Carta semanal de Carlos Osoro Regala la gran novedad

Regala la gran novedad
Regala la gran novedad

Hay una página del Evangelio que, cada vez que la leo y medito, provoca en mí un deseo de dar un abrazo con todo mi ser a esa gran novedad que es y nos presenta Jesucristo. Sigue siendo toda una revolución, que suscita dentro de nosotros mismos un cambio radical en la mirada que tenemos sobre los hombres y que nos ofrece un nuevo sistema de valores para relacionarnos entre nosotros. Es una página que me recuerda lo que la Iglesia en sus orígenes hizo estableciendo una conexión con la filosofía y no con las dos grandes potencias que prevalecían y eran aliadas del imperio como eran las religiones y la política. La filosofía provocaba la pregunta y la búsqueda de la verdad, que es lo que de una manera manifiesta nos ofrece Jesucristo: verdad y capacidad de abrirnos y de vivir con todos los hombres; mientras que las religiones y la política lo que buscaban era adorar a ídolos y venerar al emperador, que nos hacen vivir en nuestros intereses personales y de grupo.

¿Cuál es la página del Evangelio que nos invita a acoger y a vivir en la verdad? La que tiene detrás la versión de lo que es y de quién es el ser humano. Esa que nos recuerda que el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. Y que nadie se puede permitir eliminar de la forma que fuere a otro; todos somos hijos de Dios y hemos de aprender a vivir como hermanos. Nosotros hemos conocido a Jesucristo, que nos ha revelado la verdad del hombre. Siendo Dios, Él se hizo hombre y nos ha relatado cómo ha de ser la vida. Es la versión que nos invita a vivir con unas consecuencias prácticas, que nos revelan la gran novedad, la novedad radical que se fundamenta en ese anhelo profundo del ser humano de amar y de ser amado. Cuando perdemos esta gran novedad caemos en la superstición, dejamos de tener verdadera devoción y adoramos ídolos y veneramos al emperador.

Esta es la gran novedad que solamente Jesucristo nos ha traído, nos la revela y manifiesta con palabras que vienen avaladas por y con su vida. Él nos muestra que el ser humano es más humano cuando el amor es el cimiento de todo lo que hace, cuando nos hace descubrir y respetar la dignidad humana del enemigo por más desfigurada que se nos pueda presentar. Es así como llegamos a entender sus palabras en esa propuesta de radical novedad: «Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian. […] Tratar a los demás como queréis que ellos os traten» (cfr. Lc 6, 27-38).

En este mundo en el que el odio y la violencia van en aumento, hemos de tener la valentía suficiente para vivir entregados a la humanización de las personas y de los pueblos, con el Humanismo verdad que nos da el vivir en comunión con Jesucristo. Cuando estaba muriendo, levantando la vista hacia el cielo, Él dirigió esas palabras que nos entregaron la riqueza de Dios: «Perdónalos porque no saben lo que hacen». Son palabras con las que entendemos que de san Francisco de Asís surgiera aquella oración: «Señor, haz de mí, un instrumento de tu paz. Donde haya odio, que yo ponga amor. Donde haya ofensa, que yo ponga perdón. Donde haya discordia, que yo ponga unión. Donde haya tristeza, que yo ponga alegría».

Para vivir anunciando esta gran novedad, os propongo tres tareas:

1. Vivamos la adhesión a Jesucristo como acción y pasión total de la vida. Atrevámonos a tener esta tarea como único quehacer, hagámoslo con total testimonio, que las palabras de Jesús estén avaladas por nuestra vida. Solamente lo haremos ordenando todas nuestras potencialidades y subordinando todas nuestras necesidades de la vida a esta tarea, aunque sean necesidades legítimas. ¿No es esto lo que nos dice el Evangelio? Quien se encuentra con Jesucristo, es capaz de subordinarlo todo con tal de estar con Él y de dar a conocer a los demás al Señor. Las melodías que quieren acompañarnos en la vida son muchas, pero hay una que hemos de saber mantener de fondo por encima de todas, que es Jesucristo. Él debe ser el soporte y centro de atención de nuestra vida, de los acontecimientos y de todas las exploraciones que hagamos por el camino. Os aseguro que no hay posibilidad de descubrir la libertad verdadera más que junto a quien nos mostró y entregó la suprema libertad. No hay posibilidad de abrirse a los demás y de prestar ayuda a todos más que aprendiendo de quien se abrió a todos y lo dio todo.

2. Seamos una provocación de amor en medio de nuestro mundo. No nos conformemos con nuestras medidas o con las que nos dan otros como nosotros; acojamos la medida de Cristo, confiemos en que Él nos da la gracia y la fuerza para hacerlo y ser en medio de esta historia una provocación de amor. De ese amor que nos regala un Dios fiel que no pone condiciones a nadie, que viene a abrazarnos a todos y que, cuando nos hacemos conscientes de ese abrazo, comienza una nueva manera de vivir y de relacionarnos. Seamos capaces de ofrecer a Jesucristo toda nuestra receptividad y capacidad para ser plenitud de Dios. Sepamos tener la osadía de nuestra Madre la Virgen María que dijo a Dios con todas las consecuencias: «Hágase en mí según tu Palabra». ¿Qué preguntas sobre la verdad se pueden provocar en un mundo cuyo criterio último es la eficacia, la rentabilidad, la producción? Sin embargo, ¿cuántas respuestas se dan dedicando tiempo a contemplar, escuchar, dialogar y alimentarnos de Jesús en la Eucaristía? No nos conformemos con un mundo de productores y consumidores, aportemos oxígeno, fuerza interior, razones para vivir y construir la paz y la fraternidad.

3. Invitemos a formar parte de esta gran familia que es la Iglesia que anuncia Jesucristo. Presentémonos con humildad, no somos mejores que los demás, pero el Señor nos ha elegido, nos ha amado, nos ha invitado a ser sus amigos, nos llamó a ser miembros de su Pueblo. Un Pueblo que tiene una misión: anunciar la Buena Noticia, curar, liberar. Escuchemos las preguntas fundamentales que se hace la humanidad que siempre giran en torno al amor y al odio, a la culpabilidad y al perdón, a la paz y la guerra, a la verdad y la mentira, al sentido de la vida y de la muerte, a la fe en Dios. Entreguemos la Belleza a los hombres, tiene rostro y nombre: Jesucristo. Invitemos a otros a ser fuente de vida para los demás, a dar esperanza y sentido.

Con gran afecto, os bendice:

+Carlos Cardenal Osoro, arzobispo de Madrid

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