La religión pura e intachable

Querido Rafael:
Leo en la Escritura Sagrada: la religión pura e intachable a los ojos de Dios Padre es ésta: visitar los huérfanos y las viudas en sus tribulaciones y no mancharse las manos con este mundo…

Y creo, ciertamente, que en todas las religiones hay una preocupación por los débiles, por los pobres, e incluso en todas ellas hay instituciones que se preocupan de hacer este servicio. Esto está bien. Pero “esto sólo” puede ser peligroso e incluso farisaico, pues reducimos la religión a unos espacios concretos, cuando la religión debe ser una experiencia que agarre a toda la persona, y a todo un pueblo. No podemos, ni debemos abdicar esta responsabilidad, que nos afecta a todos y cada uno, en una institución.

La experiencia que solemos tener es que no es así y aquí podría estar, querido Rafael una primera respuesta a tu interrogante: ¿por qué la pluralidad de religiones presentes en nuestros países es percibida a veces como un problema y no como un activo?

Sucede aquí, de alguna manera, como cuando un pueblo tiene una gran devoción a “su Virgen”, pero no les hables de ninguna otra advocación existente en otros pueblos. O incluso puede pasar dentro de una misma parroquia con devociones diversas.

Damos un valor absoluto a “lo mío”, “lo nuestro”, cuando en esta vida nada tiene un valor absoluto. Solamente la vida. La vida de cada persona, la vida de cada pueblo… Y la vida es algo dinámico que tiende a desarrollarse, y en ella la persona humana debe tener la preocupación de crecer como persona. El crecimiento supone una abertura a la vida, una vida en la cual están situados los demás. Por ello en la vida es necesario tener, establecer espacios de encuentro, como bien sugieres tú. Y recoges también un pensamiento importante de Benedicto XVI: el lazo unificador de las sociedades, incluso las liberales, es Dios.
Pero quizás contemplamos a Dios como un “problema”.

Entonces el hombre se acostumbra a manejar y combinar “datos”, buscando la solución y al final sentirse seguro y satisfecho de sí mismo. Esto, evidentemente nos aleja de Dios, que es un Misterio que nos sobrepasa. Ante el Misterio, la actitud correcta es la reflexión respetuosa, la atención, la invocación, e incluso el silencio. Un silencio de adoración. Y todos estamos inmersos o envueltos en el misterio, en nuestro propio misterio personal, que no se puede desgajar del Misterio más grande que nos envuelve a todos, como “lazo unificador”.

Cuando nos ponemos ante Dios como un problema, construyo “mi Dios”. Busco mostrar, entonces, que mi Dios es diferente, y mejor por supuesto. Pero lo que es cierto, es que en el trasfondo de toda vida humana está la dimensión del Misterio. Y desde esta profundidad viene una llamada a toda persona a profundizar en la experiencia de su vida. Lo cual no es sencillo ya que por un lado la persona no está unificada en sí misma, sino que está llamada por una diversidad de centros de interés que “tiran” de ella en diversas, y a veces opuestas, direcciones. La persona escindida entre su mundo exterior y su espacio interior; y en esta tensión es fácil inclinarse por una versión hipócrita de su vida. Versiones que proliferan.

La persona necesita de las luces de otra sabiduría distinta de la que está moviendo el mundo, ya que la sabiduría actual es sabiduría que cuartea, que provoca profundas simas en las relaciones humanas.
El lazo unificador de las sociedades es Dios. El lazo común a todos los hombres, la fuente, el origen, es Dios, y en todo caso si tienes algo contra esta palabra la sustituyes por la palabra Misterio. En realidad se trata de no dejar a un lado el mandamiento de Dios para aferrarnos a la tradición de los hombres. El mandato de Dios es que le busquemos a él, y esto lleva a buscar una unidad de nuestra persona, una unificación de nuestro interior y exterior, o lo que los teólogos cistercienses llaman la recuperación de la imagen divina. En definitiva es estar en un permanente proceso de recuperación de la unidad, una unidad que se extiende a la relación con los demás y con el mismo universo. Pero, simultáneamente es relativizar toda tradición humana.

Es también vivir a la sombra de un Dios “humilde” que ha derramado su amor sobre toda criatura, como una luz, una sabiduría, un camino en definitiva, para que yo busque el camino de encuentro, de comunión con ese Dios, misterio que me desborda, a través del pequeño, y a la vez grande también, misterio de la persona humana.
Nada más, un abrazo
P. Abad
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