La sabiduría de la escucha



Un sabio oriental siempre pedía a la Divinidad en sus oraciones que tuviera la benevolencia de evitarle vivir en una época interesante. Como nosotros no somos sabios, la Divinidad no nos lo ha evitado, y vivimos en una época interesante. (Albert Camus)

El hombre inteligente medita los proverbios;
El deseo del sabio es saber escuchar
(Eclo 3,29)


Como nosotros no somos sabios estamos viviendo en una época interesante. Podemos hacer nuestro este texto de Camus. Conclusión que se puede deducir de la palabra de la Escritura: no sabemos escuchar. Toda la sabiduría queda fuera de la persona humana. El hombre es cada día menos interesante; y todo el interés se proyecta fuera del hombre con su problemática concreta.

El interés está pues en la “época”, está en el ambiente que nos envuelve, está en la sociedad en donde vivimos… está en otra parte.

Cuando vienen elecciones todos los partidos dicen que vienen con un programa para servir al pueblo; cuando llega una autoridad civil o religiosa, dirigente de la institución que sea, todos dicen su interés de servir al pueblo, a la institución, a la sociedad…

Pero un pueblo, una institución, una sociedad no tiene interés alguno, el interés está en el hombre, en la persona concreta. A éste hay que servir; a éste hay que escuchar.

Necesitamos hoy, con urgencia, esta sabiduría de la escucha. Quizás nuestras urgencias van hoy por otros caminos, y la persona humana aparece cada vez más desorientada, con más miedos y temores de futuro, pues no se siente valorada, y por lo tanto tampoco escuchada.

Necesitamos la sabiduría de la escucha, en este tiempo en que tenemos el serio y real peligro de escucharnos solamente a nosotros mismos.

La invitación a la escucha nos interpela con fuerza desde los primeros tiempos bíblicos, e incluso de tiempos más antiguos; pues es una invitación que nos llega desde la vida misma; se contempla como una abertura a la profundidad de la vida, de una vida con sentido, pues siempre viene a ser una llamada a escuchar una palabra que nos abre a una dimensión trascendente, a través del camino difícil hoy día, pero siempre apasionante, de una relación personal. La relación con el otro.

La vida se plantea no como una suma de acontecimientos, sino como un camino o itinerario que es preciso ir haciendo conscientemente en una relación personal con los demás. En este sentido dice un proverbio oriental: “si no vivimos la vida conscientemente, puede que no estemos viviendo en absoluto”.

Hoy no es nada fácil esta palabra, o, mejor, el mensaje que encierran estas 7 letras. El ritmo de la vida no nos permite “leerla” con claridad, con la entonación que exige y merece. La “leemos”, sumidos en la vorágine de esta vida, confusamente, la pronunciamos tragándonos letras. Creemos tener una riqueza dentro, y preferimos que nos escuchen, pero al hablar no articulamos bien nuestro mensaje, desconociendo que nuestra riqueza interior se despierta primordialmente en la escucha.

Esto es algo que podemos comprobar si escuchamos en vivo cualquier tertulia de los medios de comunicación. También, si nosotros reflexionamos en conversaciones que hemos tenido o solemos tener con otras personas. Nos cuesta siempre tener una actitud receptiva al pensamiento del otro, a sus sentimientos, en una palabra, a la vida misma de nuestro interlocutor.

En la Regla de san Benito hay una especial consideración para dos palabras de especial relieve: persona y comunidad. Benito nos quiere proporcionar un instrumento que ayude a una realización personal de cada individuo, pero en el seno de una vida en comunidad. Este planteamiento se puede contemplar también a escala general o universal, pues cada persona no es una isla, sino que vive su vida en el marco de una institución, de una sociedad. Pero vive en el marco de esta sociedad no para llevar una vida de esclavo, sino para intentar desarrollar una vida digna y plena.

No se puede convertir a la persona humana en un mero engranaje de una máquina totalitaria… ni siquiera de una máquina religiosa. Y se tiene la impresión de que esta persona solo cuenta para dar un voto, o favorecer el éxito social de una “autoridad” para después quedar todo sometido al rodillo de una minoría política, económica, social, religiosa…

Debe haber, de manera permanente, una comunicación de verdadero interés entre esas dos realidades: persona y institución.

La existencia de una sociedad sana depende del respeto y consideración de todos y cada uno de sus miembros, o dicho más profundamente de la inviolable soledad personal de sus miembros. Las personas no son números o unidades de producción. Ser una persona implica responsabilidad y libertad, y ambas cosas implican una cierta soledad interior, un sentimiento de integridad personal.

Aquí cabría considerar la seriedad con que contemplamos el hecho de la dimensión educativa, y la superficialidad o irresponsabilidad con se acometen recortes que afectan a la calidad de una educación de la persona.

Hace ya muchos años escribió el monje cisterciense, Tomás Merton:

El progreso tecnológico, en la proporción que sea, no curará el odio que corroe las entrañas de la sociedad materialista como un cáncer espiritual. Es inútil hablar a los hombres de Dios y del amor, si no pueden escuchar. Los oídos con que se escucha el mensaje del Evangelio están ocultos en el corazón del hombre, y esos oídos no oyen nada a menos que estén favorecidos por el silencio y la soledad interior… El hombre no puede recibir un mensaje espiritual mientras su mente y su corazón están esclavizados en el automatismo. Y permanecerá así esclavizado mientras esté sumergido en una masa de otros autómatas, sin individualidad y sin la debida integridad de personas.


Unas palabras de plena actualidad hoy, para quien es ciudadano de una sociedad moderna, y también de una comunidad religiosa. La Regla de san Benito, ofrece un camino de salida, una vida de libertad al tomarse en serio a la persona humana y a la institución donde vive esa persona. Que no es sino una seria aplicación del evangelio, que nos quiere poner en el camino de una verdadera y auténtica humanidad. De ahí la insistencia a tener una actitud abierta y acogedora de escucha.
Volver arriba