Homilía en el domingo Gaudete
¡Ven, Señor, a salvarnos!
Homilía en el domingo Gaudete
En la segunda lectura, el apóstol Santiago nos recomienda la paciencia, la constancia y la perseverancia. Dice así el apóstol: “hermanos, sean pacientes hasta la venida del Señor. Tomen como ejemplo de paciencia en el sufrimiento, a los profetas, los cuales hablaron en nombre del Señor. Guarden también ustedes con paciencia y mantengan firme el ánimo, porque la venida del Señor está cerca”.
Estas recomendaciones, que nos aconseja promover en nosotros el apóstol Santiago, nos ayudarán para que también en nosotros se cumpla lo anunciado por el profeta Isaías en la primera lectura: “ellos verán la gloria del Señor, el esplendor de nuestro Dios. Digan a los de corazón apocado: ánimo, no teman. He aquí que su Dios viene ya para salvarlos”.
¿Qué es lo que ustedes responden? ¿Van a trabajar entonces por esta paciencia, constancia, perseverancia? No es fácil, pero ese es el camino para que veamos la gloria del Señor cuando nos encontremos en Él al final de nuestra peregrinación terrena.
Y por eso la Iglesia nos invita a cantar, como lo hicimos en el salmo responsorial: ven, Señor, a salvarnos. Ven, Señor, a salvarnos.
Esta es la recomendación del apóstol Santiago a la luz del profeta Isaías. Y en el Evangelio encontramos que Jesús ya ha venido una primera vez para mostrar el camino a seguir, con plena confianza en que, si seguimos sus enseñanzas, alcanzaremos a ver al final de nuestra vida la gloria del Señor por toda la eternidad.
Por eso es que Jesús, a la pregunta que le hacen sus discípulos, les respondió: “vayan a contar a Juan lo que están viendo y oyendo. Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios de la lepra, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio. Dichoso aquel que no se sienta defraudado por mí”. Dichoso aquel que no se sienta defraudado por mí.
Con esta respuesta de Jesús, ¿qué podemos nosotros concluir? Así hizo Jesús en su primera venida. Y en su segunda venida, al final de los tiempos, culminará su obra de redención en todos los que confiamos en Él y seguimos practicando sus enseñanzas.
¿Verdad que entonces tenemos que caminar siguiendo las enseñanzas de Jesús? Por eso estamos aquí domingo a domingo participando en la Eucaristía, escuchando su Palabra, sabiendo lo que tenemos que hacer, y confiando en Él.
Pero también venimos con gran alegría a esta casita sagrada. ¿Por qué? Porque la que nos puede ayudar para ser siempre fieles, constantes y confiados es nuestra Madre, que para eso vino a nuestras tierras.
Pidamos, pues, a Ella que no desfallezcamos en el camino de nuestra peregrinación terrena.
En un breve momento de silencio nos ponemos de pie, abrimos nuestro corazón y digámosle cada uno de nosotros que nos ayude, que nos acompañe, que nos sostenga, que nos llene de plena confianza en que alcanzaremos a ver la gloria del Señor.
Bendita seas, Madre nuestra María de Guadalupe. Con enorme gratitud hemos venido a saludarte y felicitarte por todos los beneficios que a través de ti hemos recibido durante estos ya casi 500 años de tu presencia entre nosotros.
Auxílianos para comprender la espiritualidad eclesial del Adviento y renovar y fortalecer nuestra plena confianza en las enseñanzas de tu Hijo Jesús.
Confórtanos y fortalécenos ante las diversas adversidades de la vida cotidiana para que podamos anunciar, como el profeta Isaías: ánimo, no teman. He aquí que su Dios viene ya para salvarlos.
Con tu ayuda maternal confiamos adquirir la necesaria humildad y reconocer y testimoniar con nuestras vidas que el Reino de Cristo no es el poder para dominar a los demás y ser servido, sino para servir a nuestros hermanos y con especial cuidado a los más necesitados.
Todos los fieles aquí presentes este domingo nos encomendamos a ti que brillas en nuestro camino como signo de salvación y de esperanza.
¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce, Virgen María de Guadalupe! Amén.
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