Gobierno nuevo, obispos antiguos.

Visión del nuevo gobierno desde la distancia

Desde que llegué a Honduras hasta hoy no he permanecido ajeno a los temas del estado español, tanto cuanto a través de internet tenemos hoy acceso a todas las radios y, aunque la televisión sea más complicado tenerla, sí puedo ver aquí TVE internacional, con la emisión del telediario en directo y de la actualidad del país cada vez que algo ocurre. Es por ello que resulta singular cómo, mientras la principal preocupación que se sentía el pasado fin de semana era el conflicto en Irán e Irak y la posibilidad de adentrarnos en una guerra en la que, como todas, la gente inocente sufriría las ansias de quienes tienen las armas, parecía que la sociedad española se encontraba al margen del penúltimo anuncio de la tercera guerra mundial para vivir pendientes de una investidura que, por mucho se hubiera hecho de esperar y rogar, poco daría a los mayores conflictos que se viven en el mundo.

En medio de la realidad de este nuevo gobierno, sin embargo, llamó aún más mi atención que los obispos, a quienes se les presumía un perfil más espiritual y menos mundano desde que Rouco se fuese de retiro a su lujoso ático y dejara respirar a los demás, me ha sorprendido las vueltas de discursos y proclamas que, para encontrarlas de nuevo en las hemerotecas, deberíamos volver al blanco y negro, cuando los obispos nombrados por Franco eran procuradores en cortes franquistas y atacaban con iguales síntomas de anacronismo, bien las nuevas luces del Concilio, bien la Transición que dejaba atrás los tiempos de la dictadura.

Siempre me pregunté qué grado de influencia tendrá que un obispo que dice seguir a Jesús, aquel que no tenía dónde reclinar la cabeza, viva en un palacio como los que el propio Jesús atacaba en el Evangelio (Mt 11,8). No quiero atacar a nadie con consignas fáciles de que si pagasen el IBI quizás elegían vivir de manera más austera, pero es evidente que en la ausencia de las complicaciones de la gente común, como pagar una hipoteca, comprarle la ropa y los libros a los niños o llegar a fin de mes con un sueldo precario, es obvio que hay quienes se encuentran ajenos a la realidad temporal de la mayoría social y, muchas veces, por sus grandes privilegios, se encuentran en una gran incapacidad para afrontar cambios que son mucho menos alarmantes de lo que sus miedos les sugieren.

Antes que saliera adelante la investidura del nuevo presidente del gobierno, tuve que enterarme de cómo había obispos que, más fieles a Rouco o Guerra Campos que a Jesucristo y los apóstoles, andaban pidiendo por la unidad de España en las misas, como si fuera un bien espiritual, y los cristianos que se identifican más con otros modelos de estado o de nación fueran menos católicos que ellos. Sería curioso imaginarlos en otras latitudes y pensar si habrían pedido por la unidad de Yugoslavia o la U.R.S.S. de haberse encontrado ejerciendo su ministerio en plena disolución de ambos países, y si habrían dicho que la unidad de esos países era algo conforme al Evangelio. Bromas aparte, hay un católico independentista que lleva dos años sin ver a su familia en navidades, y Jesús no habló de unidades de patrias, de reinos ni de leyes, más allá de que su Reino no es de este mundo (Jn 18, 36), pero Isaías sí que dijo que había que abrir las prisiones injustas (Is 58, 6) y Jesús bien dijo que eran dichosos los perseguidos por causa de la justicia porque de ellos era el reino de los cielos (Mt 5,10).

¿Era Jesús de derechas? ¿Era Jesús de izquierdas? ¿A qué partido hay que votar? Todas estas preguntas son absurdas, en tanto que ni Jesús vivió en un régimen de representación ni se hizo presente para ello. Es por tanto que, conforme a lo que creemos los cristianos, cada cuál está llamado a actuar en conciencia, pero sí es necesario recordar que la Iglesia tiene un deber para con la paz, y esa paz pasa por aceptar lo que la gente decida y no tomar partido por uno de los dos bandos, mucho menos cuando ese bando está pidiendo golpes de estado y llamando a atacar a quienes no piensan como ellos.

Sin embargo, mientras digo obviedades que alguien debería de entender de la lectura del Evangelio, tenemos todavía obispos que prefieren conservar todos los privilegios que les dejó una dictadura antes que ser una iglesia que llegue a la sociedad actual, que prefieren alinearse con partidos que llaman al odio, y hasta mantienen los discursos que están detrás de los atentados que se han sufrido en dos centros de menores, antes que ponerse del lado de los débiles, aunque sea desmarcándose de los ultras que quieren comprarles por la promesa de privilegios y el monopolio educativo como negocio. 

No sé qué país encontraré cuando llegue, pero creo que no va a cambiar mucho del que dejé. Quizás se ha abierto un hospital nuevo o se han cerrado salas de juego en mi barrio, pero dudo que se cierren los CIES, se logre el fin de la pobreza y se acabe con la desigualdad entre el barrio de Salamanca y los de la periferia de Madrid. Lo que sí que sé es que la investidura desde la distancia importa poco, y la unidad de España también. Honduras sigue teniendo una pobreza extrema y los cambios que se produzcan en un organismo poco dan a quienes necesitan una dignidad y unos derechos que se les robaron y se les siguen negando. Quizás si los obispos pisaran otros países, verían que tampoco importa tanto cómo se organice el propio, quizás si pisaran la calle sabrían que mantener cuatro privilegios trasnochados no vale tanto como para lamentar que los ultras que quieren eliminar el estado de bienestar y atacan a los pobres no estén gobernando.

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