¿Buscar a Dios en vano?

Todo hombre resulta para sí mismo un problema no resuelto, percibido con cierta oscuridad. Nadie en ciertos momentos, sobre todo en los acontecimientos más importantes de la vida, puede huir de todo el interrogante referido. A este problema solo Dios da respuesta plena y totalmente cierta, Dios que llama al hombre a pensamientos más altos y a una búsqueda más humilde de la verdad… (GS 21)

Leyendo ocasionalmente este texto del Concilio Vaticano II en la Constitución Gaudium et Spes, “Sobre la Iglesia en el mundo actual”, no puedo dejar de releer sus primeras páginas donde se plantea la pregunta sobre “¿Qué es el hombre? Y otras preguntas más sobre el sentido del dolor, del mal, de la muerte…

Verdaderamente, el hombre se pasa la vida preguntando y aventurando respuestas que después se le desvanecen sin llegar a dar un sentido claro a su vida, pero que de alguna manera dejan una huella en su existencia.

Todo esto me lleva a recordar unas palabras de san Bernardo en su obra “Al papa Eugenio sobre la consideración”:

Tal vez te esté impacientando ya tanta insistencia en preguntarnos qué es Dios. Porque lo hemos repetido muchas veces y porque desconfías de que podamos encontrarlo. Pero te recuerdo, padre Eugenio, que Dios es el único a quien nunca buscamos en vano, aun cuando no se le puede encontrar. Te lo demuestra tu experiencia personal. Y si no, créeselo a quien lo ha experimentado, no a mí, al Profeta aquel que dijo: “El Señor es bueno para los que en él esperan y lo buscan. (XI,24)

En cualquier caso, nuestra búsqueda debe ser una búsqueda racional, ya que para esto se nos ha dado una razón y una inteligencia que nos permiten adentrarnos en el misterio divino, a la vez que en el misterio del ser humano; debe ser una búsqueda humilde, es decir, diría yo, desde la oración, que abre al ser humano más allá de sí mismo; y una búsqueda acompañada de una vida honesta, responsable desde la propia condición humana. También una búsqueda a partir de la belleza. …

Al subrayar la palabra belleza he recordado el soneto XXII de Rilke:

Somos hombres inquietos.
Pero el paso del tiempo
no es más que pequeñez
en lo eternamente perdurable.
Todo lo que apremia
pronto habrá pasado;
pues sólo es capaz de consagrarnos
lo que permanece.
Oh, no pongáis, muchachos,
el valor en la urgencia
ni en el querer volar.
Está todo en reposo:
la sombra y también la claridad,
la escritura y la flor.


El poeta subraya aspectos del ser humano que éste no debería olvidar al plantear su vida como la ascensión en una búsqueda continuada: el hombre inquieto, siempre lo es en su afán de abrirse a un universo más amplio. El ser humano, todo ser humano, lleva en su interior una buena semilla, la semilla de una grandeza, y un germinar buscando la luz de la vida. No falta en el corazón la nostalgia, la sed de eternidad. Y estos son rasgos permanentes en la vida humana como nos sugiere el poeta.

Pero todo esto vendrá ser un valor en alza si atendemos a los últimos versos: no agotarse en la urgencia, ni en el querer volar. En todo caso debería ser un “volar bajo” como lo cantó en una canción muy bella, Facundo Cabral.

Está todo en reposo: la sombra, la luz, la escritura… quizás no llega a estar en reposo el corazón del ser humano. Así que, amigo, amiga, cuida el corazón, pues de él brota la vida. Y la vida siempre sueña con la paz.
Volver arriba