípulo de Cristo, que asume su cruz es un testimonio ejemplar

El árbol de la cruz
El árbol de la cruz

No vamos a convencer a los demás, incluidos los mismos católicos distantes, con discursos intelectuales, con raciocinios, y conceptos; estos sin duda auxilian para profundizar la fe, pero para convencer a otros a seguirlo es fundamental nuestro testimonio de aceptar nuestra cruz, nuestra vocación.

La cruz de Cristo es el testimonio que ofrece Jesús de haber aceptado la voluntad del Padre, descubriéndola, asumiéndola y viviéndola. Este testimonio es parte fundamental de nuestra Fe. Es la revelación que Cristo ha hecho al encarnarse, vivir como todo ser humano las circunstancias favorables y adversas, siempre cumpliendo la voluntad de Dios Padre, quien lo envió al mundo para orientarnos cómo debemos vivir.

A pesar de nuestros habituales miedos y temores humanos al conocer los sufrimientos extremos, que padeció injustamente Jesús, la cruz de Cristo nos ayuda a entender nuestra propia cruz; aunque de inicio no la queramos, como expresó el mismo Jesús en su oración, con lagrimas y temor en el huerto de Getsemaní: “Padre, si te es posible aparta de mi este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya”.

¿Cuál es el proceso para conocer mi propia cruz? Se inicia descubriendo para que me creó Dios, qué está esperando de mí, para qué me ha dado la vida, cuál es mi vocación, cuál es mi misión en el mundo de hoy.

CRUZ

La vocación no es lo que yo quiero hacer, por eso es cruz. La vocación es lo que Dios quiere que yo haga. Si fuera lo que yo quiero hacer, sería muy placentera, pero mi vocación es lo que Dios quiere de mí, lo que espera de mí, y no siempre será lo que en primera instancia me atrae. Pero siempre será acorde a mis habilidades, a mis capacidades, y a las inquietudes, que siembra Dios Padre en mi interior. Por ello es tan importante orar y discernir mi vocación y misión.

Para poder vivir la cruz propia necesitamos darnos la mano, agruparnos, conocernos, encontrarnos, compartir nuestras experiencias, y fortalecer mediante la solidaridad nuestro camino ante cualquier adversidad que encontremos; por ello, necesitamos aprender a ser acompañantes del otro, acompañantes desde la familia.

Si lamentablemente en la familia hay violencia, se deshace ese ambiente favorable a educarnos en el acompañamiento recíproco, y en respeto al otro; si los vecinos no se conocen, ni se visitan, entonces es muy difícil generar los lazos de amistad. En esas circunstancias será necesario y urgente buscar en la Parroquia, en los Movimientos y Asociaciones Católicas, en las actividades Socio-caritativas o en los grupos de amistad, la relación interpersonal, que propicie y favorezca la cultura del respeto a la dignidad de toda persona.

Descubriendo mi vocación y cumpliéndola en mis contextos de vida nos transformaremos en una nueva criatura como afirma San Pablo: “Porque en Cristo Jesús de nada vale estar circuncidado o no, sino el ser una nueva creatura”.

Sin embargo es necesario ser conscientes, que nuestro proceso para formarnos como discípulos de Jesucristo dura toda la vida, aunque ciertamente experimentaremos, que al recorrer el tiempo, y siendo fieles a nuestra vocación, desarrollaremos una creciente capacidad para afrontar las circunstancias desfavorables y todo tipo de adversidad.

Conviene tener conciencia que la cruz, asumida como la de Cristo, nos da una fortaleza y una espiritualidad admirable para beneficio personal; pero además va a ser un testimonio atractivo, porque un discípulo de Cristo, que asume su cruz es un testimonio ejemplar y convincente, que atraerá a los otros a tomar la decisión de seguir a Cristo. Es sin duda alguna la mejor manera de evangelizar.

Porque ciertamente no vamos a convencer a los demás, incluidos los mismos católicos distantes, con discursos intelectuales, con raciocinios, y conceptos; estos sin duda auxilian para profundizar la fe, pero para convencer a otros a seguirlo es fundamental nuestro testimonio de aceptar nuestra cruz, nuestra vocación.

Demos el testimonio de una vida ejemplar, al estilo de Jesús, de reconocimiento de la dignidad de todo ser humano, de generosidad y entrega para auxiliar a los pobres y necesitados

Además debemos ser conscientes que no hay un mundo perfecto, siempre toparemos con las adversidades, y por eso necesitamos descubrir y desarrollar relaciones de amistad en los distintos ambientes de nuestra cotidianidad. Y recordar, que cruz y alegría van de la mano, si tenemos presente la cruz de Cristo.

La enseñanza de la Iglesia, a través de los siglos, ha clarificado que la clave de una vida social que favorezca la paz ciudadana, es el respeto a la dignidad del ser humano. La dignidad humana la respetamos cuando dialogamos, cuando nos escuchamos, cuando reconocemos en el otro que ahí habita el Espíritu de Dios; y por ello, el otro es mi hermano.

Para promover esta enseñanza necesitamos salir al encuentro de los demás con el anhelo de la paz como escuchamos a Jesús en el envío de 72 discípulos. Claramente les advirtió la necesidad de orar para ser enviados como corderos en medio de lobos: “La cosecha es mucha y los trabajadores pocos. Rueguen al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos”.

Con este proceso de vida cristiana misionera, de una Iglesia en salida, se cumplirá la Profecía de Isaías: “Alégrense con Jerusalén, gocen con ella todos los que la aman; alégrense de su alegría, todos los que por ella llevaron luto, porque yo haré correr la paz sobre ella como un río y la gloria de las naciones como un torrente desbordado”.

Acudamos a Nuestra Madre, María de Guadalupe, y presentémosle nuestra cruz a quien en nombre “del verdadero Dios por quien se vive”, ejerce el ministerio de agruparnos, de arrullarnos, de consolarnos, como madre tierna y cercana, que entiende y escucha, que actúa y que acompaña, como lo hizo con San Juan Diego Cuauhtlatoatzin.

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