¿Cómo llega Dios a través de mi?
¿Cómo llega el Señor, rey de la gloria, a través de mí? viviendo como hermano con mis prójimos, y ayudándonos unos con otros
“José, hijo de David, no dudes en recibir en tu casa a María…José,… hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y recibió a su esposa”.
Dios siembra en nuestro interior lo que espera de nosotros. Debemos seguir, por tanto, el ejemplo de José, y darle cauce a las buenas inquietudes, que nos suscita el Espíritu Santo, y que siembra en nuestro corazón.
Y por eso es importante darnos siempre tiempo, al menos una vez al día, para preguntarnos: “¿Qué ha sembrado Dios en mí hoy ante las circunstancias que he vivido?” Sean cuestiones familiares, sociales, de vecindad. ¿Qué ha sembrado el Señor en mi corazón? Y responder con firmeza, como lo hace San Pablo en la segunda lectura, que describe en su carta a los romanos.
San Pablo afirma: “he sido llamado por Dios para ser apóstol y elegido por él para proclamar su evangelio,… por medio de Jesucristo, Dios me concedió la gracia del apostolado”.
Vemos con plena claridad cómo el apóstol había hecho esta constancia en su corazón de qué es lo que quería Dios con él. Por ello, también nosotros que ya conocemos a Jesús y sabemos que Él es el Camino, la Verdad y la Vida, debemos darlo a conocer a los demás con nuestro testimonio de vida, tratando a nuestros prójimos como hermanos.
Y ¿por qué somos hermanos? por el bautismo. Porque Dios nos aceptó como sus hijos. Tenemos un mismo Padre. Debemos, por tanto, tratarnos como buenos hermanos y ayudándonos en las diversas circunstancias que debemos afrontar. Viviendo así podremos afirmar lo que hoy expresábamos en el canto del Salmo responsorial: “Ya llega el Señor, el rey de la gloria”.
¿Cómo llega el Señor, rey de la gloria, a través de mí? viviendo como hermano con mis prójimos, y ayudándonos unos con otros. Así es como llega el Señor, el rey de la gloria.
También expresa el mismo Salmo: “¿Quién podrá entrar en su recinto santo? El de corazón limpio y manos puras y que no jura en falso. Ese obtendrá la bendición de Dios y Dios, su salvador, le hará justicia. Esta es la clase de hombres que te buscan y vienen a ti Dios de Jacob”.
Así es como se concreta el anuncio de la primera lectura del profeta Isaías: “He aquí que la virgen concebirá y dará luz un hijo y le pondrán el nombre de Emmanuel, que quiere decir Dios con nosotros”.
¿Pero qué no se llamaba el hijo de María Jesús?, ¿por qué el texto dice que será Emmanuel? Porque no es por el nombre, sino por la realidad misma, que Él era Dios, el Hijo de Dios con nosotros, hijo de María, encarnado, hecho uno de nosotros.
Pidamos pues a Ella, nuestra Madre, que ha venido aquí con nosotros a estas tierras, a través de nuestra cultura de los pueblos indígenas de México.
María, quien se hizo uno de ellos para que reconocieran a la verdadera madre del verdadero Dios por quien se vive. Y pidámosle que también hoy en nuestro tiempo nos ayude para dar testimonio del amor de Dios y de lo que tiene preparado para nosotros en la casa de Dios Padre.
Bendita seas, Madre nuestra, María de Guadalupe; con enorme gratitud hemos venido a saludarte y felicitarte por todos los beneficios, que a través de ti, hemos recibido, durante estos ya casi 500 años de tu presencia entre nosotros.
Ante la cercanía de la Navidad te pedimos nos auxilies para agradecer a Dios Padre el habernos enviado a su Hijo para encarnarse en tu seno, y mostrarnos el amor que nos tiene. Tú que viviste ese misterio tan grande, ayúdanos a ser discípulos fieles que sepamos vivir y transmitir las enseñanzas de tu hijo Jesús.
Confórtanos y fortalécenos ante las diversas adversidades de la vida cotidiana, y con tu ayuda Maternal adquiramos la necesaria humildad, para reconocer y testimoniar con nuestras vidas, que el Reino de Cristo no es el poder para dominar a los demás y ser servido, sino para servir a nuestros hermanos, y con especial cuidado a los más necesitados.
Todos los fieles aquí presentes este Domingo nos encomendamos a ti, que brillas en nuestro camino como signo de salvación y de esperanza.
¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.
