Confesarse… ¿para qué?

En un encuentro religioso un superior contaba esta anécdota sucedida en su comunidad: Sabiendo que un religioso no se hablaba con otro, e intentado que fuese consciente de que tal situación no se adecuaba con la condición religiosa, le dice:
- Mire usted, hemos de intentar superar las diferencias, y reconciliarnos con quienes tenemos algún problema, sobre todo dentro de una misma comunidad…
- Yo no le quiero mal –responde el religioso- pero que cada uno haga su camino
- ¿No ve usted, tercia el superior, que en el cielo nos vamos a encontrar todos juntos por toda la eternidad?
- En el cielo hay muchas moradas, responde el religioso, que se resiste a la reconciliación.


A la luz de este hecho de vida, que los hay abundantes en la vida de los cristianos, religiosos o no religiosos, uno no puede menos de pensar en la preciosa enseñanza del Papa, Benedicto XVI:
En la Confesión el pecador arrepentido, por la acción de la Misericordia divina, es justificado, perdonado y santificado, abandona el hombre viejo para revestirse del hombre nuevo. Solo quien se deja renovar profundamente por la Gracia divina, puede llevar en si mismo y, por lo tanto, anunciar la novedad del Evangelio.

Solo quien se deja renovar por la Gracia divina… Una enseñanza muy iluminadora; solo que, después, en la practica pastoral, nos quedamos con recomendar e insistir en que “hay que confesarse a menudo”, y si es cada semana mejor que cada dos… Pero esto es algo que más bien tiene que decidir uno mismo de acuerdo al estado de su conciencia.

Lo pertinente de cara a este sacramento tan importante de cara a una paz interior, es hablar sobre la necesidad de dejar que Dios nos renueve por dentro, de experimentar el amor de Dios que perdona, del esfuerzo en mi vida por corresponder a este amor divino, adquiriendo un talante reconciliador.

No olvidemos que en el Padrenuestro le decimos a Dios que estamos de acuerdo con lo que nos enseñó su Hijo: perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos.

A veces se dice: se habla poco del pecado, y claro así la gente no se confiesa… Hemos de tener presente que el hombre adquiere conciencia de su pecado, no por las palabras y exhortaciones de los hombres, sino por la cercanía de Dios. La santidad de Dios descubre y pone al descubierto mi pecado, mi infidelidad…Cuando me acerco a un Dios amor, un Dios luz y misericordia… tomo conciencia de mi falta de amor, de mi oscuridad, de la dureza de mi corazón…, en una palabra, de mi pecado.

El problema, yo diría que está más bien en que nos falta más conciencia de la presencia de Dios, de su amor por nosotros. Debemos hablar más de Dios. Y hablar más con la vida que con meras palabras. Ser testigos fieles de un Dios que tanto nos ama que se ha revestido de nuestra naturaleza, haciéndose hombre, para que yo, tú, todos… seamos más humanos.

Confesarse, ¿para qué?... No para un mero “descargar” pecados, sino para aprender del corazón de Dios su misericordia, aprender a perdonar, acoger, como nuestro, el programa que su Hijo Jesucristo inicio con su venida como hombre: vivir y practicar el camino de la reconciliación. Quien no va por estos senderos, no lleva un buen sendero de vida cristiana. Debería examinarse como reza y vive el Padrenuestro.
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