El camino de la vida

Hay unos versos muy interesantes en nuestra Regla de san Benito: ¿Quién es el hombre que ama la vida y desea ver días felices? Si tú, al oírlo, respondes: “Yo”, Dios te dice: “Si quieres gozar de la vida verdadera y perpetua, guarda tu lengua del mal y tus labios de la falsedad; apártate del mal y obra el bien, busca la paz y síguela. Y, cuando hayáis cumplido esto, mis ojos estarán fijos en vosotros y mis oídos atenderán vuestras súplicas, y antes de que me invoquéis os diré: Aquí estoy”. ¿Hay algo más dulce para nosotros, que esta voz del Señor que nos invita? Mirad como el Señor, en su bondad, nos muestra el camino de la vida. (RB. Prólogo 14-20)

“Gozar de una vida verdadera y perpetua…” Yo creo que se nos dice lo mismo con música. Con los coros finales de la Sinfonía 2ª de Mahler, Resurrección:
Coro, Soprano:

¡Resucitarás, sí, resucitarás,
polvo mío, tras breve descanso!
¡Vida inmortal
te dará quien te llamó!
¡Para volver a florecer has sido sembrado!
El dueño de la cosecha va
y recoge las gavillas
¡a nosotros, que morimos!


Contralto:

Oh créelo, corazón mío, créelo:
¡Nada se pierde ti!
¡Tuyo es, sí, tuyo, lo que anhelabas!
¡Lo que ha perecido resucitará!


Soprano:

Oh créelo: ¡no has nacido en vano!
¡No has sufrido en vano!


Coro, Contralto:

¡Deja de temblar!
¡Prepárate para vivir!


Prepárate para vivir, para vivir la vida verdadera y perpetua.
Nada se pierde ti. De ti, que eres bueno, mejor: muy bueno, como nos recuerda el libro del Génesis en nuestra creación por parte de Dios. (Gen 1,31) Pero somos colocados en el jardín de esta vida para trabajarlo, para trabajar nuestra propia vida, nuestro corazón. ¡Créelo, corazón mío!
Porque el mismo Señor en su bondad nos muestra el camino de la vida. Él mismo se hace camino. Escucha esta voz, y siempre, lo más genuino de tu corazón, busca lo más genuino de tu corazón, de tu vida, y siembra. Nada se pierde de ti.

Él mismo en su bondad nos muestra el camino de la vida: Cristo. Lo dice él de sí mismo: Yo soy el camino, la verdad y la vida. Y esta es la vida eterna: que conozcan al Padre y a su enviado, el Mesías. Conocer a Cristo es conocer la verdadera talla del hombre, la dignidad del hombre. Por eso Cristo es el verdadero “Ecce homo” (“he aquí el hombre), el que nos muestra el sendero de la vida verdadera y perpetua. Él nos deja las huellas para que luego nosotros podamos seguir su sendero; su sendero que nos lleva siempre al corazón del hombre, al corazón de la humanidad.

Tras un breve descanso, Cristo resucita. Él da la vida y la vuelve a recobrar. Como el grano de trigo que sembrado vuelve a florecer. Transformando a sus discípulos en una comunión de amor y de testimonio. Propiciando el nacimiento de la Iglesia.

La Resurrección de Cristo te invita, con la sinfonía del Evangelio, que recoge también la sinfonía Resurrección, a vivir. Prepárate a vivir. No sufres en vano, no mueres en vano, pues en tu polvo terreno, de barro, va adherido polvo celestial, el aroma del Hombre nuevo.

Ama, da tu vida, sírvela… Nada se pierde de lo que se sirve con amor. Yo creo que éste es el gran pregón del Resucitado.

El Señor, en su bondad, nos muestra el camino de la vida. No tenemos otro. Prepárate a vivir.
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