Unidad, diversidad, reconciliación

Te pedimos que los pueblos divididos por el odio y el pecado se congreguen por medio de tu Espíritu, y que las diversas lenguas encuentren su unidad en la confesión de tu nombre. (Colecta, Vigilia de Pentecostés)

Esta es la verdadera urgencia de hoy día, esta es la obra de Dios, como enseña san Pablo, que nos reconcilió consigo a través del Mesías y nos encomendó el servicio de la reconciliación, poniendo en nuestra manos el mensaje de la reconciliación. (2Cor 5,18)

Pero con harta frecuencia damos la impresión de que este mensaje se nos ha caído de las manos, de que no llegó a arraigar en nuestro corazón, en toda nuestra existencia, como la verdadera y auténtica razón de ser de nuestra fe cristiana.

Y descalificamos, o, más grave todavía, insultamos y ultrajamos a quienes no piensan y se expresan de acuerdo a nuestros sentimientos, en una prueba fehaciente de nuestra pobreza humana y de nuestra falta de fe cristiana. En este caso tenemos delante la letra del evangelio, la letra que nos “conviene” de acuerdo a nuestros gustos o intereses, pero no la fuerza del Espíritu que es la que nos lleva a la verdad completa.

La verdad completa es fruto de la presencia y de la acción en nuestra existencia del Espíritu Santo. La verdad completa es vivir la Pascua. La Pascua es el paso de la muerte a la vida. El nacimiento el hombre nuevo. Esto solo es posible mediante la presencia del Espíritu Santo que interioriza en nosotros la obra de Jesús, la actualiza.

Sin Espíritu Santo, Dios queda lejos, Cristo sería algo de un pasado histórico, el evangelio letra muerta, la Iglesia una simple organización, la autoridad, un poder, la misión propaganda, el culto una evocación del pasado y la acción de los cristianos una moral de esclavos.
Uno levanta la mirada para posarla sobre el campo sediento de este mundo y descubre que hay mucha abundancia de este barbecho, consecuencia de la ausencia del Espíritu Santo.

Nuestro trabajo, o, mejor, nuestro servicio, es un trabajo y un servicio permanente a la unidad, a la reconciliación. Yo creo que éste el servicio más urgente de nuestra fe y que necesita también con urgencia nuestra difícil y dura sociedad.

Por ello yo creo que quien no vive una vida cristiana iluminada e impulsada por estos valores no es cristiano, o peca contra el Espíritu. Y nos conviene recordar que Jesús enseñó que todos los pecados nos serán perdonados menos el pecado contra el Espíritu Santo. Que es el pecado que está en la línea de discordia de la división....

Jesús dice en el evangelio: Yo he venido a traer fuego a la tierra... Es el fuego del Espíritu que vemos que se derrama en lenguas en la mañana de Pentecostés. Un fuego que se manifiesta en una fuerte unidad y comunión que les lleva a ser testigos de Cristo resucitado. Con toda eficacia. El Espíritu empieza a soplar con fuerza. Arde dentro de los discípulos de Jesús y les impulsa a trabajar por la comunión. Son comunión, unidad que se está rehaciendo continuamente.

Pues el trabajo o, mejor, el servicio de la unidad no tiene como objetivo conseguir una uniformidad de todos, sino conjugar la unidad de todos con la diversidad que implica cada persona. Es lo que nos sugiere san Pablo: hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de servicios, pero un mismo Señor; hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. (1 Cor 12)

Un mismo Dios obra todo en todos. El Espíritu se manifiesta siempre para el bien común, para el bien de todos. Nuestro problema estará en discernir la presencia y la voluntad del Espíritu de cara al bien común. Ahora bien, tenemos un punto de referencia principal para saber si escuchamos al Espíritu: el servicio de la unidad y de la reconciliación. Y la confirmación de que nuestro servicio está en la línea del Resucitado es si crecemos en la paz, en nuestra paz interior.

No la paz del mundo que a lo más que llega es a una ausencia de violencia y muerte, no exenta de tensión, sino la paz de Dios que infunde como nos dice la secuencia “calor de vida en el hielo” del corazón y guía para los caminos torcidos… y agua viva para el secarral de nuestros barbechos.

Calor de vida, o como dice el Papa Francisco fuente inagotable de vida:

El hombre de todos los tiempos quiere una vida plena y bella, justa y buena, una vida no amenazada por la muerte, que pueda madurar y crecer hasta la plenitud. El hombre es como un viajero que, atravesando el desierto de la vida, tiene sed de una agua viva, abundante y fresca, capaz de saciar su deseo profundo de luz, amor, belleza, paz. ¡Todos tenemos este deseo. Jesús nos da esta agua viva: es el Espíritu Santo, que procede del Padre y que Jesús derrama en nuestros corazones: Yo he venido para que las ovejas tengan vida y la tengan en abundancia, dice Jesús. Jesús ha venido para darnos esta agua viva, que es el Espíritu Santo, para que nuestra vida sea guiada por Dios, animada según Dios, alimentada por Dios. Cuando nosotros decimos que el cristiano es un hombre espiritual entendemos esto: el cristiano es una persona que piensa y actúa según Dios, según el Espíritu Santo. Pero hago una pregunta: nosotros ¿pensamos según Dios, actuamos según Dios?

Puede ser interesante, e incluso necesario, para nuestra vida de fe, dedicar alguna de nuestras reflexiones o meditaciones a revisar cuánto hay de cristiano en nuestro vivir diario. Pues el servicio de la unidad y de la reconciliación es duro, y no nos abandona nunca, por otra parte, la tentación de adormecernos o de desconectarnos de la acción del Espíritu Santo, del Espíritu de vida, de paz, de amor…
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