El delito del silencio

"Todo tiene su tiempo y su sazón, todas las tareas bajo el sol: Hay tiempo de callar, tiempo de hablar; tiempo de amar, tiempo de odiar…" Ecl 3,1)

Pero no siempre acertamos a vivir en cada momento aquella experiencia de la que tenemos necesidad en nuestra vida, para vivirla con un sentido profundo. Hay momentos en que hablamos, y luego somos conscientes de que hubiera sido más acertado callar. Otras veces sucede lo contrario: callamos y deberíamos de hablar.

Yo creo que se nos escapa la sabiduría del silencio. No acertamos a adentrarnos en la vivencia del misterio del silencio. Escribe San Juan de la Cruz: Una palabra habló el Padre, que fue su Hijo, y éste habla siempre en eterno silencio, y en silencio ha de ser oída en el alma.

Del misterio del silencio divino, brota la Palabra del Hijo, la Palabra de luz y de sabiduría para la vida de los hombres. El silencio está al servicio de la Palabra. De una palabra que ilumine los pasos del hombre. Pero aquí es donde se desequilibra nuestra vida, y puede faltar la luz que necesita la vida humana.

Y es en este sentido que también se habla hoy del delito del silencio. De un silencio que puede dar lugar a la injusticia, o de un silencio que no da lugar a una palabra contra la injusticia humana.

Yo creo que en estos momentos de nuestra sociedad donde está tan arraigada la injusticia, tenemos un punto de referencia para buscar ese equilibrio de silencio y palabra. Me refiero a san Juan Bautista cuya fiesta acabamos de celebrar.

Con motivo de su nacimiento la gente se preguntaba. ¿Qué va a ser de este niño?
Pues este niño salta de gozo antes de nacer, cuando presiente la cercanía de Cristo. Despierta la admiración después de nacer. Después, aparentemente, una vida normal: crecer y robustecerse en el Espíritu. Vivir desconocido, en el silencio del desierto. El silencio domina gran parte de su vida. (Como dominará también en la vida de Jesucristo). Y desde su prolongado silencio vendrá una palabra fuerte, una fuerte interpelación a los oyentes, a la sociedad que estaba expectante, buscando una luz.

Esta palabra fuerte, esta voz, una voz que clama en el desierto, llegará a las ciudades, espacios de oscuridad y confusión. Y despertará interrogantes: ¿qué hemos de hacer?, le preguntaban. Y venía a continuación un torrente de respuestas: Quien tenga dos túnicas que reparta con el que no tiene, no exigir más de lo establecido; no hacer violencia, ni hagáis extorsión a nadie con los dineros….

Hoy se necesita esta voz. Hay quien habla del delito del silencio. Que hoy el silencio puede ser, o es, un delito cuando nuestra sociedad necesita una palabra. Pero quizás no hay silencio, no tenemos un silencio capaz de dar lugar a la palabra que necesita nuestra sociedad. Y esto en principio puede sonar a un poco extraño.

Lo cierto es que hoy hay muchas palabras, ciertamente, que se las lleva el viento, pero no se escucha esa Palabra que necesita la sociedad, y que le hable al corazón. Porque no hay silencio en quienes tienen que decir una palabra con fuerza, con luz, con sabiduría en esta sociedad. Quizás más bien enfrentamiento, luchas por el poder, cierto olor a podrido… Dando respuestas a preguntas que nadie hace.

No hay silencio, para escuchar una Palabra de vida, porque el hombre está ocupado en vivir una vida sin palabras, una vida subterránea que, cada día con más frecuencia, sube a la superficie, con aromas de corrupción.

El hombre está ocupado en gastar 4000 millones de dólares cada día en armas. El hombre está ocupado en ocultar las 70.000 personas que mueren cada día de hambre. El hombre está ocupado en las primas de riesgo, en la deuda externa.

El hombre está ocupado en decidir quién muere de hambre o se forra por dentro y por fuera de euros. El hombre está ocupado es llenar su agenda con direcciones de paraísos fiscales…El hombre está ocupado en reclamar indemnizaciones millonarias. Mientras otros están ocupados en acampar en alguna nueva cueva de Belén…

Seguimos arrinconando en la cueva de Belén a nuevos inquilinos del padrón municipal de esta tierra, que vienen a inscribirse. Pero ahora lo curioso es que nadie los llamó para empadronarse. Porque los poderosos de este mundo dicen que es suficiente un padrón con el 20 por ciento de la población, el resto, el 80 por ciento le basta con una cueva de Belén. No advierten que el primer habitante de la cueva de Belén tuvo un Precursor con una gran audiencia. Nuevos y muchos habitantes de cuevas de Belén, pueden suscitar muchos precursores.

Esta palabra: “precursor”, no nos puede ser ajena. A nosotros, discípulos de Cristo, el Hombre, el Justo, Palabra emergente, desde el silencio del misterio divino nos pide una respuesta. La respuesta debe venir desde el silencio de nuestro corazón. El silencio nunca es “la respuesta”, el silencio no tiene su razón en él mismo; siempre está al servicio de la palabra.
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