¿Es posible la fe, hoy?

No hay que dar por hecho que la fe es cosa del pasado. Aunque hoy parece más rentable, o más moderno, moverse a un nivel de superficie, no entrar en esta cuestión. ¿Acaso en esta sociedad del “bienestar” se entra en cuestiones serias, en preguntas profundas?

El hombre es un ser que pregunta. A poco de nacer y cuando nos vamos abriendo a la aventura de la vida comienzan nuestras preguntas: “¿por qué?… infinidad de “¿por qués?”. El hombre es un ser que pregunta.

Solemos hacer dos tipos de preguntas. Hacemos preguntas para conocer, entrar en el secreto de las cosas: por qué nacen las plantas, por qué llueve, o no llueve en estos tiempos, como nacemos, por qué hay tantas lenguas, o culturas… Otras preguntas se nos hacen, las recibimos: ¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte? ¿qué hay después de esta vida temporal?... (GS 10)

El primer tipo de preguntas hacen sentirse seguro al hombre, se manifiesta con ellas dominador; aunque se equivoque, puede errar, pero también, corregirse con sus propios medios. Con el otro tipo de preguntas el hombre se siente cuestionado, amenazado, vulnerable.
El hombre pregunta o interroga y se siente interrogado. Dos movimientos importantes en la vida humana. Esto le hace grande, muestra su dimensión de infinito. Solemos hablar del misterio de Dios, pero también podemos hablar de un misterio profundo del hombre, a imagen del divino.

Uno de los interrogantes que nos cuestionan, que son agresivos de cara a nuestro espíritu: ¿Es posible la fe, hoy? El hombre del siglo XXI puede creer en Dios y en Cristo? Una pregunta inquietante para el creyente, o que se cree tal. ¿Y si la fe fuera un bello sueño, algo propio de la infancia de la humanidad?

Un cristiano que nunca se haya planteado esta cuestión en serio, de una manera vital y dolorosa, no está maduro en su fe. Pero hay otra pregunta para el incrédulo: ¿y si la fe fuera posible? Es cierto, nadie ha visto a Dios; pero tampoco nadie ha demostrado que Dios no existe. Las negativas de los ateos, con frecuencia son negativas de los falsos dioses de los creyentes, que no tienen nada que ver con el verdadero Dios de los cristianos.

Muchos dan por caduca la fe, y creen que el cristianismo es cosa del pasado, que vivimos en una época post-cristiana, en el que el hombre ya no creerá en Dios ni en Cristo. Pero la fe parece sobrevivir a las más pesimistas profecías. En 1767 Federico el grande escribía a Voltaire: tendría que producirse un milagro para restaurar la Iglesia”. En efecto, el milagro se produjo.

El cristianismo no ha muerto, se dice, pero está en agonía. Cierto. El Cristianismo está y estará siempre en agonía. Esta “agonía”, esta “lucha” durará hasta el fin de los siglos, aunque pueda adquirir formas inéditas. La misma vida es una agonía, una lucha permanente. No olvidemos que la fe es una vida. Bien lo entendió y habló sobre ello el pensador Miguel de Unamuno.

Hoy han cambiado las circunstancias históricas, y más que cambiarán, y con ellas el mismo hombre. Hoy el hombre alcanza otros niveles de libertad y de madurez que no tenía en tiempos pasados. Quien dice el hombre, la humanidad. Ante este panorama, el cristianismo debe presentarse dando una talla adulta, con unas exigencias que quizás la Iglesia hoy no ha acertado a satisfacer, o a dar una respuesta.

La cuestión de la fe, por lo tanto, no está zanjada
. El ateísmo y el materialismo de los siglos últimos no han podido liquidarla. Se dice que los creyentes son un rebaño sin personalidad, que la fe es vulgar, pueril, que Dios es un sueño. Se acusa a la Iglesia de repetir lugares comunes, pero también el ateísmo tiene sus tópicos.

En cualquier caso: ¿y si en la historia hubiera habido una persona, una sola, que hubiera sido verdadero creyente, para quien Dios no fuera un refugio cómodo, ni su fe una mera credulidad? ¿Y si hubiera un Dios que escapara a todos los reproches que dirigimos a las pobres imágenes de Dios que mostramos los creyentes. Bastaría un solo hombre que haya creído de verdad en Dios, para que la cuestión de la fe permanezca íntegra.

Y al revés: ¿Y si en la historia ha habido un hombre ateo de verdad, capaz de rechazar a Dios? Y si un hombre lo ha negado ¿cómo es posible la fe? De ahí la inquietud para un creyente.

En resumen, la cuestión de la fe amenaza, pero también libera. La fe la hemos visto demasiado como un precepto, como algo heredado, y no como un permiso, una oferta.

La fe es posible, un mensaje de gozo y de liberación: no para decir “debes creer” como quien impone una obligación, sino para anunciar: todavía hay lugar para la fe.
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