"Hay que volver a aprender a mirar" Cardenal Omella: "Nos estamos olvidando de tocar la vida"

Aprender a mirar
Aprender a mirar

"Integrados cada vez más en un mundo tecnológico, convertimos la realidad en una mirada fácil, fugaz y superficial. Y, lo peor de todo, mucha gente mira pero no ve nada"

"Entrenados para evitar las miradas que no nos gustan, pasamos a otra pantalla y listos. Nos estamos olvidando de tocar la vida. Estamos dejando de sentir los latidos del corazón. Nos estamos perdiendo la vida en directo"

"Hay que volver a aprender a mirar. Y en verano, con más tranquilidad y rodeados de naturaleza, es un buen momento para hacerlo"

"Aprender a mirar es descubrir a Dios en todas partes, en nuestro día a día. Y, de manera particular, en nuestro prójimo. hacer visible ese mundo en que hemos convertido a los más desfavorecidos en personas totalmente invisibles"

Integrados cada vez más en un mundo tecnológico, tenemos la tentación de mirar la vida a través de las pantallas de nuestros dispositivos. Incluso estamos modificando el modo en que procesamos la información. Pasamos de una pantalla a otra a toda prisa y convertimos la realidad en una mirada fácil, fugaz y superficial. Y, lo peor de todo, mucha gente mira pero no ve nada.

La sociedad, además, nos entrena para evitar las miradas que no nos gustan. La pantalla se convierte en una barrera para que no nos ensuciemos las manos. Nosotros decidimos si queremos ser testigos del sufrimiento de otras personas. Si no nos gusta, pasamos a otra pantalla y listos. Vemos la pobreza e injusticias del mundo de reojo, sentados cómodamente en el sofá de nuestra casa.

Durante unos segundos, nos indignamos, sí, pero no hacemos nada porque, sin darnos cuenta, ya hemos cambiado de pantalla. Así, se nos escapa el mundo de las experiencias directas y los vínculos afectivos. Nos estamos olvidando de tocar la vida. Estamos dejando de sentir los latidos del corazón. Nos estamos perdiendo la vida en directo. Sin duda, ver el mar in situ es más hermoso que a través de una pantalla.

Hay que volver a aprender a mirar. Y en verano, con más tranquilidad y rodeados de naturaleza, es un buen momento para hacerlo. Aprender a mirar es fijar los ojos verdaderamente. Es abrir la ventana de nuestra alma. Es amar todo aquello que nos ha sido dado. Maravillarse por lo que nos rodea, como los bebés, que se quedan observando embelesados cualquier objeto que descubren, como si fuera lo más extraordinario del Universo.

Aprender a mirar es descubrir a Dios en todas partes, en nuestro día a día. Y, de manera particular, en nuestro prójimo. Aprender a mirar es viajar a las profundidades del corazón para ver mejor lo que está fuera. Pero también es confiar, creer en lo que no se ve. Si lo hacemos, como dice san Agustín, la recompensa será ver lo que uno cree.  Porque quien contempla a Dios, aprende a descubrirlo también en los demás.

Aprender a mirar es hacer visible ese mundo en que hemos convertido a los más desfavorecidos en personas totalmente invisibles. Intentemos mirar ese mundo con los ojos de Jesús, que miraba a los más vulnerables y se compadecía de ellos, porque estaban perdidos y abandonados como ovejas que no tienen pastor (cf. Mt 9,36). Ya decía san Juan de la Cruz que el mirar de Dios es amar. Y es que solo el amor puede hacer visible lo invisible.

El papa Francisco, en numerosas ocasiones, nos invita a contemplar el mundo con los ojos de Dios. Es la mirada de su amor incondicional, compasiva, benévola y misericordiosa. En esa mirada cada ser humano descubre su dignidad y el sentido de su existencia: ser amado por Dios. Y con esa mirada también tenemos que aprender a mirar a nuestro prójimo.

Etiquetas

Volver arriba