Dios con nosotros

Preguntaron en cierta ocasión a Einstein si creía en Dios. Él respondió: -¿de qué Dios me habla?
Esto me recuerda el punto de humor de una breve narración: Atravesaba el cielo rumbo a su destino un avión de pasajeros, cuando empezaron a fallar los motores. Ante el panorama tan negro los más religiosos se empiezan a encomendar al auxilio del cielo. Un pasajero se encomendaba a san Antonio y suplicaba su ayuda, cuando recibe una respuesta desde lo alto: -¿a qué Antonio se encomienda?

Esto nos podría llevar a pensar en estos días previos a Navidad, a qué Dios nos encomendamos, a qué Dios nos dirigimos en nuestra plegaria.
El mensaje de Navidad es EMMANUEL. Esta palabra traducida a la vida concreta quiere decir DIOS-CON-NOSOTROS. Es decir DIOS-CON-TODOS. Pero esto ¿es posible?, esto ¿es así?

Hay un momento u otro en la vida de la persona humana en que se tiene la necesidad de dirigirse a un Ser superior, necesitada de ayuda, en los muchos problemas insolubles que nos plantea esta vida. Hay otros en que por conveniencia social o por la conciencia personal de una fe, toma parte en actos religiosos...

Nos podemos parar a pensar en la variedad de personas que pululamos por los recovecos de esta sociedad: dirigentes de una política compleja y oscura, artífices del sutil, agobiante y opresor tejido financiero, el número creciente de discapacitados, de toda clase, que van siendo olvidados, miembros de la clerecía desconcertados, silenciosos, responsables de templos en camino de cerrarse por reformas, afectados por las retalladles, sea la tijera de sanidad, sea la de educación, la de funcionario, o sea la del ministerio que mañana puede incorporarse a este lamentable deporte; y ya no digamos las personas a las que les retallen el piso… La lista podría ser excesivamente larga a todos los niveles: local, nacional e internacional.

Y yo me pregunto: los que creemos que esta vida es algo provisional, los que esperamos una hora de justicia que nos arrope con un verdadero mensaje de paz… Yo me pregunto una y muchas veces: el Dios al que rezamos ¿es el mismo?

Porque si rezamos al mismo Dios, y si pretendemos que Dios nos atienda en nuestros problemas lo que puede suceder es que estemos destrozando a Dios, o que hagamos de él un Dios esquizofrénico. Pero un Dios a trozos o esquizofrénico, ¿es posible?

Solo puede haber un Dios de todos y para todos. Cuando yo acaparo a Dios como solución a mi problema, me estoy configurando un Dios a mi medida, y al mismo tiempo desconociendo o menospreciando el Dios de mi vecino. Es decir, que en este caso me estoy construyendo un ídolo.

Ya desde los tiempos antiguos nos muestra la Sagrada Escritura la tentación del hombre de construirse ídolos. Es decir hacerse un Dios a la medida, algo así como quien se hace un traje a la medida.

Solo puede haber un Dios por encima de la persona humana, y de toda la belleza de la creación y del cosmos. Solamente puede haber un Dios fuente de la vida, fuente de la belleza y de la bondad; solo puede haber un Dios fuente de una auténtica justicia. Todo lo demás entra en la categoría de ídolos. Entonces, si yo quiero vivir una relación personal viva, auténtica, con Dios debo estar atento a corregir la imagen de este Dios que me sobrepasa, que está más allá de todo lo que yo pueda pensar o imaginar. Y esto, sencillamente, debe abrirme a la experiencia de Dios que tienen, o que viven, o intentan vivir, otras personas. La persona humana debe estar corrigiendo permanentemente su imagen de Dios. El camino siempre es el mismo: senderos de diálogo, tolerancia, comunión, de acoger y respetar al otro, sea de la condición que sea. Esto me lleva a ser humilde y abierto, receptivo en la búsqueda de Dios. Un Dios, el mismo, patrimonio de todos.

En este camino de abertura a los demás, y de corregir mis posibles desvíos de la verdad, tengo siempre un punto de referencia: la persona de Cristo. Una persona en sintonía permanente, total, perfecta, con Dios, con el Padre, y en abertura y receptividad permanente, también de la persona humana.

En este Cristo podemos contemplar, si lo queremos ver, el interés por la persona humana. Y llegar a descubrir que nuestro Dios es un Dios profundamente humano, que desborda humanidad. Un Dios que busca al hombre, al pobre, al rico, al pecador, al de derechas y de izquierdas, o al de todas las posibles divisiones que nos inventamos los hombres en esta sociedad que pasa rápidamente. Un Dios-con- todos.

Esto, en esta sociedad sumida en una crisis profunda y descontrolada, nos debería llevar a escuchar aquella palabra del evangelio: el que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene y el que tenga comida haga lo mismo. O también cuando nos dice: no exigir más de lo establecido, no hacer extorsión a nadie…

Quizás esto debería llevar a pensar en estos días de Navidad que de los dos o tres platos, o los muchos que puedo tomar, uno a varios corresponden, en realidad a aquellos que no tienen ni siquiera plato. ¿Cuál es tu Dios?
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