El papel de los laicos en la Iglesia: evangelización puerta a puerta


El papel de los laicos en la Iglesia y en el mundo es un tema importante, que está en la entraña pastoral del Concilio Vaticano II, y que hoy está en boca de todos, pues el Papa Francisco está muy implicado en este tema de la participación de los laicos en la Iglesia y en el mundo.

Yo también quiero contribuir a este debate, aunque confieso que no voy a ser "progresísticamente correcto". Voy a hacer, más bien, de ¨abogado del diablo¨... o mejor, de ¨escudero del arcángel San Miguel¨...

Para empezar, hay que decir que la misión de la evangelización está en la esencia de la Iglesia: ¨Id al mundo entero y proclamad el evangelio¨, encomendó el Señor a sus discípulos en el momento de su Ascensión. Por otro lado, el crecer y el desarrollarse y expandirse, es el movimiento natural en cualquier organismo, entidad u organización que tiene energías internas suficientes para ampliar su área de influencia y abarcar más y más ámbitos de la realidad en la que se inscribe, fisiológica, sociológica, política, etc. Una célula con energía y vigor suficientes, se expande y crece y multiplica en el organismo vivo en el que habita; un grupo humano, una institución, un partido político, una secta, un colectivo de filósofos, botánicos, banqueros, filatélicos, ancianos, o lo que sea, en la medida en que tenga esas "energías internas" suficientes, se expandirá y crecerá, y contagiará a otros a sumarse a su causa...

Por el contrario, toda entidad en decadencia y en proceso de descomposición interna, sufre de endogamia, introyección, consunción, vuelta enfermiza hacia sí misma, su entropía aumenta (grado de ¨desorden¨ interno de un sistema y por ende, grado de descomposición interna de todo organismo), en un proceso de decadencia que, si no se remedia, lleva al colapso de la entidad o del organismo del que se trate, sea el que sea.

Pues bien, podemos afirmar, con las estadísticas en la mano o simplemente abriendo los ojos, que el dinamismo "hacia afuera" de la Iglesia, esto es, su impulso evangelizador, hoy por hoy, no existe. Ya no tenemos el suficiente vigor espiritual e intelectual (fe) para acometerlo; la presión del mundo y los valores del mundo son más fuertes que nuestras propias fuerzas interiores. Y si no podemos expandirnos y crecer hacia afuera, la deriva natural es volvernos "hacia adentro". Ya no buscamos ¨salir al mundo y proclamar¨, sino que, en un movimiento de "huida del mundo", buscamos refugiarnos en el interior de los templos y en las sacristías, que se convierten así en el último ¨búnker¨ en el que sentirnos seguros, y competir allí con los clérigos a ver quién tiene más potestades ritualistas y sacramentalistas, y a ver quién sale el primero o el último (el más importante) en la procesión de entrada. Es cuestión de "derechos", no de fe.

Así, el debate preferido intraeclesial no es el cómo salir a las calles, plazas, universidades, talleres, medios de comunicación, centros de investigación, ateneos, areópagos de nuestra sociedad… y a todos los hogares del mundo, y proclamar allí el Evangelio y ser testigos de Cristo resucitado; tampoco, pues, hay preocupación, por ejemplo, en organizar equipos de evangelización puerta a puerta (recuerdo cuando lo propuse en una reunión de jóvenes del arciprestazgo, un sudor frío comenzó a empañar el rostro de todos los presentes, clérigos sobre todo).

Por el contrario, preferimos entrar ¨a fondo¨ en el debate sobre, por ejemplo, el ¨diaconado femenino¨ (que conste que yo soy partidario del diaconado femenino, siempre y cuando sea una propuesta nacida de la fe y no del "miedo al mundo" y del "huyamos a las sacristías"). No mucho tiempo después vendrá el debate sobre el ¨sacerdocio femenino¨, después vendrá el debate sobre el ¨diaconado homosexual¨, después vendrá el debate sobre el ¨sacerdocio homosexual¨, después vendrá debate sobre los ¨obispos femeninos¨, después vendrán los ¨obispos homosexuales¨... y así sucesivamente, en una "espiral viral de progreso" que nos llevará, si Dios no lo remedia, a la definitiva implosión interna y a la desaparición. Se habrá así consumado el "progreso". Consummatum est...

Hay que tener presente, que el motor de los creyentes, y por tanto de la Iglesia, es la fe. Si la fe no nos mueve, estamos perdidos y acabados. Es cuestión de tiempo. El diablo, cuando no tiene qué hacer, con el rabo mata moscas, y los creyentes, cuando no tenemos fe suficiente para evangelizar y para crear, empezamos a inventar debates estériles, como cuando en la escolástica decadente debatían sobre "el sexo de los ángeles", y ahora debatimos sobre "estructuras de inclusión" intraeclesiales...

Cuando ese "dinamismo ad intra" que estamos viviendo hoy venga acompañado por un "dinamismo ad extra" de igual o mayor intensidad, que nos saque de las Iglesias y de las sacristías y nos lleve a evangelizar el mundo como el Señor quiere, llenos de fe, entonces empezaré a creer en estas propuestas intraeclesiales ¨renovadoras¨. Mientras no ocurra eso, para mí no son más que una "huida del mundo" y un "refugio en las sacristías". El papel de los laicos es mucho más decisivo para la Iglesia y para el mundo, a mi juicio, que eso.

Pidámosle al Señor que aumente nuestra fe, para volver a recuperar aquellas "energías internas" de los primeros tiempos de la Iglesia, energías que nos vienen, claro, del Espíritu Santo, que nos posibiliten para salir, sacerdotes y pueblo, el pastor con su rebaño --- ¡es toda la comunidad la que evangeliza! ---, tocando y evangelizando puerta a puerta, y anunciando la Buena Nueva de la salvación a todos los hombres...
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