¿Quieres aprender a regalar amor siempre? Escucha su Palabra

La Biblia
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Necesitamos ser valientes y abrir el entendimiento con la fuerza del Espíritu Santo

Como muy bien decía san Jerónimo, «la ignorancia de las Escrituras es ignorancia de Cristo»

La Palabra de Dios ha de ser para nosotros una gran Bienaventuranza, es el Señor mismo, Bienaventuranza por excelencia

El lunes pasado, fiesta de san Jerónimo, el Papa Francisco nos regaló una carta apostólica en forma de motu proprio con la que instituye el Domingo de la Palabra de Dios en el III Domingo del tiempo ordinario, «dedicado a la celebración, reflexión y divulgación de la Palabra de Dios». Precisamente en una «época del año en que estamos invitados a fortalecer los lazos con los judíos y rezar por la unidad de los cristianos». San Jerónimo fue un hombre providencial en la vida de la Iglesia y en la expansión de la fe cristiana; el Papa san Dámaso le encomendó la traducción de la Biblia al latín, idioma hablado por el pueblo, para que todos los hombres conociesen lo que Dios quiere. Qué fuerza tienen para nosotros esas palabras del Concilio Vaticano II que con tanta claridad nos dice: «La Palabra de Dios, expresada en lenguas humanas, se hace semejante al lenguaje humano, como la Palabra del eterno Padre, asumiendo nuestra débil condición humana, se hizo semejante a los hombres» (DV 13).

El recuerdo de aquel gesto del Señor Resucitado que nos describe el Evangelio de san Lucas –«Les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras» (Lc 24, 45) –, tiene una hondura especial para todos nosotros en estos momentos que vive la humanidad, donde en muchas ocasiones experimentamos inseguridad, lo que nos lleva a no tener esperanza y a encerrarnos en nosotros mismos. Necesitamos ser valientes y abrir el entendimiento con la fuerza del Espíritu Santo. Necesitamos escuchar esas mismas palabras: solo el Señor Resucitado puede abrir el corazón embotado de los hombres, solo el Señor Resucitado nos regala el Espíritu Santo y nos abre a un horizonte que es Él mismo, por el que vemos que tenemos un camino en el que nos encontramos a nosotros mismos y a los demás como hermanos.

Como muy bien decía san Jerónimo, «la ignorancia de las Escrituras es ignorancia de Cristo». Este santo vivió los últimos años de su vida en Belén, junto a la cueva donde nació el Señor. Ahí escudriñó la Palabra de Dios y centró su existencia cotidiana en el valor que esta le da. Al hacerlo, el ser humano se siente agradecido y quiere testimoniar lo que implica esa Palabra escuchada y acogida en lo profundo del corazón. ¡Qué bueno es acompañar la oración con la lectura de la Palabra de Dios! Es así como se realiza el diálogo de Dios con el hombre, pues «a Dios hablamos cuando oramos, a Dios escuchamos cuando leemos sus palabras».

¡Qué belleza tiene contemplar cómo los apóstoles acogieron el amor de Dios! Todos entregaron la vida por Cristo. Pero me quiero fijar en Pedro y Pablo: Pedro había negado al Señor en el momento más dramático de su vida, cuando estaba en la Pasión; Pablo había perseguido duramente a los cristianos… Pero, ¡cómo acogieron los dos el amor de Dios y se dejaron transformar por su misericordia! Con este currículum llegaron a ser amigos y apóstoles de Cristo. Y por eso siguen hablando hoy a la Iglesia y a todos los hombres y nos indican el camino de la salvación. Escucha y vive de la Palabra, verás cómo también a nosotros nos transforma el corazón y nos perdona como lo hizo con Pedro y Pablo. La Palabra de Dios nos impulsa siempre a vencer el egoísmo que tenemos en el corazón y a seguir con decisión al Maestro que ha dado la vida por sus amigos. Con su Palabra, Él nos cambia y nos transforma.

La Palabra de Dios ha de ser para nosotros una gran Bienaventuranza, es el Señor mismo, Bienaventuranza por excelencia:

1. Bienaventurado nuestro Pueblo porque nunca le falta esa relación decisiva para tener vida y realizar su misión con la Palabra de Dios.

2. Bienaventurado nuestro Pueblo porque, al escuchar la Palabra, crece en el amor de Dios y activa su testimonio viviendo lo que escucha.

3. Bienaventurado nuestro Pueblo cuando da a conocer, divulga y enriquece a quienes lo rodean con esa Palabra que fortalece lazos y provoca unidad.

4. Bienaventurados si dejamos que Jesús Resucitado nos abra nuestra vida al tesoro inagotable de la Palabra.

5. Bienaventurados quienes sienten la llamada del Señor a prepararse para ser verdaderos anunciadores de su Palabra en medio de la asamblea cristiana.

6. Bienaventurados como Pueblo de Dios si nos reconocemos como tal, escuchando la Palabra y descubriéndonos unos a otros en esa Palabra y en la misión a la que nos convoca.

7. Bienaventurados si cada vez que escuchamos la Palabra pasamos de la dispersión y división a la unidad, convirtiéndonos en un solo Pueblo.

8. Bienaventurados si, quienes formamos el Pueblo de Dios, escuchamos, meditamos y rezamos la Palabra, dejándonos alcanzar el corazón, para hablar desde él y llegar a los corazones de las personas.

Nunca separemos ningún sacramento de la Sagrada Escritura, ¡qué fuerza, hondura y belleza alcanzan los sacramentos iluminados por la Palabra de Dios! El Señor abre todas las puertas de nuestra existencia, nos ilumina la mente y el corazón, nos hace escuchar su voz, que abre nuestra vida. Por ello me gustaría terminar con tres consejos:

¿Quieres convertirte en contemporáneo de las personas que encuentras en el camino de tu vida? Alimenta tu vida de la Palabra de Dios.

¿Quieres tener palabras de vida y no de muerte en el camino de tu vida? La dulzura que engendra la Palabra de Dios te impulsa siempre a ser persona de esperanza, creativa y dadora de certezas.

¿Quieres aprender a regalar amor siempre? La Palabra de Dios te señala y conduce constantemente al amor misericordioso de Dios, que nos pide siempre vivir en la caridad.

Con gran afecto, os bendice,

+Carlos Cardenal Osoro, arzobispo de Madrid

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