"Promotora de esperanza" "La Iglesia siempre ha sido una comunidad que tiene un solo corazón"

Acogida
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"El martes de la semana próxima celebraremos la solemnidad de san Pedro y san Pablo, dos grandes testimonios de la fe. Aunque ambos eran muy distintos, les unía su amor a Cristo y a la Iglesia"

"Estas dos grandes figuras del cristianismo nos muestran que, desde los inicios, la Iglesia siempre ha sido una comunidad que tiene un solo corazón y que a la vez asume y vive la diversidad como una riqueza"

"Dios nos llama a ser una comunidad viva que acoja, sirva, acompañe, tienda puentes, promueva la reconciliación y la unidad y regale esperanza"

"El papa Francisco siempre nos pide que seamos una Iglesia samaritana. Sepamos abrir las puertas de nuestro corazón y de nuestra comunidad para acoger a cualquier hermano que llame a la puerta"

El martes de la semana próxima celebraremos la solemnidad de san Pedro y san Pablo, dos grandes testimonios de la fe. Los cristianos recordamos este día la vida y la misión de dos santos que fueron muy diferentes. San Pedro fue un sencillo pescador que vivía junto al lago de Galilea. San Pablo fue un fariseo culto que predicaba en las sinagogas. Cuando empiezan su misión, san Pedro se dirige a los judíos y san Pablo a los considerados paganos por los judíos porque creían en dioses falsos. Sin embargo, aunque ambos eran muy distintos, les unía su amor a Cristo y a la Iglesia.

Estas dos grandes figuras del cristianismo nos muestran que, desde los inicios, la Iglesia siempre ha sido una comunidad que tiene un solo corazón y que a la vez asume y vive la diversidad como una riqueza. Así es la Iglesia: una y diversa. Así también la sueña Dios.

La Iglesia es una madre que acoge con ternura a toda la humanidad. Nos lo dice bellamente la constitución pastoral Gaudium et spes del Concilio Vaticano II: «Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los discípulos de Cristo.» (GS 1). La misión de la Iglesia es llevar la Buena Nueva de Jesucristo a todo el mundo. Dios nos llama a ser una comunidad viva que acoja, sirva, acompañe, tienda puentes, promueva la reconciliación y la unidad y regale esperanza.

En el Evangelio de Juan (4,1-42) podemos leer el precioso episodio de Jesús y la samaritana. Este texto nos muestra a una mujer que se encuentra con Jesús, se siente atraída por su persona y su mensaje y se convierte en testimonio del Evangelio. Del mismo modo, la Iglesia está formada por los que quieren conocer más a Jesús, se alimentan de su Palabra y de los sacramentos, y dan testimonio del Evangelio en su vida diaria.

El papa Francisco siempre nos pide que seamos una Iglesia samaritana, que acoja como una madre de família y que vaya al encuentro de todos aquellos a los que la sociedad rechaza. Todos estamos llamados a ser amigos de los pobres, materiales y espirituales, y a descubrir los talentos que atesoran. Sepamos abrir las puertas de nuestro corazón y de nuestra comunidad para acoger a cualquier hermano que llame a la puerta.

Cristo es el fundamento de la Iglesia. San Ambrosio nos recuerda este hecho cuando la llama mysterium lunae, el misterio de la luna. La Iglesia es como la luna, no brilla con luz propia sino con la luz de Cristo. Cristo es la luz verdadera y, en la medida en que nos dejemos iluminar por Él, podemos ser luz para todos los hombres y mujeres de nuestro mundo.

Queridos hermanos y hermanas, oremos intensamente por el papa Francisco, para que el Señor lo sostenga firmemente en la misión que le ha sido confiada. Oremos también al Señor para que ayude a la Iglesia, nuestra madre, a ser semilla del Reino de Dios en la tierra. Que Cristo nos enseñe a ser testimonios discretos y sencillos de la alegría del Evangelio.

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