La Asunción, lucha por un mundo más humano

Ella ahora, su figura enternecedora,
se juntará a los nuevos bienaventurados
e imperceptiblemente, luz con luz, se situará entre ellos…
Y sucedió un silencio de admiración.
….
Mira: como mata de espliego
reposó ahí por un momento,
para que en lo sucesivo la tierra retenga su olor,
depositado en los pliegues como en exquisito paño.
Todo lo mortal (¿lo sientes?), todo lo doliente
está adormecido por su fragancia.
(R.M.Rilke)

En el cielo “sucedió un silencio de admiración”. En la tierra, un aroma exquisito, como de espliego, esperando que esta fragancia se derrame en la inmortalidad.

En el cielo un silencio de admiración, en la tierra un aroma exquisito como de espliego. Y en este misterio de Santa María contemplamos una visión optimista sobre la condición humana. Como una preciosa plasmación del pensamiento de san Ireneo: la gloria de Dios es que el hombre viva.

Una gloria cada día más amenazada, en una sociedad angustiada, confusa, desorientada, amedrentada, que pisotea los Derechos Humanos, redactados y aceptados para “liberar a la humanidad del miedo”. (Prólogo de la Declaración de Derechos Humanos)

Un aroma depositado en los pliegues de la tierra, cada día más controvertido por la corrupción y la inmoralidad más descarada. A todos los niveles de la sociedad.

La victoria de Cristo sobre la muerte con su Resurrección, es un signo de su victoria sobre el pecado, que resplandece plenamente en María y nos abre a nosotros la esperanza de la vida.
La “biografía total” de María viene a inscribirse en la “biografía total” de Cristo. Y así es como en María resplandece el proyecto divino sobre la criatura humana: la dignidad del hombre aparece plenamente iluminada en este destino supremo realizado ya en la Virgen Madre.
(B. Forte, María, la mujer icono del Misterio)

Pero los hombres nos estamos empeñando en apagar esa luz de la dignidad humana. Escribe F. Mayor Zaragoza en línea con el pensamiento del teólogo:
Vida humana, vidas humanas en riesgo, en situaciones de exclusión, de guerra, de exterminio… Y también esa otra vida, la que nos sostiene, una naturaleza generosa contra la que hemos emprendido una batalla que, finalmente, se está volviendo contra nosotros.


La victoria de la condición humana en Santa María, la oscuridad del horizonte para la humanidad, es una invitación a la lucha, como nos sugiere el libro del Apocalipsis, que nos habla de una tormenta formidable, rayos y truenos y un terremoto. Una, mujer vestida de sol, la luna por pedestal, coronada por doce estrellas. Entre los espasmos del parto. (Apoc 12,1-3)

En este parto andamos metidos nosotros, lo queramos o no. La humanidad entera sigue lanzando un gemido universal con los dolores de su parto (Rom 8,22).
Nos lo dice, crudamente, con fuerza, Mayor Zaragoza:
Vivimos tiempos difíciles para la humanidad y para el resto del mundo vivo. Necesitamos hacer del conocimiento un acto de amor, una vía hacia lo experiencia de lo bello y lo justo, una forma de esperanza radical que movilice nuestras utopías y búsquedas, incluso nuestros silencios.
Todo lo que aprisiona la libertad nos hace menos humanos. Hoy este riesgo es más real que nunca, asistimos a uno de esos momentos históricos en los que la vida despierta amenazada. Esta situación es una invitación a la lucha, a la acción, a la no resignación.


Celebrar el misterio de la Asunción de Santa María, es también una invitación a vivir en esa dinámica de lucha y no resignación. En este misterio contemplamos a María con la luna bajo sus pies. La luna, considerada como símbolo de necedad, por sus cambios continuos, y que representa también a la Iglesia ya que recibe la luz de otro astro. El necio cambia como la luna, y el sabio es constante como el sol (Eclo 27,12). El sol siempre tiene fuego y resplandor; la luna, en cambio, sólo tiene un resplandor incierto y voluble, ya que siempre está cambiando. Verdaderamente, podemos decir de María tiene la luna bajo sus pies, aunque de muy distinta manera.

Este misterio que celebra toda la Iglesia, es un misterio profundamente arraigado en el corazón del hombre, que quiere vivir siempre, permanecer, ser inmortal. Por ello se nos invita a continuar esa lucha de la mujer con el dragón.

Invitación a una lucha por la vida. Una lucha donde es necesario apostar por el hombre y por su dignidad, sobre todo en este tiempo que habitualmente es ultrajada y menospreciada dicha dignidad.

El dragón sigue acechando a la mujer, sigue acechando a la humanidad, para devorar a quien va a dar a luz. El dragón, los muchos y fieros dragones de esta sociedad están prontos a devorar al hombre, despreciando al Dios que lo ha creado. Quizás necesitamos también huir al desierto para replantearnos la lucha por la dignidad humana.

Quizás necesitamos un silencio de admiración para amar, agradecer y responder a lo que Dios hace por el hombre.

Quizás necesitamos también en esta sociedad en que caminamos con falta de aliento, que corremos, que no vivimos, quizás necesitamos aspirar el aroma del espliego para percibir aquí en la tierra en los pliegues de todo lo humano, el aroma de inmortalidad escondido, que estamos llamados a despertar.

Necesitamos recuperar la confianza originaria de unos seres humanos en los otros, borrar los rencores, rescatar la ternura dicha en alto. El gran mal de nuestro mundo es el desamparo. No sólo el desamparo material de los pobres de la Tierra. También el desamparo con que vivimos en este Norte rico en viene pero tan empobrecido en el amor… ( Prólogo de Donde no habite el miedo, de F. Mayor Zaragoza, Edic Litorial, Málaga 2011)

P. Abad
Monasterio de Poblet
Volver arriba